ESTUDIO PSICOANALITICO DE CUENTOS INFANTILES
CAPITULO 1: Objetivos
1.1. Diferencia entre lectura y escucha
La primera hace alusión a un tema dificil y complejo de la teoría psicoanalítica.
¿Es lo mismo escuchar que leer?. No nos referimos a las funciones fisiológicas o intelectuales que están en juego en el acto de escuchar y en el de leer, sino más bien a otra pregunta: ¿cuál es la diferencia entre la palabra (significante) y la letra?
Jacques Lacan, el psicoanalísta francés que ha construído el edificio teórico más importante después de Freud, hizo en determinado momento de su obra, pivotar todo este edificio sobre la importancia del significante. En 1953 presenta, en el Congreso Psicoanalítico de Roma, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (Lacan 1980,59—139) e introduce la proposición ya clásica: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”
En aquel momento Lacan hacía recaer la responsabilidad mayor (si se puede hablar así) del funcionamiento psíquico en lo simbólico.
Símbolo y significante son equiparables (1). En el funcionamiento psíquico humano —al que Freud en cierto modo ya le supuso una estructura de lenguaje: la “condensación” y el “desplazamiento” del “proceso primario” (Freud, 1900a), que luego Lacan equiparará a la “metáfora” y “metonimia” respectivamente—, la función del símbolo viene a ser soportada por el significante.
“Significante” lacaniano, que amplia y precisa la función de la “representación” de Freud Si Freud, por motivos no sólo teóricos, sino fundamentalmente clínicos, se vió llevado a tener que precisar entre “representación—palabra” y “representación—cosa” (reud 1915e; Laplanche y Pontalis 1979, 382—85), Lacan se ve llevado iqualmente a distinguir -lo que no quiere decir que ambas distinciones sean equivalentes— entre el “significante” y la “letra”: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” (Lacan 1980, 179—213).
Pero no es en este escrito, sino más adelante (Lacan 1981), en la última parte de su obra, donde Lacan establecerá la diferenció entre significante y escritura que a nosotros nos interesa por la relación con el objeto de nuestro estudio: los relatos populares. Además del interés teórico general que sin duda tiene para el psicoanálisis y especialmente para la clínica.
La palabra, el significante, por su naturaleza misma (se define por su relación con los otros significantes decíamos más arriba), Va al encuentro de otras palabras.
Un dicho suscita inmediatamente otros dichos (2).
El significante que simbolizo lo real de la cosa, pero que so define por su relación con otros significantea. Un significante llama a otros significantes. Las palabras de la asociación libre del paciente, llaman, precisamente por su falta de significación, por su déficit de sentido, a las palabras interpretativas del psicoanalista. Al decir del, paciente corresponde la escucha del analista.
Ahora bien, no todo en el lenguaje es significante, no todo son palabras. En el límite de la palabra está la letra, está la escritura. Pero hay que entender qué es la letra o el escrito para Lacan.
En el artículo de 1957, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, Lacan define la letra como la dimensión espacial del significante, pero más adelante habla de la letra como lo que hace límite al significante.
La letra no es cualquier palabra, podríamos decir que son aquellas palabras que alcanzan a lo más genuino de cada uno, palabras que han ido cobrando un notable peso especifico en cada uno, que puede que en algunos casos alcancen de alguna manera al Cuerpo del sujeto (determinados rasgos de carácter indelebles, determinadas manifestaciones psicopatológicas —Lacan hablaba por ejemplo del “blasón”, el “estandarte” de la fobia—, algunas manifestaciones psicosomáticas); o a la historia de sus origenes…
En cualquier caso, la letra, cono lenguaje que es, apunta a lo real, pero con mucha más eficacia y “cercanía” que el significante.
Hay um eje “palabra ——-> escucha» que en psicoanálisis es conocido y estudiado, el paciente habla, asocia y se producen efectos inconscientes en ese decir: los lapsus, cambios bruscos, silencios, confusiones, olvidos, recuerdos súbitos, etc. Y el psicoanalista escucha, y se siente interpelado por esas “marcas” que serían signos de la presencia del inconsciente y llamadas a su interpretación ante la ruptura del sentido aparente y la aparición de un “sentido otro” que parecen producir. De todo ello hablaremos extensamente en el siguiente capítulo.
Pero como ya hemos dicho, no todo es palabra en el sujeto.
Hay otro eje: “escrito—– > lectura” que constituye una parte central del análisis.
La palabra, significante, permanece al nivel de lo simbólico.
Lo escrito en el sujeto tendría que ver sin embargo con la irrupción de lo real en lo simbólico, en la palabra. Lo escrito tiene otra densidad y otra consistencia: no es meramente algo dicho, sujeto al juego continuo de la metáfora y del desplazamiento metonímico, sino que lo escrito es lo genuino inconsciente de cada uno; el “fantasma fundamental” (Lacan); el síntoma inamovible el “synthome” (Lacan); la forma singular en que la pulsión opera en cada uno de nosotros, en su doble forma erótica y letal (Freud); la “represión primaria” (Freud); los “fantasmas originarios” (Freud); etc. Lo escrito involucra al cuerpo.
La “lectura” del psicoanalista es una aportación simbólica, de significantes, a algo que es deficitario en ese registro por cuanto predomina lo real. (Véase en el capítulo siguiente la segunda acepción del trabajo de la interpretación).
