29ª conferencia.
Revisión de la doctrina de los sueños
Señoras y señores: Ahora que tras una pausa de más de quince años vuelvo a convocarlos
para departir con ustedes acerca de lo nuevo, y acaso también de lo mejor, que el período
intermedio ha aportado al psicoanálisis, desde más de un punto de vista es justo y razonable que dirijamos nuestra atención en primer lugar al estado de la doctrina de los sueños. Ella ocupa en la historia del psicoanálisis un lugar especial, marca un punto de viraje; con ella el psicoanálisis consumó su trasformación de procedimiento terapéutico en psicología de lo profundo. Desde entonces, sin duda alguna, la doctrina de los sueños ha permanecido como lo más distintivo y propio de la joven ciencia, algo que no tiene equivalente en el resto de nuestro saber, una porción de territorio nuevo arrancada a la superstición y a la mística. La extrañeza de las aseveraciones que se vio precisada a formular le ha conferido el papel de un shibbolet (1) cuya aplicación decidió quién pudo convertirse en partidario del psicoanálisis y quién, definitivamente, no consiguió aprehenderlo. Para mí mismo fue un asidero seguro en aquellos difíciles tiempos en que el sumario de los hechos no discernidos de las neurosis solía enredar mi juicio inexperto. Toda vez que empezaba a dudar acerca de la corrección de mis vacilantes conocimientos, haber conseguido trasponer un sueño confuso y sin sentido en un proceso anímico correcto y comprensible acaecido en el soñante renovaba mi confianza de hallarme sobre la pista correcta.
Por eso reviste para nosotros particular interés estudiar justamente en la doctrina de los
sueños, por una parte, las mudanzas que el psicoanálisis ha experimentado en este intervalo y, por la otra, los progresos que entretanto ha hecho en la comprensión y el aprecio de los contemporáneos. Desde ahora les anuncio que se desilusionarán ustedes en ambos aspectos.
Hojeen conmigo las entregas de la Internationale Zeitschrift für (ärztliche) Psychoanalyse (2),
donde se concentran desde 1913 los trabajos decisivos en nuestro campo. Hallarán en los
primeros volúmenes una sección permanente con el título «Sobre la interpretación de los
sueños», que contiene abundantes contribuciones referidas a los diversos puntos de la doctrina
de los sueños. Pero a medida que avanzamos en el tiempo, aquellas se vuelven más raras,
hasta que la sección permanente termina por desaparecer. Los analistas se comportan como sí no tuvieran nada más que decir sobre el sueño, como si la doctrina de los sueños estuviera concluida. Y si ahora ustedes preguntan qué han aceptado de la interpretación de los sueños los extraños, el gran número de psiquiatras y psicoterapeutas que cocinan su guiso en nuestro fuego -sin mostrarse muy agradecidos por la hospitalidad, dicho sea de pasada-, las personas llamadas cultas, que suelen apropiarse de los resultados llamativos de la ciencia, los literatos y el gran público, la respuesta es poco satisfactoria. Ciertas fórmulas se han vuelto consabidas; entre ellas, algunas que nosotros nunca sustentamos, como la tesis de que todos los sueños son de naturaleza sexual. Pero justamente cosas tan importantes como el distingo básico entre contenido manifiesto del sueño y pensamientos oníricos latentes, la intelección de que los sueños de angustia no contradicen la función del sueño como cumplimiento de deseo, la imposibilidad de interpretar el sueño cuando no se dispone de las respectivas asociaciones del soñante, y, particularmente, el discernimiento de que lo esencial en él es el trabajo del sueño, todo eso parece aún tan ajeno a la conciencia general como lo era treinta años antes. Tengo derecho a hablar así, pues en el curso de estos años he recibido innumerables cartas cuyos autores me presentaban sus sueños para que los interpretase o pedían información sobre la naturaleza del sueño, y aunque afirmaban haber leído La interpretación de los sueños, dejaban traslucir en cada frase su incomprensión de nuestra doctrina. Ello no debe disuadirnos de volver a exponer en su trabazón lo que sabemos sobre el sueño. Recuerden ustedes que la vez
anterior dedicamos toda una serie de conferencias a mostrar cómo se había llegado a entender
este fenómeno hasta entonces inexplicado (3).
