29ª conferencia.
Revisión de la doctrina de los sueños I
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Desde hace tiempo saben ustedes que esa censura no es un dispositivo particular de la vida onírica. Saben que el conflicto entre dos instancias psíquicas que -de manera inexactadesignamos como lo reprimido inconciente y lo conciente gobierna toda nuestra vida anímica, y que la resistencia a la interpretación del sueño, indicio de la censura onírica, no es más que la resistencia de represión {de desalojo} por medio de la cual aquellas dos instancias se separan una de otra. Saben también que, bajo determinadas condiciones, del conflicto entre ellas surgen otros productos psíquicos, que, tal como el sueño, son el resultado de compromisos; y no
pedirán que repita ante ustedes todo lo incluido en la introducción a la doctrina de las neurosis y
les exponga lo que conocemos acerca de esa formación de compromiso. Han comprendido
que el sueño es un producto patológico, el primer eslabón de la serie que incluye al síntoma
histérico, la representación obsesiva, la idea delirante (1), pero que se distingue de
los demás por su carácter pasajero y por el hecho de generarse en circunstancias que
corresponden a la vida normal. En efecto, retengámoslo: la vida onírica es, como ya dijo
Aristóteles, el modo en que nuestra alma trabaja durante el estado del dormir (2).
Este último produce un extrañamiento respecto del mundo exterior real, estableciéndose así la
condición para el despliegue de una psicosis. Ni aun con el más cuidadoso estudio de las
psicosis graves descubriríamos un rasgo que caracterizara mejor a ese estado patológico.
Ahora bien, el extrañamiento de la realidad se produce en la psicosis de dos maneras:
volviéndose hiperintenso lo reprimido-inconciente hasta el punto de avasallar a lo conciente (que
depende de la realidad) (3), o bien porque la realidad se hace tan insoportablemente
penosa que el yo amenazado, en una rebelión desesperada, se arroja en brazos de lo pulsional
inconciente. La inofensiva psicosis del sueño es la consecuencia de un retiro del mundo exterior
sólo temporario, concientemente querido, y desaparece tan pronto se retoman los vínculos con
este. Mientras dura el aislamiento del que duerme, se produce también una alteración en la
distribución de su energía psíquica; puede ahorrarse una parte del gasto de represión que de
ordinario se usaba para sofrenar lo inconciente; en efecto, aunque eso inconciente aproveche
su relativa liberación poniéndose activo, halla bloqueada la vía hacia la motilidad y expedita sólo
la vía inocua que lleva a la satisfacción alucinatoria. En tales condiciones puede formarse un
sueño; empero, el hecho de la censura onírica muestra que aun en el estado del dormir se ha
conservado bastante de la resistencia de represión {de desalojo}.
Aquí se nos abre un camino para responder un interrogante: ¿El sueño tiene también una
función, está encargado de una operación útil? El reposo exento de estímulos que el estado del
dormir querría producir es amenazado desde tres lados: de manera más contingente, por
estímulos externos sobrevenidos mientras se duerme y por intereses diurnos que no admiten
ser suspendidos; de manera inevitable, por las mociones pulsionales reprimidas, insaciadas,
que acechan la oportunidad de exteriorizarse. A consecuencia de la rebaja nocturna de las
represiones {esfuerzos de desalojo}, se correría el peligro de que el reposo del dormir fuera
turbado todas las veces que la incitación externa o interna llegara a establecer un enlace con
una de las fuentes pulsionales inconcientes. El proceso onírico permite que el producto de
semejante cooperación desemboque en una vivencia alucinatoria inocua, y así asegura la
continuación del dormir. Que a veces el sueño despierte al durmiente, presa de un desarrollo de
angustia, en modo alguno contradice esa función; antes al contrario, es una señal de que el
guardián considera demasiado peligrosa la situación y ya no cree poder dominarla. No es raro
que todavía dormidos oigamos una voz que quiere tranquilizarnos para que no despertemos: «¡
Pero si no es más que un sueño!».
He ahí, señoras y señores, cuanto quería decirles sobre la interpretación de los sueños, cuya tarea consiste en llevarnos del sueño manifiesto a los pensamientos oníricos latentes. Una vez logrado esto, en el análisis práctico casi siempre se extingue el interés por el sueño. Uno inserta, entre las otras, la comunicación que recibió en la forma de un sueño, y sigue adelante con el análisis. Pero nosotros tenemos interés en demorarnos más tiempo en el sueño; nos atrae estudiar el proceso por el cual los pensamientos oníricos latentes se mudaron en el sueño manifiesto. Lo llamamos el trabajo del sueño. Como ustedes recuerdan, lo describí muy en detalle en mis anteriores conferencias (4) tanto que en este panorama de hoy puedo limitarme a unos resúmenes en extremo sucintos.
El proceso del trabajo del sueño es entonces algo enteramente nuevo, y ajeno; nada
semejante a él se nos había hecho notorio antes. Nos ha proporcionado la primera visión de los procesos que se desenvuelven en el sistema inconciente, mostrándonos que difieren por
completo de lo que conocemos por nuestro pensar conciente, pues a este último le parecerían
por fuerza inauditos y defectuosos. Y el valor de estos hallazgos es realzado, además, por el
descubrimiento de que en la formación de los síntomas neuróticos actúan los mismos
mecanismos -no osamos decir: procesos de pensamiento- que mudaron los pensamientos
oníricos latentes en el sueño manifiesto.
En lo que sigue no podré evitar un modo esquemático de exposición. Supongamos que en
determinado caso abarquemos panorámicamente todos los pensamientos latentes, con su
mayor o menor carga afectiva, por los que fue sustituido el sueño manifiesto tras una
interpretación onírica consumada. Entonces nos resultará llamativa una diferencia entre ellos,
diferencia que nos permitirá dar un paso adelante. Casi todos esos pensamientos oníricos son
conocidos o reconocidos por el soñante; admite que en esta o estotra oportunidad pensó eso, o
habría podido pensarlo. Sólo se revuelve contra la aceptación de uno de ellos; le resulta ajeno, y
acaso hasta repugnante; es posible que lo arroje de sí{weisen von sich} presa de una agitación
apasionada. Ahora se nos vuelve claro que los otros pensamientos son fragmentos de un
pensar conciente -dicho de manera más correcta: preconciente-, habrían podido pensarse
también en la vida de vigilia, y es probable que se hayan formado durante el día. Ahora bien, este
único pensamiento desmentido, o mejor dicho esta única moción, es hija de la noche; pertenece
a lo inconciente del que sueña, y por eso la desmiente y la desestima. Debió esperar el
relajamiento nocturno de la represión para conseguir expresarse de algún modo. Comoquiera
que fuese, es una expresión debilitada, desfigurada, disfrazada; no la habríamos hallado sin el
trabajo de la interpretación del sueño. Esa moción inconciente debe a su enlace con los otros
pensamientos oníricos, exentos de objeción, la oportunidad de colarse con un disfraz que le
permite pasar inadvertida a través de la barrera de la censura. Y por otra parte, los
pensamientos oníricos preconcientes deben a ese mismo enlace el poder de gobernar la vida
anímica aun mientras se duerme. En efecto, ya no tenemos ninguna duda: esa moción
inconciente es el genuino creador del sueño, costea la energía psíquica para su formación.
Como cualquier otra moción pulsional, no puede aspirar sino a su satisfacción, y en verdad la
experiencia que hemos adquirido en la interpretación de los sueños nos muestra que ese es el sentido de todo soñar. En todo sueño debe figurarse como cumplido un deseo pulsional. El bloqueo nocturno de la vida anímica respecto de la realidad, y la regresión a mecanismos primitivos que posibilita, permiten que esa satisfacción pulsional deseada se vivencie como presente por vía alucinatoria. A consecuencia de esa misma regresión, las representaciones se trasponen en el sueño a imágenes visuales, vale decir, los pensamientos oníricos latentes se dramatizan e ilustran.
A partir de esta pieza del trabajo del sueño obtenemos información sobre algunos de los
caracteres más llamativos y peculiares del sueño. Paso a repetir el proceso de su formación. El
introito es el deseo de dormir, el extrañamiento deliberado del mundo exterior. De ahí derivan
dos consecuencias para el aparato anímico: en primer lugar, la posibilidad de que afloren dentro
de él modos de trabajo más antiguos y primitivos -la regresión-; en segundo lugar, la rebaja de
la resistencia de represión {de desalojo} que gravita sobre lo inconciente. De este último factor
resulta la posibilidad de la formación del sueño, posibilidad que es aprovechada por las
ocasiones, los estímulos externos e internos puestos en movimiento. El sueño así generado es
ya una formación de compromiso; tiene una doble función: por un lado es acorde con el yo,
puesto que sirve al deseo de dormir mediante la tramitación de los estímulos que lo perturban, y
por el otro permite a una moción pulsional reprimida la satisfacción que es posible en estas
condiciones, en la forma de un cumplimiento alucinatorio de deseo. Empero, todo el proceso de
la formación del sueño, permitido por el yo durmiente, se encuentra bajo la condición de la
censura ejercida por el resto de la represión {esfuerzo de desalojo} que se conservó. No puedo
exponer de manera más simple el proceso, pues él mismo no es simple. Lo que sí puedo hacer
ahora es seguir describiendo el trabajo del sueño.
Volvamos otra vez a los pensamientos oníricos latentes. Su elemento más intenso es la moción
pulsional reprimida que se ha procurado una expresión, aunque mitigada y disfrazada,
apuntalándose en la presencia de estímulos casuales y en la trasferencia a los restos diurnos.
