Fijaciones de metas sexuales Provisionales
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Surgimiento de nuevos propósitos
Todas las condiciones externas e internas que dificultan el logro de la meta sexual normal o la posponen (impotencia, alto precio del objeto sexual, peligros del acto sexual) refuerzan, como es lógico que acontezca, la inclinación a demorarse en los actos preliminares y a constituir a partir de ellos nuevas metas sexuales que pueden remplazar a las normales. Un examen más atento muestra siempre que estos nuevos propósitos, aun los más extraños en apariencia, ya están esbozados en el acto sexual normal.
Tocar y mirar.
Al menos para los seres humanos, un cierto grado de uso del tacto parece indispensable para
el logro de la meta sexual normal. También es universalmente sabido qué fuente de placer, por
un lado, y qué aflujo de nueva excitación, por el otro, se obtienen de las sensaciones de
contacto con la piel del objeto sexual. Por tanto, el demorarse en el tocar, siempre que el acto
sexual siga adelante, difícilmente puede contarse entre las perversiones.
Algo semejante ocurre con el mirar, derivado en último análisis del tocar. La impresión óptica
sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa. Y sobre la
transitabilidad de ese camino se apoya -si es que está permitido este abordaje teleológico (1) –
la selección natural, en la medida en que hace desarrollarse al objeto sexual en el sentido de la
belleza. La ocultación del cuerpo, que progresa junto con la cultura humana, mantiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas. Empero, puede ser desviada («sublimada») en el ámbito del arte, si uno puede apartar su interés de los genitales para dirigirlo a la forma del cuerpo como un todo (2). La mayoría de las personas normales se demoran en cierto grado en esa meta
intermediaria que es el mirar teñido sexualmente. Y esto les da aun la posibilidad de dirigir cierto
monto de su libido a metas artísticas más elevadas. Por el contrario, el placer de ver se
convierte en perversión cuando: a) se circunscribe con exclusividad a los genitales; b) se une a
la superación del asco (voyeur: el que mira a otro en sus funciones excretorias), o c) suplanta
{verdrängen} a la meta sexual normal, en lugar de servirle de preliminar. Este último caso es,
marcadamente el de los exhibicionistas, quienes, si me es lícito inferirlo tras numerosos
análisis (3) enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como
contraprestación. (4)
En la perversión cuya aspiración consiste en mirar y ser mirado sale a la luz un rasgo
asombroso, del que habremos de ocuparnos con mayor intensidad a raíz de la aberración que
sigue; a saber: la meta sexual se presenta en doble configuración, en forma activa y pasiva.
El poder que se contrapone al placer de ver y que llegado el caso es suprimido por este (como
ocurría en el caso anterior con el asco) es la vergüenza.
Sadismo y masoquismo.
La inclinación a infligir dolor al objeto sexual y su contraparte, las más frecuentes e importantes
de todas las perversiones, ha sido bautizada por Krafft-Ebing en sus dos conformaciones, la
activa y la pasiva, como sadismo y masoquismo (pasivo), Otros autores [p. ej.,
Schrenck-Notzing (1899)] prefieren la designación más estricta de algolagnia, que destaca el
placer por el dolor, la crueldad, mientras que los nombres escogidos por Krafft-Ebing ponen en
primer plano el placer por cualquier clase de humillación y de sometimiento.
Es fácil pesquisar en las personas normales las raíces de la algolagnia activa, el sadismo. La
sexualidad de la mayoría de los varones exhibe un componente de agresión, de inclinación a sojuzgar, cuyo valor biológico quizá resida en la necesidad de vencer la resistencia del objeto sexual también de otra manera, no sólo por los actos del cortejo. El sadismo respondería,
entonces, a un componente agresivo de la pulsión sexual, componente que se ha vuelto
autónomo, exagerado, elevado por desplazamiento {descentramiento} al papel principal (5).
En el lenguaje usual, el concepto de sadismo fluctúa entre una actitud meramente activa, o aun
violenta, hacia el objeto sexual, hasta el sometimiento y el maltrato infligidos a este último como
condición exclusiva de la satisfacción. En sentido estricto, sólo este segundo caso, extremo,
merece el nombre de perversión.
De manera similar, la designación «masoquismo» abarca todas las actitudes pasivas hacia la
vida y el objeto sexuales, la más extrema de las cuales es el condicionamiento de la
satisfacción al hecho de padecer un dolor físico o anímico infligido por el objeto sexual. En
cuanto perversión, el masoquismo parece alejarse de la meta sexual normal más que su
contraparte; en primer lugar, puede dudarse de que alguna vez aparezca primariamente; quizá
nace, de manera regular, por trasformación a partir del sadismo. (6) A menudo
puede reconocerse que el masoquismo no es otra cosa que tina prosecución del sadismo
vuelto hacia la persona propia, la cual en un principio hace las veces del objeto sexual. El
análisis clínico de casos extremos de perversión masoquista nos hace ver la cooperación de
una vasta serie de factores que exageran y fijan la originaria actitud sexual pasiva (complejo de
castración, conciencia de culpa).
El dolor así superado se alinea junto con el asco y la vergüenza, que se oponían a la libido en
calidad de resistencias. (7)
Sadismo y masoquismo ocupan una posición particular entre las perversiones, pues la oposición entre actividad y pasividad que está en su base pertenece a los caracteres
universales de la vida sexual.
La historia de la cultura humana nos enseña, fuera de toda duda, que crueldad y pulsión sexual
se copertenecen de la manera más estrecha. Para esclarecer ese nexo, empero, no se ha ido
más allá de insistir en el componente agresivo de la libido. Según algunos autores, esa agresión
que va mezclada con la pulsión sexual es en verdad un resto de apetitos canibálicos; sería,
entonces, una coparticipación del aparato de apoderamiento, que sirve a la satisfacción de la
otra gran necesidad, ontogenéticamente más antigua (8). También se ha sostenido
que todo dolor contiene, en sí y por sí, la posibilidad de una sensación placentera. Aquí nos
conformaremos con apuntar una impresión: el esclarecimiento de estas perversiones no ha
sido en manera alguna satisfactorio, y es posible que en ellas varias aspiraciones anímicas se
reúnan en un efecto único. (9)
Ahora bien, la propiedad más llamativa de esta perversión reside en que su forma activa y su
forma pasiva habitualmente se encuentran juntas en una misma persona. El que siente placer
en producir dolor a otro en una relación sexual es capaz también de gozar como placer del dolor
que deriva de unas relaciones sexuales. Un sádico es siempre también al mismo tiempo un
masoquista, aunque uno de los dos aspectos de la perversión, el pasivo o el activo, puede
haberse desarrollado en él con más fuerza y constituir su práctica sexual prevaleciente. (10)
Así, vemos que algunas de las inclinaciones perversas se presentan regularmente como pares
de opuestos, lo cual, por referencia a un material que aportaremos después, puede tener gran
significación teórica. (11) Es ilumínador, además, que la existencia del par de
opuestos sadismo-masoquismo no pueda derivarse sin más de la injerencia de un componente
agresivo. Por el contrario, estaríamos tentados de poner en relación la presencia simultánea de
esos opuestos con la oposición de lo masculino y lo femenino, conjugada en la bisexualidad -el
psicoanálisis a menudo se ve precisado a remplazar esta última oposición por la que media
entre activo y pasivo. (12)
Consideraciones generales sobre todas las perversiones.
Variación y enfermedad.
Los médicos que primero estudiaron las perversiones en casos bien acusados y bajo
circunstancias particulares se inclinaron, desde luego, a atribuirles el carácter de un signo
patológico o degenerativo, tal como hicieron respecto de la inversión; no obstante, en el caso
que nos ocupa es más fácil rechazar este punto de vista. La experiencia cotidiana ha mostrado
que la mayoría de estas trasgresiones, siquiera las menos enojosas de ellas, son un ingrediente
de la vida sexual que raramente falta en las personas sanas, quienes las juzgan como a
cualquier otra intimidad. Si las circunstancias lo favorecen, también la persona normal puede
remplazar durante todo un período la meta sexual normal por una perversión de esta clase o
hacerle un sitio junto a aquella. En ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta
sexual normal que podría llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar
cuán inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión. En el campo de la vida
sexual, justamente, se tropieza con dificultades particulares, en verdad insolubles por ahora, si
se pretende trazar un límite tajante entre lo que es mera variación dentro de la amplitud
fisiológica y los síntomas patológicos.
Comoquiera que sea, en muchas de estas perversiones la cualidad de la nueva meta sexual es
tal que requiere una apreciación particular. Algunas de ellas se alejan tanto de lo normal por su
contenido que no podemos menos que declararlas «patológicas», en particular aquellas en que
la pulsión sexual ejecuta asombrosas operaciones (lamer excrementos, abusar de cadáveres)
superando las resistencias (vergüenza, asco, horror, dolor). Pero ni aun en estos casos puede
abrigarse la expectativa cierta de que se trate regularmente de personas con otras
anormalidades graves, o enfermos mentales. Tampoco aquí es posible pasar por alto el hecho
de que personas que en todo lo demás tienen una conducta normal se acreditan como
enfermas solamente en el campo de la vida sexual, bajo el imperio de la más indómita de las
pulsiones. En cambio, la anormalidad manifiesta en otras relaciones vitales suele mostrar
invariablemente un trasfondo de conducta sexual anormal.
En la mayoría de los casos podemos encontrar en la perversión un carácter patológico, no por
el contenido de la nueva meta sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la
perversión no se presenta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias
favorables la promueven y otras desfavorables impiden lo normal, sino que suplanta
{verdrängen} y sustituye a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi
siempre juzgarla como un síntoma patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad y
en la fijación de la perversión.
La contribución de lo anímico en las perversiones.
Quizá justamente en las más horrorosas perversiones es preciso admitir la más vasta
contribución psíquica a la trasmudación de la pulsión sexual. He aquí una obra del trabajo
anímico a la que no puede negarse, a pesar de su horrible resultado, el valor de una idealización de la pulsión. Tal vez en ninguna parte la omnipotencia del amor se muestre con mayor fuerza
que en estos desvíos suyos. En la sexualidad, lo más sublime y lo más nefando aparecen por
doquier en íntima dependencia («Desde el cielo, pasando por el mundo, hasta el infierno» (13)
Dos resultados.
El estudio de las perversiones nos ha procurado esta intelección: la pulsión sexual tiene que
luchar contra ciertos poderes anímicos en calidad de resistencias; entre ellos, se destacan de la
manera más nítida la vergüenza y el asco. Es lícito conjeturar que estos poderes han
contribuido a circunscribir la pulsión dentro de las fronteras consideradas normales, y que si se
han desarrollado temprano en el individuo, antes que la pulsión sexual alcanzara la plenitud de
su fuerza, fueron justamente ellos los que marcaron la dirección de su desarrollo. (14)
Hemos observado, además, que algunas de las perversiones investigadas sólo podían
comprenderse por la conjunción de varios motivos. Si admiten un análisis -una
descomposición-, tienen que ser de naturaleza compuesta. De ahí podemos conjeturar que
acaso la pulsión sexual no es algo simple, sino que consta de componentes que en las
perversiones vuelven a separarse. La clínica nos habría revelado así la existencia de unas
fusiones que no se dan a conocer como tales en la conducta normal uniforme. (15)
La pulsión sexual en los neuróticos.
El psicoanálisis.
Una importante contribución al conocimiento de la pulsión sexual en personas que por lo menos
se aproximan a lo normal se obtiene de una fuente asequible por un único y especial camino.
Para conseguir una información exhaustiva y certera acerca de la vida sexual de los llamados
psiconeuróticos ( [los que sufren de] histeria, neurosis obsesiva, la falsamente llamada
neurastenia, con seguridad también la dementia praecox y la paranoia) (16) existe un
único medio: someterlos a la exploración psicoanalítica, de la que se sirve el procedimiento
terapéutico introducido por Josef Breuer y por mí en 1893, y entonces llamado «catártico».
Debo anticipar, repitiendo lo que he dicho en otras publicaciones, que estas psiconeurosis,
hasta donde llegan mis experiencias, descansan en fuerzas pulsionales de carácter sexual.
Con ello no quiero decir que la energía de la pulsión sexual preste una mera contribución a las
fuerzas que sustentan a los fenómenos patológicos (síntomas), sino aseverar expresamente
que esa participación es la única fuente energética constante de las neurosis, y la más
importante, de suerte que la vida sexual de las personas afectadas se exterioriza de manera
exclusiva, o predominante, o sólo parcial, en estos síntomas. Como he expresado en otro
lugar (17), los síntomas son la práctica sexual de los enfermos. La prueba de esta aseveración
me la ha brindado un creciente número de psicoanálisis de histéricos y de otros neuróticos, que
vengo realizando desde hace veinticinco años (18), acerca de cuyos resultados he dado
detallada razón en otros lugares, y seguiré haciéndolo. (19)
El psicoanálisis elimina los síntomas de los histéricos bajo la premisa de que son el sustituto -la
trascripción, por así decir- de una serie de procesos anímicos investidos de afecto, deseos y
aspiraciones, a los que en virtud de un particular proceso psíquico (la represión) se les ha
denegado {frustrado} el acceso a su tramitación en una actividad psíquica susceptible de
conciencia. Y entonces, estas formaciones de pensamiento que han quedado relegadas al
estado de lo inconciente aspiran a una expresión proporcionada a su valor afectivo, a una
descarga, y en el caso de la histeria la encuentran en el proceso de la conversión en
fenómenos somáticos: precisamente, los síntomas histéricos. Ahora bien, siguiendo ciertas
reglas, con ayuda de una técnica particular, es posible retrasformar los síntomas en
representaciones ahora devenidas concientes, investidas de afecto; y así se consigue la
averiguación más exacta acerca de la naturaleza y el linaje de estas formaciones psíquicas
antes inconcientes.
Resultados logrados por el psicoanálisis.
Por este camino se averiguó que los síntomas son un sustituto de aspiraciones que toman su
fuerza de la fuente de la pulsión sexual. Armoniza plenamente con ello lo que sabemos sobre el
carácter de los histéricos (los tomamos como modelo de todos los psiconeuróticos) antes de
contraer su enfermedad, y sobre las ocasiones de esta última. El carácter histérico permite
individualizar una cuota de represión sexual que rebasa con mucho la medida normal; un
aumento de las resistencias a la pulsión sexual, resistencias que conocimos como vergüenza,
asco y moral; una especie de huida instintiva frente a todo examen intelectual del problema
sexual, que en los casos más acusados tiene por consecuencia mantener una total ignorancia sexual aun después de alcanzada la madurez genésica. (20)
Este rasgo de carácter, esencial en la histeria, no rara vez se oculta a la observación superficial
por la presencia del segundo factor constitucional de la histeria: el despliegue hiperpotente
{übermächtig} de la pulsión sexual; sólo el análisis psicológico sabe descubrirlo en todos los
casos y solucionar lo enigmático y contradictorio de la histeria comprobando la existencia de
ese par de opuestos: una necesidad sexual hipertrófica (übergross} y una desautorización de lo
sexual llevada demasiado lejos.
La ocasión de enfermar se presenta para la persona de disposición histérica cuando, a
consecuencia de su propia y progresiva maduración o de las circunstancias externas de su
vida, el reclamo sexual objetivo se torna serio para ella. Entre el esforzar de la pulsión y la
acción contrarrestante de la desautorización sexual se sitúa el recurso a la enfermedad; esta no
da una solución al conflicto, sino que es un intento de escapar a él mudando las aspiraciones
libidinosas en síntomas (21). El hecho de que una persona histérica, por ejemplo un
hombre, enferme a raíz de una emoción trivial, de un conflicto en cuyo centro no se sitúa el
interés sexual, no es más que una excepción aparente. En tales casos, el psicoanálisis puede
demostrar regularmente que fue el componente sexual del conflicto el que posibilitó la
contracción de la enfermedad sustrayendo los procesos anímicos a la tramitación normal.
Neurosis y perversión.
Buena parte de Id oposición que han suscitado estas tesis mías se explica por el hecho de que
se hace coincidir la sexualidad de la cual yo derivo los síntomas psiconeuróticos con la pulsión
sexual normal. Pero el psicoanálisis enseña todavía algo más. Muestra que los síntomas en
modo alguno nacen únicamente a expensas de la pulsión sexual llamada normal (no, al menos,
de manera exclusiva o predominante), sino que constituyen la expresión convertida {konvertiert}
de pulsiones que se designarían perversas (en el sentido más lato) si pudieran exteriorizarse
directamente, sin difracción por la conciencia, en designios de la fantasía y en acciones. Por
tanto, los síntomas se forman en parte a expensas de una sexualidad anormal; la neurosis es,
por así decir, el negativo de la perversión. (22)
La pulsión sexual de los psiconeuróticos permite discernir todas las aberraciones que en lo
anterior hemos estudiado como variaciones respecto de la vida sexual normal y como
manifestaciones de la patológica.
a. En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos (sin excepción) se encuentran
mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo. Sin una elucidación
que cale hondo no es posible apreciar como corresponde la importancia de este factor para la
configuración del cuadro patológico; sólo puedo asegurar que la inclinación inconciente a la
inversión nunca falta y, en particular, presta los mayores servicios al esclarecimiento de la
histeria masculina. (23)
b. En el inconciente de los psiconeuróticos pueden pesquisarse, como formadoras de síntoma,
todas las inclinaciones a la trasgresión anatómica; entre ellas, con particular frecuencia e
intensidad, las que reclaman para las mucosas bucal y anal el papel de los genitales.
c. Entre los formadores de síntoma de las psiconeurosis desempeñan un papel sobresaliente
las pulsiones parciales (24), que las más de las veces se presentan en pares de opuestos; ya
tomamos conocimiento de ellas como promotoras de nuevas metas sexuales: la pulsión del
placer de ver y de la exhibición, y la pulsión a la crueldad, configurada activa y pasivamente. La
contribución de esta última se hace indispensable para comprender la naturaleza penosa. de
los síntomas, y casi regularmente gobierna una parte de la conducta social de los enfermos.
Por medio de este enlace de la libido con la crueldad se produce también la mudanza de amor
en odio, de mociones tiernas en mociones hostiles, característica de toda una serie de casos
de neurosis y aun, al parecer, de la paranoia en su conjunto.
El interés por estos resultados aumenta más todavía si se tienen en cuenta algunas
particularidades que presenta el material fáctico. (25)
a. Toda vez que se descubre en el inconciente una pulsión de esa clase, susceptible de ir
aparcada con un opuesto, por regla general puede demostrarse que también este último
produce efectos. Por tanto, toda perversión «activa» es acompañada aquí por su contraparte
pasiva. Quien en el inconciente es exhibicionista, es al mismo tiempo voyeur; quien padece las
consecuencias de la represión de mociones sádicas, recibe otro suplemento a sus síntomas
desde las fuentes de una inclinación masoquista. Es por cierto muy notable la concordancia con
la conducta de las correspondientes perversiones «positivas»; pero en los cuadros patológicos,
una u otra de las inclinaciones opuestas desempeña el papel prevaleciente.
P. En un caso de psiconeurosis más acusado, rara vez se encuentra una sola de estas
pulsiones perversas: las más de las veces -hallamos un gran número de ellas y, por regla
general, huellas de todas. Empero, la intensidad de cada pulsión singular es independiente del
desarrollo de las otras. También en este punto el estudio de las perversiones «positivas» nos
proporciona la exacta contrapartida.
Pulsiones parciales y zonas erógenas. (26)
Si reunimos lo que la indagación de las perversiones positivas y negativas nos ha permitido
averiguar, resulta sugerente reconducirlas a una serie de «pulsiones parciales» que, empero, no
son algo primario, pues admiten una ulterior descomposición (27). Por «pulsión»
podemos entender al comienzo nada más que la agencia representante {Repräsentanz}
psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del
«estímulo», que es producido por excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión»
es uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal. La hipótesis más
simple y obvia acerca de la naturaleza de las pulsiones sería esta: en sí no poseen cualidad
alguna, sino que han de considerarse sólo como una medida de exigencia de trabajo para la
vida anímica. Lo que distingue a las pulsiones unas de otras y las dota de propiedades
específicas es su relación con sus fuentes somáticas y con sus metas. La fuente de la pulsión
es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su meta inmediata consiste en cancelar
ese estímulo de órgano.) (28)
Otra hipótesis provisional en la doctrina de las pulsiones, que no podemos omitir aquí, reza lo
siguiente: los órganos del cuerpo brindan excitaciones de dos clases, basadas en diferencias
de naturaleza química. A una de estas clases de excitación la designamos como la
específicamente sexual, y al órgano afectado, como la «zona erógena» de la pulsión parcial
sexual que arranca de él. (29)
En el caso de las inclinaciones perversas que reclaman valor {Bedeutung} sexual para la
cavidad bucal y la abertura anal, el papel de la zona erógena es visible sin más. En todo
respecto se comporta como una parte del aparato genital. En el caso de la histeria, estos
lugares del cuerpo y los tractos de mucosa que arrancan de ellos se convierten en la sede de
nuevas sensaciones y alteraciones de inervación -y aun de procesos comparables a la
erección (30) (188)-, en un todo similares a las de los genitales verdaderos bajo las excitaciones de los procesos sexuales normales.
Entre las psiconeurosis, es en la histeria donde resalta más nítidamente la significación de las
zonas erógenas como aparatos colaterales y subrogados de los genitales; pero ello no implica
afirmar que deban subestimarse en las otras formas de enfermedad. En estas (neurosis
obsesiva, paranoia) es solamente menos notoria, pues la formación de síntoma se cumple en
regiones del aparato anímico más alejadas de los diversos centros que gobiernan al cuerpo. En
la neurosis obsesiva, lo más llamativo es la importancia de los impulsos, que crean nuevas
metas sexuales y parecen independientes de las zonas erógenas. No obstante, en el placer de
ver y de exhibirse, el ojo corresponde a una zona erógena; en el caso del dolor y la crueldad en
cuanto componentes de la pulsión sexual, es la piel la que adopta idéntico papel: la piel, que en
determinados lugares del cuerpo se ha diferenciado en los órganos de los sentidos y se ha
modificado hasta constituir una mucosa, y que es, por tanto, la zona erógena {por excelencia}. (31)
Explicación de la aparente preponderancia de la sexualidad perversa en el caso de las
psiconeurosis.
Las elucidaciones precedentes pueden haber puesto bajo una luz falsa la sexualidad de los
psiconeuróticos. Quizá sugirieron que, en virtud de su disposición, ellos se aproximan mucho a
los perversos por su conducta sexual, distanciándose de los normales en la misma medida.
Ahora bien, es muy posible que la disposición constitucional de estos enfermos contenga, junto
a un grado hipertrófico de represión sexual y a una hiperpotencia de la pulsión sexual, una
desacostumbrada inclinación a la perversión en el sentido más lato. No obstante, la indagación
de casos más leves muestra que este último supuesto no es indispensable, o que al menos en
el juicio sobre sus efectos patológicos tiene que restarse la acción de otro factor. En la mayoría
de los psiconeuróticos, la enfermedad se contrae sólo después de la pubertad y bajo los
reclamos de la vida sexual normal; en contra de esta apunta, sobre todo, la represión. O bien se
la contrae más tardíamente, cuando se frustran las vías normales de satisfacción de la libido.
En uno u otro caso, la libido se comporta como una corriente cuyo cauce principal queda
cortado; llena entonces las vías colaterales que hasta entonces quizás habían permanecido
vacías. Así, la inclinación, en apariencia tan grande, de los psiconeuróticos a la perversión (la
inclinación negativa, es cierto) puede estar condicionada colateralmente; y en todo caso, su
acrecentamiento tiene que ser colateral. El hecho es, justamente, que es preciso alinear la
represión sexual, en calidad de factor interno, junto con los factores externos que, como la
restricción de la libertad, la inaccesibilidad del objeto sexual normal, los peligros que trae
aparejado el acto sexual normal, etc., generan perversiones en individuos que de lo contrario
acaso habrían seguido siendo normales.
En distintos casos de neurosis las proporciones pueden variar en esto; una vez, lo decisivo será
la fuerza innata de la inclinación perversa, otra, su acrecentamiento colateral por retracción de
la libido de la meta y objeto sexuales normales. Sería erróneo suponer una oposición donde
existe un nexo de cooperación. La neurosis obtendrá siempre sus máximos logros cuando la
constitución y el vivenciar cooperen en el mismo sentido. Una constitución pronunciada podrá
quizá prescindir del apoyo de impresiones vitales, y tal vez una vasta conmoción vital provocará
la neurosis aun en una constitución ordinaria. Por lo demás, estos puntos de vista valen de igual
manera en otros campos respecto de la significatividad etiológica de lo innato y de lo
accidentalmente vivenciado.
Pero si se prefiere la hipótesis de que una inclinación particularmente marcada a las
perversiones es una de las peculiaridades de la constitución psiconeurótica, se abre la
perspectiva de poder distinguir una gama de tales constituciones según la preponderancia
innata de esta o estotra zona erógena, de esta o estotra pulsión parcial. Como ocurre con
tantas cosas en este campo, no se ha investigado todavía si la disposición perversa guarda
particular correspondencia con la elección de la forma de enfermedad.
Referencia al infantilismo de la sexualidad.
Con la pesquisa de las mociones perversas en cuanto formadoras de síntoma en las
psiconeurosis hemos elevado extraordinariamente el número de hombres a quienes podría
calificarse de perversos. No sólo los neuróticos mismos constituyen una clase muy numerosa;
también ha de tenerse en cuenta que desde todas las formas de neurosis pueden establecerse
series descendentes, sin solución de continuidad, hasta la salud. Por eso pudo decir Moebius,
con buenos fundamentos, que todos somos un poco histéricos. Así, la extraordinaria difusión de
las perversiones nos fuerza a suponer que tampoco la disposición para ellas es una rara
particularidad, sino que tiene que formar parte de la constitución juzgada normal.
Es discutible, según dijimos, que las perversiones se remonten a condiciones innatas o nazcan,
tal como lo supuso Binet respecto del fetichismo, en virtud de vivencias contingentes. Ahora se
nos ofrece esta resolución del dilema: en la base de las perversiones hay en todos los casos
algo innato, pero algo que es innato en todos los hombres, por más que su intensidad fluctúe y
pueda con el tiempo ser realzada por influencias vitales. Se trata de unas raíces innatas de la
pulsión sexual, dadas en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) sé
desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de la actividad sexual, otras veces
experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a raíz de lo cual pueden atraer a sí
mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos, una parte considerable de la energía
sexual, mientras que en los casos más favorecidos, situados entre ambos extremos, permiten,
gracias a una restricción eficaz y a algún otro procesamiento, la génesis de la vida sexual
llamada normal.
Pero hemos de decirnos, también, que esa presunta constitución que exhibe los gérmenes de
todas las perversiones sólo podrá rastrearse en el niño, aunque en él todas las pulsiones
puedan emerger únicamente con intensidad moderada. Vislumbramos así una fórmula: los
neuróticos han conservado el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él. De ese
modo, nuestro interés se dirige a la vida sexual del niño; estudiaremos el juego de influencias en
virtud del cual el proceso de desarrollo de la sexualidad infantil desemboca en la perversión, en
la neurosis o en la vida sexual normal.
Notas:
1- El inciso fue agregado en 1915.
2- [Esta parece ser la primera vez que Freud usa la expresión «sublimar» en un escrito publicado, aunque mucho antes, el 2 de mayo de 1897, lo empleó en la correspondencia con Fliess (Freud, 1950a, Carta 61), AE, 1, pág. 288. También se registra en el caso «Dora» (1905e), que de hecho se publicó después de la presente obra, aunque fue redactado en 1901. El concepto se reexamina más adelante, Nota agregada en 1915. Me parece indudable que el concepto de lo «bello» tiene su raíz en el campo de la excitación sexual y originariamente significó lo que estimula sexualmente. La palabra alemana Reiz significa tanto «estímulo» como «encantos». Se conecta con ello el hecho de que en verdad nunca podemos hallar «bellos» a los genitales mismos, cuya vista provoca la más poderosa excitación sexual]
3- En las ediciones anteriores a 1924 decía aquí «tras un solo análisis»
4- Nota agregada en 1920. El análisis revela en esta perversión -así corno en la mayoría de las otras- una inesperada multiplicidad en cuanto a sus motivos y significaciones. La compulsión exhibicionista, por ejemplo, depende también estrechamente del complejo de castración; insiste una y otra vez en la integridad de los propios genitales (masculinos) y repite la satisfacción infantil por la falta del miembro en los de la mujer.
5- [En las ediciones de 1905 y 1910, en este punto del texto aparecían las siguientes dos oraciones: «Con la misma certeza puede derivarse al menos una de las raíces del masoquismo. Proviene de la sobrestimación sexual como consecuencia psíquica necesaria de la elección de un objeto sexual». Desde 1915 estas dos oraciones se suprimieron, intercalándose en su remplazo los dos parágrafos que siguen.]
6- [Nota agregada en 1924:] Consideraciones posteriores, que pudieron apoyarse en determinadas hipótesis acerca de la estructura del aparato anímico y de las clases de pulsiones operantes en él, me hicieron modificar en buena medida mi juicio sobre el masoquismo. Me vi llevado a admitir un masoquismo primario -erógeno-, a partir del cual se desarrollan después dos formas: el masoquismo femenino y el moral. Por reversión hacia la persona propia del sadismo que no encuentra aplicación en la vida, nace un masoquismo secundario que viene a añadirse al primario. (Cf. Freud, 1924c.)]
7- [Este breve párrafo figuraba ya en la primera edición (1905), pero los dos que le anteceden y el siguiente fueron agregados en la tercera ( 1915).]
8- Nota agregada en 1915. Cf. sobre esto mi posterior comunicación sobre las fases pregenitales del desarrollo sexual, que confirman esta perspectiva.
9- Nota agregada en 1924. Mis indagaciones antes mencionadas me han permitido derivar, para el par de opuestos sadismo-masoquismo, una posición especial basada en su origen pulsional, posición que lo hace sobresalir en la serie de las otras «perversiones».
10- En vez de multiplicar las pruebas en apoyo de esta afirmación, me limito a citar un pasaje de H. Ellis, Das Gescblechtsgefübl, 1903: «La investigación de historiales de sadismo y masoquismo, aun los comunicados por Krafft-Ebing (como en verdad ya lo señalaron Colin Scott y Féré), constantemente revela huellas de ambos grupos de fenómenos en el mismo individuo»
11- Nota agregada en 1915. Cf. más adelante mi examen de la «ambivalencia»
12- [El último inciso no aparecía en las ediciones de 1905 y 1910. En 1915 se agregó lo siguiente: «cuyo significado se reduce en el psicoanálisis a la oposición entre activo y pasivo», frase remplazada en 1924 por el texto actual.]
13- Goethe, Fausto, «Prólogo en el teatro». En una carta a Fliess del 3 de enero de 1897 (Freud, 1950a, Carta 54), Freud le sugería emplear esta misma cita corno epígrafe para un capítulo sobre «Sexualidad» que iba a formar parte de un libro proyectado. Esa carta fue escrita en momentos en que comenzaba a dirigir su atención a las perversiones. Su primera referencia a la relación entre estas y las neurosis en la correspondencia con Fliess data del 1º de enero de 1896 (Manuscrito K), AE, 1, pág. 261; pero véase también la Carta 21, del 29 de agosto de 1894, AE, 1, pág. 239.
14- Nota agregada en 1915. Por otra parte, en estos poderes que ponen un dique al desarrollo sexual -asco, vergüenza y moral- es preciso ver también un sedimento histórico de las inhibiciones externas que la pulsión sexual experimentó en la psicogénesis de la humanidad. En el desarrollo del individuo se observa que emergen en su momento, como espontáneamente, a una señal de la educación y de la influencia externa.
15- Nota agregada en 1920. Anticipándome a lo que diré luego acerca de la génesis de las perversiones, hago notar que se puede suponer con buenos fundamentos que antes de que se fijasen preexistió, tal como ocurre en el caso del fetichismo, un esbozo de desarrollo sexual normal. La indagación analítica ha podido mostrar, hasta ahora en casos aislados, que también la perversión es el saldo de un desarrollo hacia el complejo de Edipo, tras cuya represión reaparecen los componentes de la pulsión sexual que en la disposición del individuo eran los más fuertes.
16- [Antes de 1915 esta frase terminaba así: « … llamada neurastenia y probablemente la paranoia».]
17- En el «Epílogo» al historial clínico de «Dora»
18- [En 1905, «diez años»; la cifra fue aumentando en cada edición hasta la de 1920 inclusive.]
19- Nota agregada en 1920. No restrinjo ese enunciado, más bien lo completo, al modificarlo de este modo: Los síntomas neuróticos se basan, por una parte, en la exigencia de las pulsiones libidinales y, por otra, en el veto del yo, en la reacción contra aquellas.
20- Breuer [en Breuer y Freud (1895), AE, 2, pág. 47] escribe, acerca de la paciente en la cual aplicó por primera vez el método catártico: «El factor sexual estaba asombrosamente no desarrollado» [en realidad, Breuer escribió «el elemento sexual»].
21- [Tema desarrollado por Freud en su trabajo «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912c).]
22- Esta idea había sido formulada por Freud en esos mismos términos en una carta a Fliess del 24 de enero de 1897 (Freud, 1950a, Carta 57), AE, 1, pág. 284. Pero ya estaba implícita en las cartas del 6 de diciembre de 1896 y del 11 de enero de 1897 (Cartas 52 y 55), AE, 1, págs. 279 y 281. Se la hallará también en el historial de «Dora». Las fantasías que los perversos tienen con conciencia clara (y que en circunstancias favorables pueden trasponerse en acciones), los temores delirantes de los paranoicos (que ellos proyectan sobre otros con intención hostil) y las fantasías inconcientes de los histéricos (que es posible descubrir tras sus síntomas mediante psicoanálisis) coinciden hasta en los detalles en cuanto a su contenido. Esto ya había sido destacado en Psicopatología de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, pág. 248, n. 28.
23- La psiconeurosis se asocia también muy a menudo con una inversión manifiesta. En esos casos, la corriente heterosexual ha sido víctima de una sofocación plena. Hago justicia si comunico que sólo presté atención a la universalidad necesaria de la tendencia a la inversión en los psiconeuróticos a raíz de unas manifestaciones privadas que me hizo Wilhelm Fliess en Berlín, después que yo la había descubierto en casos aislados. Agregado en 1920. Este hecho, no apreciado suficientemente, no podía menos que ejercer una influencia decisiva sobre todas las teorías de la homosexualidad.
24- Esta es la primera vez que aparece la expresión «pulsión parcial» en las obras que Freud publicó, si bien el concepto ya había sido introducido.
25- [En las ediciones anteriores a 1920 se enumeraban tres de estas «particularidades». Con referencia a la primera, suprimida después, se decía: «Entre las ilaciones de pensamiento de las neurosis no se encuentra nada que corresponda a una inclinación al fetichismo, circunstancia esta que arroja luz sobre la particularidad psicológica de esta bien comprendida perversión».]
26- [Parece ser esta la primera oportunidad en que apareció en una publicación la frase «zona erógena». Freud ya la había utilizado en una carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896 (Freud, 1950a, Carta 52), AE, 1, pág. 280. También se la encuentra en el historial de «Dora», escrito presumiblemente en 1901. A todas luces, se la creó por analogía con «zona histerógena», expresión entonces en boga. Cf. «Observación de un caso severo de hemianestesia en un varón histérico» (1886d), AE, 1, pág. 33, e «Histeria» (1888b), AE, 1, págs. 47-8.]
27- [El pasaje que va desde este punto hasta el final del párrafo data de 1915. En las primeras dos ediciones (1905 y 1910), aparecía en su lugar lo siguiente: «Además de una «pulsión» no sexual en sí misma, proveniente de fuentes motrices de impulso, se distingue en ellas [en las pulsiones parciales] la contribución de un órgano que recibe estímulos (piel, mucosa, órgano de los sentidos). Este último debe designarse aquí como zona erógena: el órgano cuya excitación confiere a la pulsión carácter sexual». La versión revisada data del período en que Freud escribió su ensayo sobre «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), donde examina por extenso todo este asunto.]
28- Nota agregada en 1924. La doctrina de las pulsiones es la pieza más importante, pero también la más inconclusa, de la teoría psicoanalítica. He desarrollado otras contribuciones a ella en mis obras posteriores Más allá del principio de placer (1920g) y El yo y el ello (1923b).
29- Nota agregada en 1915. No es fácil justificar aquí estas hipótesis, tomadas del estudio de determinada clase de contracción de neurosis. Pero, por otra parte, sería imposible enunciar algo concluyente acerca de las pulsiones ahorrándose la mención de estas premisas.
30- Este inciso fue agregado en 1920.
31- En este punto nos viene a la memoria la tesis de Moll, quien descompone la pulsión sexual en pulsión de contrectación y de detumescencia. La primera significa una necesidad de contacto con la piel. [Moll (1898) describió la pulsión de detumescencia como un impulso tendiente al alivio espasmódico de la tensión de los órganos sexuales, y a la pulsión de contrectacíón como un impulso a entrar eri contacto con otra persona. Creía que este último aparecía después que el primero en la evolución del individuo.- Al final de esta nota había en 1905 y 1910 la oración siguiente, más tarde suprimida: «Strohmayer ha inferido muy acertadamente de un caso observado por él que los autorreproches obsesivos tienen su origen en impulsos sádicos sofocados.]