Esta Tercera unidad discursiva se incluye fundamentalmente los estudios generados dentro del movimiento feminista, sobre todo, los planteamientos de las feministas radicales y los más recientes estudios de género. La crítica feminista al modelo patriarcal y sexista ha sido determinante en la denuncia de la violencia de género, que permanecía oculta tras su “naturalización” en la mayoría de los estudios y, en particular, los de la primera unidad en su
función legitimadora.
La investigación de género ha develado una lógica de racionalidad androcéntrica que implica, y explica a su vez, la génesis, el refuerzo y el mantenimiento de las relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres, ancladas en arraigadas creencias, actitudes, emociones y conductas (mentalizadas y expresadas) con fuerte carga de inferioridad y discriminación de y hacia las mujeres. Por medio de las historias de vida de las mujeres maltratadas, vemos cómo se va evidenciando la violencia de género en múltiples manifestaciones y cómo se constituye en uno de los elementos clave para mantener privilegios, control, dominio y sostener el orden jerárquico de la estructura patriarcal.
El género se constituye mediante la socialización diferencial en el espacio privilegiado para detentar el poder y es la base fundamental del aprendizaje de la violencia como parte de la construcción de la masculinidad y la feminidad (García y Cabral, 1998).
Lo que significa que, a partir del hecho biológico de las diferencias sexuales en cuerpos sexuados: macho y hembra, esta diferenciación se convierte en la mayor excusa biohistórica de virilización de la cultura para dividir a los seres humanos en dos clases sexuales bien diferenciadas: varón y mujer; escindidos en dos géneros socialmente construidos: masculino-femenino; y establecer, en coherencia con el orden del discurso social dominante, profundas desigualdades e injusticias sociales entre los hombres y las mujeres, cuyo devenir sociocultural delata una historia de relaciones de dominación a la que subyace el poder (Cabral, 1997).
En este sentido, es obvio (aunque no siempre visibilizado) cómo el ejercicio del poder se articula a la práctica de la violencia de género; vale decir, la violencia se ha constituido en uno de los dispositivos de poder (género y violencia están atravesados permanentemente por otros dispositivos de poder como etnia, raza, clase social, generación, edad, religión, etcétera.) que facilita y refuerza la afirmación del género masculino en la relación del par dominación masculina-subordinación femenina.
La importancia de esta unidad discursiva radica en el ejercicio de la crítica y el develamiento de las relaciones de dominación de orden falocéntrico y sexista (subsumidas en categorías como clase social, relaciones de producción, etc.) entre relaciones de poder; su cuestionamiento ha sido clave para desestabilizar los saberes, el orden del discurso de una determinada racionalidad “logofalocéntrica” (El logofalocentrismo establece un orden jerárquico que se presenta como neutralidad pero basado en el supuesto de que lo masculino se identifica con verdad y razón y lo femenino se asocia a emoción, sentimiento, intuición, etcétera.), lo que ha llevado a una ruptura epistemológica (práctica epistémica-crítica) y a desestabilizar las prácticas discursivas anteriores.
Aun cuando la primera y segunda unidades discursivas siguen vigentes y se superponen como discursos paralelos y a veces entremezclados, en la mayoría de las sociedades occidentales, y en particular en nuestro país, la tercera unidad discursiva (desde la teoría feminista y los estudios de género) en su función desestabilizadora comienza muy tímidamente a poner en entredicho la estabilidad, la aceptabilidad y legitimidad de las prácticas discursivas anteriores, cuyos efectos empiezan a concretarse en nuevas estrategias de poder y transformación de las prácticas sociales en relación con la violencia de género, en particular la violencia doméstica y sexual. Entender la violencia de género a partir de la diferenciación entre sexo y género. De manera tal que la violencia de género incluye y va más allá de la violencia doméstica y sexual
(p.e., abuso sexual, violación, etc.) Es decir, que mientras este tipo de violencia es mayoritariamente vivida por las mujeres y niñas(os) en el espacio privado del hogar, la violencia de género se extiende a cualquier forma de discriminación, negación, sometimiento, opresión y violación de los Derechos Humanos vividos tanto por mujeres como por hombres, por el hecho de estar socialmente construida con base en las distinciones del sexo y luego convertidas en desigualdades de género. Aunque reconocemos que la violencia de género nos abarca a todos(as) en esta investigación, analizamos con especial énfasis la violencia contra las mujeres.
Este nuevo saber científico, a partir de las luchas del movimiento feminista, está derivando en nuevas estrategias y técnicas de poderrepresentadas, entre otras, en legislaciones internacionales como la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Convención Belém do Pará, Brasil, junio de 1994); o en la incorporación de nuevos derechos humanos, muchos países han ratificado dichos logros en leyes nacionales.
La ley asigna también nuevas funciones, procedimientos y responsabilidades a instituciones, como los ministerios de educación, sanidad y asistencia social, justicia, comunicaciones y familia, para desarrollar e instrumentar programas de prevención social, capacitación y formación a sus funcionarios(as), actividades que recientemente están comenzando a ponerse en marcha en todo el país.
También hay nuevas prácticas sociales que propician la conformación de procesos de subjetivación y la construcción de nuevas identidades de género, en donde la violencia se convierte en un núcleo generador de movilizaciones y de acciones solidarias: demandas de servicios y acompañamiento de las mujeres que denuncian ser víctimas de la violencia doméstica y sexual, conformación de una ONGcuyo objetivo principal es la prevención, denuncia y visibilización de este tipo de violencia, exigencias de las mujeres (y algunos hombres conscientes de la gravedad del problema) a las instituciones que les corresponde (según la ley) la prevención y atención y, recientemente, la creación de las redes sociales contra la violencia doméstica y sexual en algunos estados venezolanos, donde participan organismos gubernamentales y no gubernamentales.
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