Como cualquier moción pulsional, esta también esfuerza a satisfacerse mediante la acción ‘
pero tiene bloqueada la vía hacia la motilidad por los dispositivos fisiológicos del estado del
dormir; se ve precisada a encaminarse -en el sentido retrocedente- hacia la percepción y a
conformarse con una satisfacción alucinada. De tal modo, los pensamientos oníricos latentes
se trasponen en una suma de imágenes sensoriales y escenas visuales. Por este camino les
acontece lo que se nos presenta tan novedoso y extraño. Todos los recursos lingüísticos
mediante los cuales se expresan las relaciones más finas entre los pensamientos, las
conjunciones y preposiciones, las variaciones de la declinación y la conjugación, desaparecen,
porque les faltan los medios que les permitirían figurarse; como en un lenguaje primitivo sin
gramática, sólo se expresa la materia en bruto del pensar, lo abstracto es reconducido a lo
concreto que está en su base. En cuanto a lo que resta, es fácil que parezca incoherente. El
recurso en vasta escala a la figuración de ciertos objetos y procesos mediante símbolos que se
han vuelto ajenos al pensar conciente responde tanto a la regresión arcaica dentro del aparato
psíquico como a los requerimientos de la censura. Pero otras alteraciones emprendidas con los
elementos de los pensamientos oníricos van mucho más allá. Algunos entre los que pueda
descubrirse un punto de contacto son condensados en nuevas unidades. En la trasposición de
los pensamientos a imágenes, se prefieren de manera inequívoca aquellos que admitan una
reunión, una condensación de esa índole; es como si actuara una fuerza que sometiera el
material a un prensado, a un esfuerzo unitivo. Luego, a consecuencia de la condensación, un
elemento del sueño manifiesto puede corresponder a varios de los pensamientos oníricos
latentes; y a la inversa, un elemento de estos últimos puede estar subrogado por varias
imágenes en el sueño.
Todavía más asombroso es el otro proceso, el del desplazamiento o trasferencia del acento,
que en el pensar conciente es notorio sólo como falacia o como recurso del chiste. Es que las
representaciones singulares de los pensamientos oníricos no poseen todas el mismo valor,
están investidas con montos de afecto de magnitud diversa y, correlativamente, el juicio las
estima más o menos importantes y dignas de interés. En el trabajo del sueño, esas
representaciones son separadas de los afectos adheridos a ellas; y estos afectos son
tramitados por sí, pueden ser desplazados sobre otra cosa, conservarse, experimentar
mudanzas o bien no aparecer para nada en el sueño. La importancia de las representaciones
despojadas del afecto retorna en el sueño como intensidad sensible de las imágenes oníricas,
pero notamos que ese acento ha traspasado de los elementos sustantivos a los indiferentes, de
modo que en el sueño aparece empujado al primer plano como asunto principal lo que en los
pensamientos oníricos sólo desempeñaba un papel accesorio, y, a la inversa, lo esencial de los
pensamientos oníricos sólo halla en el sueño una figuración colateral, poco nítida. Ninguna otra
pieza del trabajo del sueño contribuye tanto a tornar a este último ajeno e incomprensible para el
soñante. El desplazamiento es el principal medio de la desfiguración que los pensamientos
oníricos deben admitir bajo el influjo de la censura.
Tras esas intervenciones sobre los pensamientos oníricos, el sueño queda casi listo.
Todavía, después que ha emergido ante la conciencia como objeto de percepción, se suma un
factor bastante inconstante, la llamada elaboración secundaria, a saber: tratamos al sueño
como solemos hacerlo con todos nuestros contenidos perceptivos, procuramos llenar lagunas,
introducir nexos y, así, nos exponemos muchas veces a incurrir en unos malentendidos harto
groseros. Pero esta actividad por así decir racionalizadora, que en el mejor de los casos provee
al sueño de una fachada tersa, inapropiada a su contenido efectivo, también puede omitirse o
exteriorizarse en una medida muy modesta, y entonces el sueño exhibe abiertamente todas sus
desgarraduras y saltos. Por otra parte, no debe olvidarse que el trabajo del sueño no siempre
procede con la misma energía; muy a menudo se limita a ciertos fragmentos de los
pensamientos oníricos, mientras que a otros se les permite aparecer inmodificados en el sueño.
Entonces se genera la impresión de que en este se realizan las más finas y complejas
operaciones intelectuales, se especula, se hacen chistes, se extraen inferencias, se solucionan
problemas, cuando en verdad todo eso es el resultado de nuestra actividad mental normal, pudo ocurrir la víspera del sueño o durante la noche, no tiene nada que ver con el trabajo del sueño ni trae a la luz nada característico del sueño como tal. En verdad, no es superfluo volver a destacar la oposición que existe dentro de los pensamientos oníricos mismos entre la moción pulsional inconciente y los restos diurnos. Mientras que estos últimos dejan ver toda la diversidad de nuestros actos anímicos, aquella, que pasa a ser el genuino motor de la formación del sueño, por regla general desemboca en un cumplimiento de deseo.
Ya habría podido decirles todo esto quince años atrás, y aun creo que efectivamente se los
dije en aquella ocasión. Recopilemos ahora lo que en los años trascurridos puede haberse
sumado en materia de modificaciones y nuevas intelecciones.
Continúa en ¨29ª conferencia. Revisión de la doctrina de los sueños (tercera parte)¨