Y es esta aportación simbólica de la “lectura” del psicoanalista, lo que hará posible el paso de “escrito” a “palabra” en el paciente. Y con ello a la escucha y la interpretación del psicoanalista (un su primera acepción).
A lo que resulta de esta operación cuatripartita (palabra, escrito, escucha, lectura) le llama Lacan “el decir psicoanalítico” que es distinto a cada uno de los cuatro elementos que lo constituyen.
Estos comentarios, a propósito de una formulación lacaniana, nos son valiosos por dos razones: en primer lugar, nos ayudan a aclarar mejor la complejidad de la interpretación psicoanalítica y, en segundo lugar, se presta muy bien para el objeto de nuestra interpretación: un cuento. En definitiva, un texto.
El cuento es un escrito y, según la acepción lacaniana, podíamos decir que es escrito en tanto debe incluir en su texto, por ejemplo, un fantasma fundamental en torno a la mujer, en torno al incesto y sus efectos, en cuanto a la función de la madre edipica, etc.
El encuentro con este cuento produce impacto por su carácter enignático, por los interrogantes que plantea, por sus zonas oscuras (esta es la “lectura”) que nos llevará a pensar, a formularnos posibles interrogantes, a ubicar el cuento en comparación con otros, a buscar otras versiones, etc. Es decir, el cuento “comienza a hablar” (Bellemin—nöel, 1989), comienza a asociar, es decir se instaura el otro eje.”palabra”—-> “escucha”.
Vayamos al terreno que ahora nos interesa. Un relato cualquiera, un cuento moderno, una novela actual están constituídos por un conjunto mejor o peor de significantes, son un conjunto de palabras que nos gustarán más o menos, que nos suqerirán ideas o emociones en mayor o menor medida.
Si ahora lo comparamos con los cuentos tradicionales, con cualquiera de ellos, por ejemplo con aquellos que nos presentan a “la niña perseguida”, cuentos que se pierden en las fuentes de la historia, que se han repetido en múltiples versiones distintas, que se han registrado en lugares tan distintos que su existencia no puede explicarse por transmisión, o influencia, sino que parecen producirse simultáneamente en distintos puntos de la Tierra, cuentos tan enigmáticos como el de “la niña sin brazos”, esa comparación que decíamos, nos produce la sensación de que estos últimos no son meramente un conjunto afortunado de palabras.
Estos son textos densos, ajenos al paso del tiempo, que si por una parte nos dan impresión de estar cargados de sentido, por otra, más evidente, nos impresionan por su falta de sentido, por su sinsentido, Esto tiene que ver con la letra.
Tracemos una imaginaria línea continua, en la que vamos a ir poniendo, en el orden en que los vamos a ir nombrando, las siguientes manifestaciones del lenguaje: En primer lugar, una ocurrencia espontánea o la narración de una anécdota acerca de un hecho casual, Podría ser también el relato de un chiste recién escuchado.
En segundo lugar pongamos una poesía o una música que nos impactan y que por una temporada insisten en nuestro pensamiento.
En tercer lugar, una canción de la infancia. Escolar, por ejemplo, de esas que una y otra vez se nos vienen al recuerdo deformadas, incomprensibles, como las oíamos y cantábamos entonces. Sin saber por qué se nos repiten incansables y, al parecer, indelebles.
En cuarto lugar, un relato familiar. Con peso, con fuerza. Oscuro, por las características del mismo, y tal vez de la transmisión de que fue objeto. Esas neblinosas historias de familia.
En quinto lugar, algo de lo que nunca se habla pero que está inevitablemente presente. podrían ser muchas cosas: un defecto corporal, una extraña cicatríz. Un periodo de la historia familiar que siempre permanece en blanco. Un accidente antiguo, una desaparición, etc. Algo que hace marca en el cuerpo, en la familia, en la historia…
Ese trayecto intenta ejemplificar, aunque de manera matizable,discutible, el paso del significante a la letra; de la función simbólica de la palabra a la función del escrito. “¿Lo real puede pues sostenerse por una escritura?. Claro que sí, y diré más aún —de lo real no hay otra idea sensible que la que da la escritura, el rasgo de escrito” (Jacques Lacan, Seminario R.S.I. (real, simbólico, imaginario), 1974—75, Ornicar?,3,p.26, Barcelona) (3)
El cuento tradicional estaría en esas últimas posiciones de la línea imaginaria, del lado de la letra, más que del lado del significante. Pero no porque los cuentos estén escritos: aunque ahora puedan estarlo, o siempre haya habido versiones literarias escritas de un determinado argumento, precisamente los cuentos populares se han constituído y transmitido en la tradición oral.
Pero a pesar de ello, como ya hemos dicho,no son sólo un conjunto de palabras. Tienen más bien el carácter de la escritura.
Una cuestión fundamental: ¿ y la letra, la escritura, tal cono se está entendiendo aquí, es interpretable ? volvemos con ella a la cuestión planteada desde el principio, ahora de otra manera y desde otros elementos: un texto, en la medida que es escritura, ¿es interpretable?.
Si, y sólo, si logramos convertir la escritura en palabras (significantes) y, por tanto, la lectura en escucha.
Y justamente, esa es la tésis que se viene presentando y defendiendo: bajo determinadas condiciones, y sólo bajo ellas, es posible intrepretar un texto.
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Autor: Gerardo Gutiérrez Sánchez Madrid 1993
Fuente: UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación Departamento de Métodos de investigación y Diagnóstico en Educación. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE