a) En la rimera unidad discursiva se incluyen diversos estudios teóricos y experimentales que sobre la violencia han construido los saberes científicos, tales como:
– El modelo biológico del comportamiento humano, fundamentado en una concepción determinista de la violencia que ha “biologizado” los comportamientos bajo una visión esencialista acerca de la “naturaleza” del varón agresivo y violento como condición genética. Dentro de este modelo cabe destacar las concepciones instintivistas posdarwinianas y, más recientemente, la sociobiología.
– El modelo psiquiátrico,que subordina el estudio de la violencia a una concepción de enfermedad mental, reduciéndola a patologías (anormalidades, adicciones: alcohol, drogas, etc.), cuyas técnicas de poder se implantaron en algunos tipos de terapias neurológicas y psiquiátricas para el tratamiento de delicuentes (p.e., electroshock, lobotomía).
– Los modelos y enfoques teóricos psicológicos; el psicoanálisis, p.e., estudia la violencia asociada con motivaciones inconscientes; el conductismo, sobre todo el mecanicista de corte pavloviano y skinneriano, así como el neoconductismo (que han desarrollado prácticas de control y modificación de conducta, incluso aversivas, etc., en general estudian el problema de la violencia como expresión de conducta agresiva (Es importante mantener la diferencia entre los conceptos de agresión y violencia. La agresión es la realización de un acto cuya finalidad, tanto consciente como inconscientemente, es la de provocar lesiones, daño o la destrucción de otras personas o a uno mismo; es decir, la conducta agresiva es defensiva y restauradora del equilibrio interno del sujeto, orientada a “devolver el golpe”, mientras que la violencia alude al uso de la fuerza con referencia a un vínculo de poder, jerárquico y desigual, así pues, es un vínculo, una forma de relación social por la cual uno de los términos realiza su poder acumulado) aprendida en asociación con situaciones de frustración, conflicto, aversión, extinción y castigo, dentro de un esquema de aprendizaje por condicionamiento clásico (estímulo-respuesta) u operante (respuesta-consecuencia: reforzamiento,
misión o castigo).
Sin dejar de reconocer los aportes de las distintas disciplinas teóricas en el enfoque y tratamiento de la violencia y lejos de minimizar la influencia determinante de los saberes filosóficos y religiosos en la concepción y práctica de la misma, en la perspectiva de nuestro análisis nos interesa destacar cómo se articulan los saberes científicos en su función legitimadora de la violencia, que contribuyen a institucionalizar una concepción biológica y esencialista de la violencia que la naturaliza, la acepta y justifica como “normal”.
Es tal el poder de estos discursos científicos, que atraviesan las instituciones, nuestras prácticas e incluso el imaginario colectivo en forma de arraigadas creencias, hábitos de pensamiento, opiniones, proverbios y actitudes (p.e., “el hombre es violento por naturaleza”).
– Este discurso social se vincula a determinadas estrategias y técnicas de poder que se expresan concretamente en: Códigos, legislaciones y normas socioculturales: en Venezuela, particularmente,
encontramos cómo nuestro código civil y penal está plagado de un articulado que responde al
poder de circulación y penetración de los discursos científicos (criminológico, médico, psiquiátrico, etc.). Por ejemplo, en el código penal actual (en su artículo 416) se considera delito de lesiones contra la mujer, sólo si el hecho violento ocurre cuando la mujer está embarazada, y si las lesiones provocan un parto prematuro, se convierte en un delito de lesiones graves (art. 417). Todas las demás formas de violencia contra la mujer, salvo la violación, son tipificadas como delito “contra la moral y las buenas costumbres” (art. 384 y 385). En referencia a las normas socioculturales en relación con la violencia de género, éstas tienden a ser tácitamente aceptadas en complicidad y tolerancia con determinadas actitudes y conductas, por ejemplo, el maltrato y la violencia en la pareja son aceptados como normales o problemas íntimos que sólo les conciernen a ellos.
– Prácticas policiales y procesos judiciales, sanciones y castigos: es una práctica común en nuestros centros policiales y judiciales minimizar el problema de la violencia, restarle importancia, justificarla, omitirla, burlarse e incluso hasta ridiculizarla. Por ejemplo, frente a una mujer que denuncia hechos de violencia, las preguntas más frecuentes de los(as) funcionarios(as) son: “¿Qué hizo usted para que su marido le pegara?”; “pero bueno, ¿viene a denunciar sólo por unos moretones?” A pesar de que hay sólo 10% de denuncias del total de casos, en la mayoría de estos centros no se registran estadísticas, las denuncias quedan guardadas en el cajón y, en consecuencia, no hay sanciones ni castigo, por lo que la violencia de género queda oculta e impune.
– Los procesos de socialización diferenciales-dicotómicos: el proceso de aprendizaje social no es igual para niños y niñas, pues los valores, expectativas y roles son distintos y transmitidos
de forma diferencial según el sexo de asignación y pertenencia y, por supuesto, hombres y mujeres
interiorizan mensajes y representaciones sociales diferentes, que a la larga los va distanciando en dos subculturas que se oponen, hace confictiva la relación hombre-mujer, marcada por las profundas desigualdades sociales que genera, y donde la violencia se constituye en un eje estructurador de la masculinidad y la feminidad.
– Calificaciones-etiquetamientos-estigmatizaciones y clasificaciones: los saberes fundados en una razón científica instrumental se constituyen en estrategias de poder y criterios de autoridad para calificar-etiquetar-estigmatizar y clasificar (p.e., tipologías basadas en características físicas), ejerciendo una práctica frecuente, extendida y difundida que va escindiendo personas y – conductas en opuestos binarios, encerrándolas en compartimientos estancos: masculino-femenino, bueno(a)-malo(a), normal-anormal, aceptado(a)-rechazado(a), delincuente-honrado ciudadano(a), víctima-victimario(a).
Las prácticas sociales aprendidas e internalizadas por hombres y mujeres para dar forma y sentido a su propia existencia, objetivadas, por ejemplo, en las relaciones de género en términos de un diferencial de poder y situación de vulnerabilidad y alto riesgo —en particular las mujeres, ancianos(as) y niños(as)—, convertidas en prácticas específicas de dominio-sumisión con la prerrogativa masculina del “derecho a controlar”, “derecho a castigar” como un privilegio de poder, una afirmación de su género ante la “necesidad” creada del varón en nuestra cultura de afirmar(se) en su masculinidad y expresar su virilidad, tomando distancia de lo “femenino” (ternura, expresión de afecto, atención y cuidado); mientras en las mujeres se fomentan sentimientos de inferioridad, pasividad y culpabilización frente a situaciones de violencia, así como permitir(se) la negación y violación de sus derechos como humanas.
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