Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos (Parte III)

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Lo primero que hacemos es desechar todas las representaciones-meta que normalmente presidirían la reflexión; dirigimos nuestra atención a un único elemento del sueño y entonces anotamos todos los pensamientos involuntarios que sobre él se nos ocurren. Después tomamos el siguiente elemento del contenido del sueño, repetimos con él idéntico trabajo y, sin hacer caso de la dirección a que los pensamientos nos empujan {treiben}, nos dejamos guiar por ellos, con lo cual, como suele decirse, marchamos a la deriva. Y al hacerlo tenemos la firme esperanza de que al final, sin proponérnoslo, daremos con los pensamientos oníricos de los cuales nació el sueño. Ahora bien, la crítica podría objetar lo siguiente: Nada tiene de asombroso que desde un elemento singular del sueño lleguemos a alguna parte. A cada representación es posible anudar algo por vía asociativa; lo único asombroso es que con este discurrir de los pensamientos al acaso y sin meta alguna haya de darse justamente con los pensamientos oníricos. Es probable que eso sea un autoengaño; se sigue la cadena de asociaciones partiendo de un elemento hasta notar que por alguna razón ella se interrumpe; y entonces, cuando se toma un segundo elemento, es muy natural que ahora experimente un cercenamiento la libertad originaria de la asociación. Todavía se conserva en la memoria la primera cadena de pensamientos, y por eso en el análisis de la segunda representación onírica se tropieza más fácilmente con ocurrencias singulares que tienen algo en común con las ocurrencias de la primera cadena. Entonces nos figuramos haber hallado un pensamiento que constituye un punto nodal entre dos elementos del sueño. Y como se admitió total libertad en el enlace de los pensamientos, y en verdad las únicas transiciones de una representación a otra que se excluyen son las que rigen en el pensamiento normal, no es en definitiva difícil, a partir de una serie de «pensamientos intermedios», componer algo a que se da el nombre de «pensamientos oníricos» y, sin verificación alguna (dado que no tenemos conocimiento de ellos por ninguna otra vía), presentarlo como el sustituto psíquico del sueño. Pero todo eso no es más que arbitrariedad y un aprovechamiento en apariencia ingenioso del azar, y todo el que se someta a ese inútil empeño puede excogitar por este camino, para un sueño cualquiera, la interpretación que más le guste. Si en la realidad se nos hiciesen estas objeciones, podríamos aducir a modo de defensa la impresión que hacen nuestras interpretaciones de sueños, las sorprendentes conexiones con otros elementos oníricos que se establecen mientras se persigue a las representaciones singulares, y lo improbable de que algo que se ajusta al sueño y lo esclarece de manera tan exhaustiva como nuestras interpretaciones de sueños pueda alcanzarse si no es a remolque de conexiones psíquicas ya existentes. Podríamos alegar también, para justificarnos, que el procedimiento para la interpretación de los sueños es idéntico al que se sigue en la resolución de los síntomas histéricos, en cuyo caso su corrección es certificada por la emergencia y la desaparición de los síntomas en su localización, y, por tanto, la explicitación del texto encuentra un asidero en las ilustraciones intercaladas. Pero a este problema, a saber, cómo es posible alcanzar una meta preexistente siguiendo una cadena de pensamientos que se devanan al acaso y sin meta fija, no tenemos motivo alguno para eludirlo; en efecto, si bien no podemos solucionarlo, sí podemos desecharlo. Según puede demostrarse, no es cierto que nos entreguemos a un decurso de representaciones sin meta alguna cuando en el trabajo de la interpretación de los sueños resignamos nuestra reflexión y dejamos emerger las representaciones involuntarias. Es comprobable que no podemos renunciar sino a las representaciones-meta que nos son conocidas, y cuando -ellas cesan cobran valimiento representaciones-meta ignoradas -o como decimos de manera imprecisa: inconcientes- que pasan a gobernar el determinismo del decurso de las representaciones involuntarias. Por más influencia que ejerzamos sobre nuestra vida anímica es imposible establecer un pensar sin representaciones-meta; e ignoro los estados de desorden psíquico en que semejante pensar podría establecerse (1). Los psiquiatras han renunciado demasiado pronto a la solidez de la ensambladura psíquica. Yo sé que un discurrir sin reglas, carente de representaciones-meta, de los pensamientos no se presenta ni en el marco de la histeria o de la paranoia ni en la formación o en la resolución de los sueños.

Quizá no se instale en ninguna de las afecciones psíquicas endógenas; según una aguda conjetura de Leuret [1834, pág. 131], aun los delirios de los que sufren estados confusionales están provistos de sentido y sólo por sus omisiones se vuelven incomprensibles para nosotros. He podido convencerme de esto cada vez que se me ofreció la oportunidad de observarlos. Los delirios son la obra de una censura que ya no se toma el trabajo de encubrir su reinado, y que en vez de cooperar en una remodelación que ya no sea chocante elimina sin miramientos todo aquello que suscita su veto, con lo cual lo que resta se vuelve incoherente. Esta censura procede de manera en un todo análoga a la censura rusa de los periódicos en la frontera: velando por los lectores, sólo deja llegar a sus manos los periódicos extranjeros cruzados por tachaduras en negro. Quizás en los procesos orgánicos de destrucción cerebral se presente el juego libre de las representaciones de acuerdo con un encadenamiento caprichoso de la asociación; lo que en las psiconeurosis se considera tal puede esclarecerse siempre por la acción de la censura sobre una serie de pensamientos que han sido empujados al primer plano por unas representaciones-meta que permanecen ocultas (2). Como signo inequívoco de asociación exenta de cualquier representación-meta se ha considerado al caso en que las representaciones (o imágenes) emergentes aparecen unidas por los lazos de la llamada «asociación superficial», es decir, por consonancia, ambigüedad de las palabras, coincidencia en el tiempo sin relación interna de sentido, todas las asociaciones que nos permitimos usar en el chiste y en el juego de palabras. Esta caracterización conviene a los enlaces de pensamiento que nos llevan desde los elementos del contenido del sueño hasta los pensamientos intermedios, y desde estos hasta los genuinos pensamientos oníricos; en numerosos análisis de sueños hemos encontrado ejemplos de ello, que no pudieron menos que provocarnos extrañeza. Ningún enlace era demasiado laxo y ningún chiste demasiado desdeñable como para que no estuviesen autorizados a constituir los puentes entre un pensamiento y otro. Pero la comprensión correcta de semejante tolerancia no tarda en alcanzarse. Toda vez que un elemento psíquico se enlaza con otro por una asociación chocante y superficial, existe también entre ambos un enlace correcto y que cala más hondo, sometido a la resistencia de la censura. (3)

Presión de la censura, no cancelación de las representaciones-meta: he ahí el verdadero fundamento del predominio de las asociaciones superficiales. Estas sustituyen en la figuración a las profundas cuando la censura hace intransitables tales vías normales de conexión. Es como cuando un impedimento general, por ejemplo el desborde de los ríos, vuelve impracticables los caminos principales de una zona montañosa, los caminos amplios, y entonces el tránsito se mantiene por sendas incómodas y empinadas que de otro modo sólo hollarían los cazadores. Aquí pueden distinguirse dos casos que en lo esencial son uno. En el primero, la censura se dirige sólo a la trabazón de dos pensamientos, cada uno de los cuales, por separado, no suscita su veto. Entonces los dos entran en la conciencia sucesivamente; su trabazón permanece oculta, pero a trueque de ello se nos ocurre un enlace superficial entre ambos, en el cual de otro modo no habríamos pensado y que, por regla general, aborda el complejo de las representaciones {Vorstellungskomplex} desde un ángulo diverso del que parte la conexión sofocada, pero esencial. En el segundo caso, los dos pensamientos atraen por sí mismos a la censura a causa de su contenido; entonces ninguno de los dos aparece en su forma correcta, sino en una modificada, sustitutiva, y los dos pensamientos sustitutivos se escogen de tal suerte que reflejan, merced a una asociación superficial, la conexión esencial en que están aquellos a los que sustituyen. Bajo la presión de la censura se ha producido aquí, en los dos casos, un desplazamiento {descentramiento} desde una asociación normal y seria a otra superficial y que parece absurda. Y puesto que nosotros sabemos de tales desplazamientos, en la interpretación de los sueños nos confiamos, sin reparo alguno, también en las asociaciones superficiales. (4)

De estos dos enunciados (que con el abandono de las representaciones-meta concientes se entrega a unas representaciones-meta ocultas el gobierno sobre el decurso de las representaciones, y que las asociaciones superficiales son un sustituto, por desplazamiento, de otras sofocadas que calan más hondo) hace el psicoanálisis amplísimo uso en las neurosis; aún más: los eleva a ambos a la condición de pilares de su técnica. Cuando pido a un paciente que deponga toda reflexión y me cuente todo lo que se le pase por la cabeza, me atengo a la premisa de que no puede deponer las representaciones-meta relativas al tratamiento, y me considero con fundamento para inferir que eso que él me cuenta, en apariencia lo más inofensivo y arbitrario, tiene relación con su estado patológico. Otra representación-meta de la que el paciente no tiene sospecha es la de mi persona. La apreciación plena y la demostración en profundidad de esos dos esclarecimientos pertenece a la exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico. Hemos alcanzado aquí uno de los puntos de empalme en los que tenemos decidido abandonar el tema de la interpretación de los sueños.(5)

Una cosa es cierta y queda en pie de estas objeciones: no todas las ocurrencias del trabajo de interpretación precisan ser atribuidas al trabajo nocturno del sueño. Es que en la interpretación de la vigilia recorremos un camino que retrocede desde los elementos del sueño hasta los pensamientos oníricos. El trabajo del sueño emprendió el camino inverso, y no es probable que tales caminos sean transitables en dirección opuesta. Es el caso, más bien, que de día nos internamos por nuevas conexiones de pensamientos que aciertan con los pensamientos intermedios y los pensamientos oníricos ora en este, ora en estotro lugar. Asistimos al modo en que el fresco material de pensamientos del día se inmiscuye en las series interpretativas, y probablemente también el aumento de la resistencia sobrevenido des la noche constriñe a emprender nuevos y más largos rodeos. Ahora bien, el número o la índole de los hilos colaterales que así se devanan de día carece de toda importancia psicológica con tal que nos abra el camino hasta los pensamientos oníricos que buscamos.

La regresión

Ahora bien, ya puestos a salvo de las objeciones, o al menos habiendo señalado el lugar donde descansan las armas para nuestra defensa, no podemos posponer por más tiempo el abordaje de las investigaciones psicológicas para las cuales venimos preparándonos desde hace mucho. Resumamos los principales resultados que nuestra investigación nos procuró hasta aquí. El sueño es un acto psíquico de pleno derecho; su fuerza impulsora es, en todos los casos, un deseo por cumplir; el que sea irreconocible como deseo, así como sus múltiples extravagancias y absurdos, se deben a la influencia de la censura psíquica que debió soportar en su formación; además del constreñimiento a sustraerse de esta censura, cooperaron en su formación un constreñimiento a la condensación del material psíquico, un miramiento por su figurabilidad en imágenes sensibles y -aunque no como regla- un miramiento por dar una fachada racional e inteligible al producto onírico. De cada uno de estos enunciados se abren nuevas vías hacia postulados y conjeturas psicológicos; queda por investigar la relación recíproca entre el motivo-deseo y las cuatro condiciones, así como de estas entre ellas; el sueño debe encontrar un lugar en la concatenación de la vida anímica. Al comienzo de este capítulo consignamos un sueño a modo de recordatorio de los enigmas cuya solución espera todavía. La interpretación de ese sueño del niño que se abrasaba no nos deparó dificultades, aunque no quedó completa de acuerdo con nuestros requisitos. Nos preguntamos por qué el padre había soñado en vez de despertarse, y reconocimos como un motivo del soñante el deseo de representarse al niño con vida. Que también otro deseo desempeñó en ello un papel, podremos verlo después de elucidaciones que haremos más adelante. En primer término, por tanto, es por un cumplimiento de deseo que el proceso de pensamiento del durmiente se mudó en un sueño. Si hacemos a un lado el cumplimiento de deseo, nos resta un carácter que separa a los dos tipos de acontecer psíquico. El pensamiento onírico rezaba tal vez: «Veo un fulgor que viene de la cámara en que yace el muerto. ¡Quizá se ha caído una vela, y el niño se abrasa!». El sueño refleja inmodificado el resultado de esta reflexión, pero lo figura dentro de una situación que es presente y que los sentidos aprehenderán como una vivencia de la vigilia. Ahora bien, es este el carácter psicológico más general y lamativo del soñar; un pensamiento, por lo común el pensamiento deseado, es objetivado en el sueño, es figurado como escena o, según creemos, es vivenciado. Pero, ¿cómo se explica esta peculiaridad característica del trabajo del sueño, o -expresado más modestamente- cómo se ensambla dentro de la trama de los procesos psíquicos? Examinándolo más de cerca, se repara en que dentro de la forma en que se manifiesta este sueño hay impresos dos caracteres casi independientes entre sí. Uno es la figuración como situación presente, omitiendo el «quizá»; el otro, la trasposición del pensamiento a imágenes visuales y dichos. La trasmudación que los pensamientos oníricos experimentan por esa vía, a saber, que la expectativa expresada en ellos es puesta en presente, quizá no parezca muy notable en este sueño determinado. Ello condice con el papel particular, en realidad accesorio, que en él tiene el cumplimiento de deseo. Tomemos otro sueño en que el deseó onírico no se aparte de la prosecución de los pensamientos de vigilia en el estado del dormir, por ejemplo el de la inyección de Irma. Aquí el pensamiento onírico que alcanza la figuración es una oración desiderativa: «¡Ojalá que Otto sea el culpable de la enfermedad de Irma!». El sueño suplanta {verdrängen} el optativo (6) y lo sustituye por un presente de indicativo: «Sí, Otto es el culpable de la enfermedad de Irma». Y es esta la primera de las mudanzas que el sueño, aun el más exento de desfiguración, emprende con los pensamientos oníricos. No nos demoraremos mucho en esta primera peculiaridad. La despacharemos mencionando la fantasía conciente, el sueño diurno, que procede de idéntico modo con su contenido de representaciones. Cuando el señor Joyeuse (7), el personaje de Daudet, vaga sin ocupación por las calles de París, mientras sus hijas deben creer que tiene un empleo y está sentado en su oficina, él sueña como si fuera en presente con los hechos que lo llevarían a encontrar un protector y a procurarse trabajo. Así, el sueño se vale del presente del mismo modo y con el mismo derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el deseo se figura como cumplido. Peculiaridad exclusiva del sueño, que lo diferencia del sueño diurno, es el segundo carácter, a saber, que el contenido de representaciones no se piensa, sino que se muda en imágenes sensibles a las que se da crédito y se cree vivenciar. Agreguemos enseguida que no todos los sueños muestran esa trasmudación de la representación en una imagen sensible; hay sueños compuestos sólo por pensamientos, y a los que no por eso se les negará el carácter de sueños. Mi sueño «Autodidasker, la fantasía diurna con el profesor N.» es uno de ellos; en él se mezclaron muy pocos elementos sensoriales más que si hubiera pensado su contenido de día. Además, en todo sueño algo largo hay elementos que no pasaron por la trasmudación a lo sensible, que simplemente son pensados o sabidos como suelen serlo en la vigilia. Por otra parte, queremos apuntar enseguida que tal mudanza de representaciones en imágenes sensibles no es exclusiva de los sueños, sino igualmente de las alucinaciones, de las visiones, que pueden emerger de manera autónoma en estado de salud o como síntomas de las psiconeurosis. En resumen, la condición que aquí investigamos en modo alguno es exclusiva; queda en pie, empero, que este carácter del sueño, toda vez que se presenta, nos aparece como el más notable, a punto tal que no podríamos concebir sin él la vida onírica. Ahora bien, su comprensión exige extensas elucidaciones. Entre todas las observaciones sobre la teoría del soñar que pueden hallarse en la bibliografía, quiero destacar una que merece ser retomada. El gran G. T. Fechner expresa en su Psychophysik, a propósito de algunas elucidaciones que ahí consagra al sueño, l a conjetura de que el *escenario de los sueños es otro que el de la vida de representaciones de la vigilia. Ningún otro supuesto permitiría conceptualizar las peculiaridades de la vida onírica. (8)

La idea que así se pone a nuestra disposición es la de una localidad psíquica, Queremos dejar por completo de lado que el aparato anímico de que aquí se trata nos es conocido también como preparado anatómico, y pondremos el mayor cuidado en no caer en la tentación de determinar esa localidad psíquica como si fuera anatómica. Nos mantenemos en el terreno psicológico y sólo proponemos seguir esta sugerencia: imaginarnos el instrumento de que se valen las operaciones del alma como si fuera un microscopio compuesto, un aparato fotográfico, o algo semejante. La localidad psíquica corresponde entonces a un lugar en el interior de un aparato, en el que se produce uno de los estadios previos de la imagen. En el microscopio y el telescopio, como es sabido, estas son en parte unas localizaciones ideales, unas zonas en las que no se sitúa ningún componente aprehensible del aparato. juzgo superfluo disculparme por los defectos de este símil y todos los del mismo tipo. Tales analogías no persiguen otro propósito que servirnos de apoyo en el intento de hacernos comprensible la complejidad de la operación psíquica descomponiéndola y atribuyendo a componentes singulares del aparato cada operación singular. Que yo sepa, nadie ha osado hasta ahora colegir la composición del instrumento anímico por vía de esa descomposición. Me parece inocua. Tenemos derecho, creo, a dar libre curso a nuestras conjeturas con tal que en el empeño mantengamos nuestro juicio frío y no confundamos los andamios con el edificio. Puesto que para una primera aproximación a algo desconocido no necesitamos otra cosa que unas representaciones auxiliares, antepondremos a todo lo demás los supuestos más toscos y aprehensibles. Imaginamos entonces el aparato psíquico como un instrumento compuesto a cuyos elementos llamaremos instancias o, en beneficio de la claridad, sistemas. Después formulamos la expectativa de que estos sistemas han de poseer quizás una orientación espacial constante, al modo en que los diversos sistemas de lentes de un telescopio se siguen unos á otros. En rigor, no necesitamos suponer un ordenamiento realmente espacial de los sistemas psíquicos. Nos basta con que haya establecida una secuencia fija entre ellos, vale decir, que a raíz de ciertos procesos psíquicos los sistemas sean recorridos por la excitación dentro de una determinada serie temporal. La serie puede experimentar una alteración en el caso de otros procesos; queremos dejar abierta esa posibilidad. En lo que sigue, y en aras de la brevedad, nos referiremos a los componentes del aparato como «sistemas ψ ».

Lo primero que nos salta a la vista es que este aparato, compuesto por sistemas ψ , tiene una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. (9) Por eso asignamos al aparato un extremo sensorial y un extremo motor; en el extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el extremo motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico trascurre, en general, desde el extremo de la percepción hacia el de la motilidad. El esquema más general del aparato psíquico tendría entonces el siguiente aspecto:

Sobre la psicología de los procesos oniricos

Pues bien, esto no hace sino cumplir un requisito con el que estamos familiarizados hace mucho, a saber, que el aparato psíquico ha de estar construido como un aparato de reflejos. El proceso del reflejo :sigue siendo el modelo de toda operación psíquica. Ahora tenemos fundamentos para hacer que ingrese en el extremo sensorial una primera diferenciación De las percepciones que llegan a nosotros, en nuestro aparato psíquico queda una huella que podemos llamar «huella mnémica». Y a la función atinente a esa huella mnémica la llamamos «memoria». Si tomamos en serio el designio de anudar los procesos psíquicos a sistemas, la huella mnérnica sólo puede consistir en alteraciones permanentes sobrevenidas en los elementos de los sistemas. Ahora bien, como ya ha sido consignado (10), trae consigo manifiestas dificultades suponer que un mismo sistema deba conservar fielmente alteraciones sobrevenidas a sus elementos y, a pesar de ello, mantenerse siempre abierto y receptivo a las nuevas ocasiones de alteración. De acuerdo con el principio que guía nuestra búsqueda, distribuiremos entonces estas dos operaciones entre sistemas diversos. Suponemos que un sistema del aparato, el delantero, recibe los estímulos perceptivos, pero nada conserva de ellos y por tanto carece de memoria, y que tras él hay un segundo sistema que traspone la excitación momentánea del primero a huellas permanentes. Este sería, entonces, el cuadro de nuestro aparato psíquico: Figura 2. Es bien sabido que de las percepciones que tienen efecto sobre el sistema P conservamos como duradero algo más que su contenido. Nuestras percepciones :se revelan también enlazadas entre sí en la memoria, sobre todo de acuerdo con el encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron. Llamamos asociación a este hecho. Ahora es claro que si el sistema P no tiene memoria alguna, tampoco puede conservar las huellas para la asociación; los elementos P singulares se verían intolerablemente impedidos en su función si contra cada percepción nueva se hiciese valer un resto de enlace anterior. Por tanto, tenemos que suponer que la base de la asociación son más bien los sistemas mnémicos. El hecho de la asociación consiste entonces en lo siguiente: a consecuencia de reducciones en la resistencia y de facilitaciones, desde uno de los elementos Mn la excitación se propaga más bien hacia un segundo elemento Mn que hacia un tercero. Una mayor profundización nos muestra la necesidad de suponer no uno sino varios de esos elementos Mn, dentro de los cuales la misma excitación propagada por los elementos P experimenta una fijación {Fixierung} de índole diversa. El primero de estos sistemas Mn contendrá en todo caso la fijación de la asociación por simultaneidad, y en los que están más alejados el mismo material mnémico se ordenará según otras clases de encuentro, de tal suerte que estos sistemas más lejanos han de figurar, por ejemplo, relaciones de semejanza u otras. Desde luego, sería vano empeñarse en indicar con palabras el significado (11) psíquico de un sistema semejante. Su característica residiría en la intimidad de sus vínculos con elementos del material mnémico en bruto, o sea, si queremos apuntar a una teoría que vaya más a lo hondo, en las gradaciones de la resistencia de conducción hacia esos elementos.

Habría que intercalar aquí una observación de naturaleza general que quizás apunte a algo importante. El sistema P, que no tiene capacidad ninguna para conservar alteraciones, y por tanto memoria ninguna, brinda a nuestra conciencia toda la diversidad de las cualidades sensoriales. A la inversa, nuestros recuerdos, sin excluir los que se han impreso más hondo en nosotros, son en sí inconcientes. Es posible hacerlos concientes; pero no cabe duda de que en el estado inconciente despliegan todos sus efectos. Lo que llamamos nuestro carácter se basa en las huellas mnémicas de nuestras impresiones; y por cierto las que nos produjeron un efecto más fuerte, las de nuestra primera juventud, son las que casi nunca devienen concientes. Pero cuando los recuerdos se hacen de nuevo concientes, no muestran cualidad sensorial alguna o muestran una muy ínfima en comparación con las percepciones.

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Continuación ¨Sobre la psicología de los procesos oníricos (parte IV)¨

Notas:

1- [Nota agregada en 1914:] Sólo más tarde he advertido que en este importante punto psicológico E. von Hartmann sostiene la misma opinión: «En su elucidación del papel de lo inconciente en la creación artística, Eduard von Hartmann (1890, 1, sección B, capítulo V) ha formulado la ley de la asociación de ideas guiada por representaciones-meta inconcientes en términos claros, aunque sin percatarse totalmente del alcance de esta ley. Se propone así demostrar que «toda combinación de representaciones sensibles, en caso de que no esté librada puramente al azar, sino destinada a llevar a determinada meta, necesita de la ayuda de lo inconciente», y que el interés conciente por un determinado enlace de pensamientos impulsa a lo inconciente a buscar la más conveniente entre las innumerables representaciones posibles. «Es lo inconciente lo que escoge con arreglo a los fines del interés, y esto vale para la asociación de ideas en el pensamiento abstracto, así como en el representar sensible o en la combinación artística», y para la ocurrencia chistosa. Por eso no es sostenible restringir la asociación de ideas a la representación provocadora y a la provocada, en el sentido de la psicología asociacionista pura. Una restricción tal «únicamente estaría de hecho justificada si en la vida del hombre se presentaran estados en que él estuviera libre no sólo de todo fin conciente, sino también del imperio o la cooperación de cualquier interés inconciente, de cualquier talante. Pero es un estado que, difícilmente haya existido alguna vez, pues aun cuando en apariencia uno deje librada totalmente al azar la serie de los pensamientos, o se abandone por completo a los sueños involuntarios de la fantasía, en un momento dado reinan en el ánimo unos intereses principales, unos sentimientos decisivos y unos talantes diversos que en el momento siguiente, y en todos los casos ellos ejercen su influencia sobre la asociación de ideas». «En los sueños semiconcientes sólo se tienen aquellas representaciones que corresponden al interés principal (inconciente) del momento» (loc. cit.). La insistencia en el influjo de los sentimientos y talantes sobre el libre curso de las ideas hace que el procedimiento del psicoanálisis aparezca completamente justificado también desde el punto de vista de la psicología de Hartmann». (Pohorilles, 1913.)  Del hecho de que a menudo se nos ocurre de pronto, impensadamente, un nombre del que no podíamos acordarnos, Du Prel (1885, pág. 107) infiere que existe un pensar inconciente, aunque dirigido a metas, cuyo resultado emerge de súbito a la conciencia.

2- [Nota agregada en 1909:] Véase la brillante confirmación de esta tesis obtenida por C. G. Jung (1907). mediante análisis de la dementia praecox.

3- [En el resto de esta obra Freud habla de «la censura de la resistencia». Una clarificación ulterior de la relación entre los conceptos de «resistencia» y «censura» se encontrará en la 29º de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1933a), AE, 22, págs. 13-6.]

4- Las mismas consideraciones se aplican, desde luego, a casos en que las asociaciones superficiales aparecen francamente en el contenido del sueño; por ejemplo, en los dos sueños de Maury citados supra [4], (pélerinage – Pelletier – pelle; kilómetro – kilo -Gilolo – lobelia – López – lotería). Por el trabajo con neuróticos yo sé qué reminiscencia gusta de figurarse así. Es la de hojear diccionarios o enciclopedias en el afán de dilucidar los enigmas del sexo, como la mayoría de las personas lo han hecho en la época de la curiosidad característica de la pubertad. [Un ejemplo de esto se hallará en el análisis del segundo sueño de «Dora» (Freud, 1905e), AE, 7, págs. 88-9.]

5- [Nota agregada en 1909:] Estas dos tesis, que sonaban muy improbables en la época en que fueron formuladas, han recibido después justificación experimental y aplicación por obra de los «estudios diagnósticos de asociación» de Jung y sus discípulos. [Jung, 1906.  Una argumentación en extremo interesante sobre el tema afín de la validez de las cadenas asociativas que parten de números seleccionados «al azar» es desarrollada por Freud en la larga nota al pie agregada en 1920 al capítulo XII de su Psicopatología de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, pág. 244.]

6- {«Optativ», el modo subjuntivo empleado en oraciones desiderativas.}

7- [En Le Nabab. En su Psicopatología de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, pág. 148, Freud alude a un desliz que cometió con este nombre en su primer borrador del presente trabajo.]

8- [En una carta a Fliess del 9 de febrero de 189.8 (Freud, 1950a, Carta 83), Freud escribe que este pasaje de Fechner es la única observación sensata que halló en la literatura sobre los sueños.]

9- [«Inervación» es un término muy ambiguo. Frecuentemente se lo emplea en un sentido estructural, para significar la distribución anatómica de los nervios en algún organismo o región del cuerpo. Freud lo usa más a menudo (aunque no siempre) para denotar la trasmisión de energía a un sistema de nervios, o (como en este caso) específicamente a un sistema eferente -es decir, para indicar un proceso que tiende a la descarga de energía-]

10- [Por Breuer, en una nota al pie de Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), AE, 2, págs. 200-1, donde entre otras cosas escribe: «El espejo de un telescopio de reflexión no puede ser al mismo tiempo una placa fotográfica».]

11- «Bedeutung»: «significado» o «valor»; la última frase equivale a «sería vano empeñarse en traducirlo a representaciones-palabra».}