Y bien; cuando alguien, por ejemplo un paciente en el análisis, nos informa de uno de sus
sueños, suponemos que con ello nos ha hecho una de las comunicaciones a que se
comprometió al iniciar el tratamiento analítico. Sin duda, una comunicación con medios
inapropiados, pues el sueño no es en sí una manifestación social, un medio para entenderse.
En efecto, no comprendemos lo que el soñante quiso decirnos, y tampoco él mismo lo sabe
mejor. Ahora debemos tomar rápidamente una decisión: O bien el sueño es, como nos lo
aseguran los médicos no analistas, un indicio de que el soñante ha dormido mal y de que no
todas las partes de su cerebro se han entregado al reposo en igual medida, pues ciertos
lugares quisieron seguir trabajando bajo el influjo de estímulos desconocidos y sólo pudieron
hacerlo de manera muy imperfecta … y, sí así fuera, convendría que no nos ocupáramos más
de ese producto de la perturbación nocturna, carente de todo valor psíquico (en efecto, ¿qué
podríamos esperar de su indagación que resultase útil para nuestros propósitos?); o bien. . .
caemos en la cuenta de que desde el comienzo nuestra decisión fue otra. Adoptamos la
premisa -admito que de manera totalmente arbitraria-, formulamos el postulado de que también
ese sueño incomprensible tiene que ser un acto psíquico de pleno derecho, rebosante de
sentido y de valor, que podemos usar en el análisis como a cualquier otra comunicación. Sólo el
éxito del experimento podrá mostrar que estamos en lo cierto. Si conseguimos trasmudar el
sueño en una exteriorización así, provista de valor, es evidente que tendremos perspectivas de
averiguar algo nuevo, de recibir una clase de comunicaciones que de otro modo habrían
permanecido inaccesibles para nosotros.
Ahora bien, en este punto se elevan ante nosotros las dificultades de nuestra tarea y los
enigmas de nuestro tema. ¿Cómo lograremos trasmudar el sueño en una comunicación normal
de esa índole, y cómo explicaremos que una parte de las exteriorizaciones del paciente haya
cobrado esa forma incomprensible para él tanto como para nosotros?
Ven ustedes, señoras y señores, que esta vez no emprendo el camino de una exposición
genética, sino dogmática. El primer paso será afianzar nuestra novedosa postura frente al
problema del sueño introduciendo dos nuevos conceptos, dos nuevos nombres. A lo que se ha
denominado «sueño» lo llamamos texto del sueño o sueño manifiesto; y a lo que buscamos, a
lo que por así decir conjeturamos tras el sueño, pensamientos oníricos latentes. Entonces
podemos formular del siguiente modo nuestras dos tareas: Tenemos que trasmudar el sueño
manifiesto en el latente e indicar cómo en la vida anímica del soñante este último se convirtió en
el primero, La primera parte es una tarea práctica, corresponde a la interpretación del sueño,
necesita de una técnica; la segunda es una tarea teórica, debe explicar ese proceso supuesto
del trabajo del sueño y no puede ser sino una teoría. Ambas, la técnica de la interpretación del
sueño y la teoría del trabajo del sueño, tienen que ser creadas.
¿Por qué parte empezar? Propongo que lo hagamos con la técnica de la interpretación del
sueño; resultará más plástica y les producirá una impresión más viva.
El paciente, pues, ha referido un sueño que debemos interpretar. Lo hemos escuchado
impasibles, sin poner en movimiento nuestra reflexión(4). ¿Qué haremos primero? Nos
resolvemos a hacer el menor caso posible de lo que hemos escuchado, del sueño manifiesto.
Desde luego, este último presenta toda clase de caracteres que no nos resultan indiferentes del
todo. Puede ser coherente, poseer una composición tersa como la de una creación literaria, o
bien ser confuso hasta resultar incomprensible, casi como un delirio; puede contener elementos
absurdos o chistes y conclusiones en apariencia agudas; puede aparecerle al soñante claro y
nítido o turbio y borroso, sus imágenes mostrarán la plena intensidad sensible de las
percepciones o serán desleídas como una sombra fugitiva, y los más diversos caracteres
pueden darse cita en el mismo sueño, distribuirse en diversos lugares; por último, el sueño
puede mostrar un tono afectivo indiferente o ir acompañado por las más intensas excitaciones
alegres o penosas. No crean ustedes que desdeñamos por completo esa infinita diversidad del
sueño manifiesto; más tarde volveremos a considerarla y hallaremos en ella mucho de utilizable
para la interpretación, pero al comienzo la omitimos y echamos a andar por el camino principal
que lleva a la interpretación del sueño. Vale decir, exhortamos al soñante a liberarse igualmente
de la impresión del sueño manifiesto, a que aparte su atención del conjunto y la dirija a los
elementos singulares del contenido del sueño, y a que nos comunique, en su secuencia, cuanto
se le ocurra sobre cada uno de estos fragmentos, las asociaciones que le acuden cuando los
considera por separado.
¿No es verdad que tenemos ahí una técnica particular, diversa del modo usual de tratar una
comunicación o enunciado? Ya coligen ustedes que tras ese procedimiento se esconden
premisas no explicitadas todavía. Pero sigamos adelante. ¿En qué orden haremos que el
paciente aborde los fragmentos de su sueño? Se nos abren varios caminos. Podemos seguir
simplemente el orden cronológico tal como resultó del relato del sueño. Es el método llamado
clásico, el más riguroso. O podemos indicar al soñante que busque primero en el sueño los
restos diurnos, pues la experiencia nos ha enseñado que en casi todo sueño se inserta un resto
mnémico o una alusión a un episodio -con frecuencia a varios- del día del sueño, y cuando
seguimos esos anudamientos solemos hallar de un golpe el paso del mundo en apariencia
remoto del sueño a la vida real del paciente. O bien le ordenamos comenzar por aquellos
elementos del contenido del sueño que le resultan llamativos por su particular nitidez e
intensidad sensible. En efecto, sabemos que le será particularmente fácil obtener asociaciones
sobre ellos. Es indiferente por cuál de estas modalidades nos acerquemos a las asociaciones
buscadas (5).
Por fin obtenemos esas asociaciones. Aportan las cosas más variadas, recuerdos del día
anterior, el día del sueño, y de un lejano pasado; reflexiones, discusiones con su pro y su contra,
confesiones e interpelaciones. Muchas de ellas le brotan al paciente, frente a otras se atasca un
rato. La mayoría muestra un vínculo neto con un elemento del sueño, y ello no es asombroso,
puesto que partieron de él; pero también sucede que el paciente las introduzca con estas
palabras: «Esto no parece tener nada que ver con el sueño; lo digo porque se me ocurre».
Si uno presta oídos a esta plétora de ocurrencias, pronto nota que tienen en común con el
contenido del sueño algo más que su mero punto de partida. Arrojan una luz sorprendente sobre
todas las partes del sueño, llenan las lagunas que había entre ellas, vuelven comprensibles sus
raros agrupamientos. Por fin, a uno no puede menos que aclarársele la relación entre ellas y
con el contenido del sueño. El sueño aparece como una selección abreviada de las
asociaciones, es verdad que producida de acuerdo con reglas que todavía no penetramos; y
sus elementos, como los representantes {Repräsentant} de una multitud, surgidos de una
elección. No hay duda de que mediante nuestra técnica hemos obtenido aquello que es
sustituido por el sueño y en lo cual ha de hallarse su valor psíquico, pero, al mismo tiempo, algo
que ya no muestra las propiedades extrañas del sueño, su ajenidad y confusión.
Pero, ¡cuidado con un malentendido! Las asociaciones sobre el sueño no son todavía los
pensamientos oníricos latentes. Estos están contenidos en las asociaciones como en un líquido
madre; empero, no lo están acabadamente. Por un lado, las asociaciones aportan mucho más
que lo que necesitamos para la formulación de los pensamientos oníricos latentes, a saber:
aportan todas las puntualizaciones, transiciones, conexiones que el intelecto del paciente debió
producir en tanto se iba aproximando a los pensamientos oníricos. Por otro lado, es frecuente
que la asociación se detenga justo delante de los pensamientos oníricos genuinos, sólo llegue
hasta su cercanía, los roce apenas en las alusiones. Entonces intervenimos por nuestra cuenta,
completamos las indicaciones, extraemos conclusiones irrefutables, enunciamos aquello que el
paciente sólo convocó en sus asociaciones. Esto suena como si dejáramos a nuestro ingenio y
nuestro albedrío jugar con el material que el soñante puso a nuestra disposición, como sí
abusáramos de ese material introduciéndole sentidos {híneindeuten} que no podrían extraerse
de él mediante interpretación {herausdeuten}; y en verdad, en una exposición abstracta no es
fácil demostrar la legitimidad de nuestro proceder. Pero bastará que hagan ustedes mismos el
análisis de un sueño o profundicen en uno de los ejemplos bien descritos en nuestra bibliografía
para que se convenzan de la fuerza probatoria de ese trabajo interpretativo.
Si en la interpretación del sueño dependemos en general y principalmente de las asociaciones
del soñante, hay empero ciertos elementos del contenido del sueño frente a los cuales nos
comportamos con entera autonomía, sobre todo porque nos vemos precisados a hacerlo,
porque comúnmente fallan las asociaciones sobre ellos. Desde temprano hemos notado que
los contenidos a raíz de los cuales esto ocurre son siempre los mismos; no son muy
numerosos, y una experiencia acumulada nos ha enseñado que deben aprehenderse e
interpretarse como símbolos de otra cosa. Por comparación con los otros elementos oníricos
es lícito atribuirles un significado fijo, que, empero, no necesita ser unívoco, y cuya extensión es
comandada por reglas particulares, insólitas para nosotros. Dado que sabemos traducir esos
símbolos -no así el soñante, aunque él mismo los ha usado-, puede suceder que el sentido de
un sueño se nos vuelva claro de inmediato antes de cualquier empeño por interpretarlo y tan
pronto como hemos escuchado el texto del sueño, mientras que el soñante mismo sigue
enfrentado a un enigma. Pero acerca del simbolismo, lo que sabemos de él, los problemas que
nos depara, ya he dicho tanto en mis conferencias anteriores (6) que hoy no necesito repetirme.
He ahí, pues, nuestro método de interpretación de los sueños. La pregunta inmediata,
plenamente justificada, reza: ¿Es posible i nterpretar con su auxilio todos los sueños? (7). Y la respuesta es: No, no todos, pero sí un número suficiente como para certificar la
aplicabilidad y justificación del procedimiento. Pero, ¿por qué no todos? Esta nueva respuesta
nos enseñará algo importante que por sí mismo nos introduce en las condiciones psíquicas de
la formación del sueño: porque el trabajo de la interpretación del sueño se realiza contra una
resistencia cuya magnitud varía desde lo imperceptible hasta lo insuperable -al menos para
nuestros medios actuales-. En el curso del trabajo, es imposible pasar por alto las
exteriorizaciones de esa resistencia. En muchos lugares las asociaciones se brindan sin
vacilación alguna y ya la primera o la segunda ocurrencia traen el esclarecimiento. En otras, el
paciente se atasca y titubea antes de enunciar una asociación, y luego uno tiene que escuchar
una larga cadena de ocurrencias antes de conseguir algo utilizable para la comprensión del
sueño. Con derecho, consideramos más intensa la resistencia cuanto más larga y sinuosa es
la cadena de asociaciones. También en el olvido de los sueños registramos esa misma
influencia. Harto a menudo ocurre que el paciente, por más que se empeña, no puede
acordarse de uno de sus sueños. Empero, tras eliminar en un tramo de trabajo analítico cierta
dificultad que había perturbado al paciente en su relación con el análisis, el sueño olvidado
vuelve a presentarse de pronto. Aquí vienen al caso otras dos observaciones. Con mucha
frecuencia sucede que al comienzo se omite algún fragmento de un sueño, y luego se lo agrega
como complemento. Ha de entendérselo como un intento de olvidarlo. La experiencia muestra
que justo ese fragmento es el más significativo; suponemos, pues, que su comunicación
tropezó con una resistencia más intensa que la de otros (8). En segundo lugar, a
menudo vemos que el soñante trabaja en sentido contrario al olvido de sus sueños si los fija por escrito enseguida de despertar. Podemos decirle que es inútil, pues la resistencia a la que de ese modo arrancó la conservación del texto del sueño se desplaza entonces a las asociaciones y hace que el sueño manifiesto sea inaccesible a la interpretación (9). En tales circunstancias, no nos asombrará que un ulterior incremento de la resistencia sofoque por completo las asociaciones, frustrando así la interpretación del sueño.
De todo ello inferimos que la resistencia que notamos en el curso de nuestro trabajo de
interpretación tiene que haber participado también en la génesis del sueño. Cabe distinguir
directamente entre sueños generados bajo una escasa o una elevada presión de resistencia
(10). No obstante, aun dentro del mismo sueño, esa presión varía de un lugar a otro;
es culpable de las lagunas, oscuridades y confusiones que pueden interrumpir la trama hasta
del sueño más hermoso.
Pero, ¿qué es lo que produce resistencia y contra qué? Pues bien; la resistencia es para
nosotros el indicio más seguro de un conflicto. Tiene que haber ahí una fuerza que quiera
expresar algo y otra que no se avenga a permitir esa exteriorización. Es posible que el sueño
manifiesto, sobrevenido después, reúna todas las decisiones en que se condensó esa lucha
entre las dos aspiraciones. En cierto lugar, tina de las fuerzas acaso consiguió imponer lo que
quería decir; en otro, la instancia contrariante logró borrar por completo la comunicación
intentada o sustituirla por algo que ya no dejaba traslucir ningún rastro de ella. Los casos más
frecuentes -y los más característicos para la formación de los sueños– son aquellos en que el
conflicto desembocó en un compromiso, de suerte que la instancia comunicante pudo decir lo
que quería, pero no tal como quería decirlo, sino sólo atemperado, desfigurado y vuelto
irreconocible. Por tanto, que el sueño no refleje fielmente los pensamientos oníricos, que haga
falta un trabajo interpretativo para salvar el hiato entre aquel y estos, he ahí un éxito de la
instancia contrariante, inhibidora y restrictiva que hemos descubierto a partir de la percepción de
la resistencia en nuestro trabajo de interpretación. Mientras estudiamos al sueño como un
fenómeno aislado, con independencia de las formaciones psíquicas emparentadas, llamamos a
esa instancia el censor(11) del sueño.
Notas:
1-{«Shibbólet», palabra hebrea que utilizaban los galaaditas para reconocer a sus enemigos los efraimitas, quienes decían «sibbólet» «porque no podían pronunciar de aquella suerte» (Jueces, 12:5-6).}
2- {Revista internacional de psicoanálisis (médico); a partir del volumen 6 de la revista se suprimió de su título el adjetivo «ärztliche» («médico»).}
3- [Cf. la parte II de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17).]
4- [Se hallarán algunas esclarecedoras consideraciones sobre la reflexión, dentro de un contexto similar, en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 123.]
5- [En sus «Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños» (1923c), AE, 19, pág. 111, Freud da una lista algo diferente de estas modalidades.]
6- [Cf. la 10ª de las Conferencias de introducción (1916-17).]
7- [Poco tiempo atrás, Freud había dedicado a los límites de la interpretabilidad una sección de su trabajo «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto» (1925i), AE, 19, págs. 129 y sigs.]
8- [Cf. La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 513.]
9- [Cf. «El uso de la interpretación de los sueños en el psicoanálisis» (1911e), AE, 12, pág. 91.]
10- [Cf. «Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños» (1923c), AE, 19, pág. 112.]
11- [Es esta una de las raras ocasiones en que Freud emplea la forma «Zensor» en vez de «Zensur» {«censura»}. Cf. mi nota al pie en la 26ª de las Conferencias de introducción (1916-17), AE, 16, pág. 390.]
Continúa en Revisión de la doctrina de los sueños I y Revisión de la doctrina de los sueños II