El trastrabarse
– Volver a ¨El trastrabarse¨
Según este autor, lo que nunca falta en estos fenómenos, ni en otros con ellos emparentados, son ciertos influjos psíquicos. «A estos pertenece, en primer lugar, como condición positiva, el flujo desinhibido de las asociaciones de sonidos y palabras, incitadas por los sonidos pronunciados. Y a él se suma, como factor negativo, la ausencia o relajación de los efectos de la voluntad, inhibidores de ese fluir, así como de la atención, que se reafirma en este punto como una función de la voluntad. Que ese juego de las asociaciones se manifieste en la anticipación de un sonido futuro o la reproducción de uno previo, o consista en intercalar uno que se tiene el hábito de pronunciar, o, por último, que repercutan sobre los sonidos pronunciados unas palabras por entero diversas que mantengan un vínculo asociativo cualquiera con aquellos, nada de esto importa diferencias, como no sea en la dirección y, en todo caso, en el campo de aquel juego de las asociaciones sobrevenidas; no en cuanto a la naturaleza general de estas. Por lo demás, en muchos casos cabe dudar sobre la forma a la cual se debe imputar cierta perturbación, o bien si no sería más lícito reconducir esta última a una conjugación de varios motivos, de acuerdo con el principio de la complicación de las causas».Considero enteramente justas y muy instructivas estas puntualizaciones de Wundt. Acaso cabría destacar, con mayor decisión que él, lo siguiente: el factor positivo -el fluir desinhibido de las asociaciones- y el negativo -la relajación de la atención inhibidora- que favorecen la equivocación en el habla producen, por regla general, un efecto conjugado, de suerte que ambos no serían sino unas definiciones diversas de un mismo proceso. Es que con la relajación de la atención inhibidora entra en actividad el flujo desinhibido de las asociaciones; dicho de manera todavía más clara: lo hace en virtud de esa relajación.
Entre los ejemplos de trastrabarse por mí mismo compilados, difícilmente haya uno en que la perturbación del habla pueda reconducirse de manera única y exclusiva a lo que Wundt llama «efecto de contacto entre los sonidos». Yo descubro casi siempre, además, un influjo perturbador de algo situado fuera de la oración intentada, y eso perturbador es un pensamiento singular que permaneció inconciente, que se da a conocer por medio del trastrabarse y que hartas veces sólo puede ser promovido a la conciencia mediante un análisis detallado; o bien se trata de un motivo psíquico más general que se dirige contra el dicho entero.
1. A mi hijita, que acaba de morder una manzana con feas maneras, quiero citarle estos versos:
«El mono {Affe} suele hacer monadas, y más si come una manzana {Apfel}».
Pero empiezo: «El Apfe … » {palabra inexistente}. Esto parece una contaminación de «Affe» y «Apfe» (formación de compromiso); también se lo puede concebir como anticipación de «Apfel», que yo me aprontaba a pronunciar. Pero, más precisamente, las cosas pasaron así: Ya había iniciado antes la cita, y no me trastrabé entonces. Sólo cometí el desliz al repetirla, lo cual fue necesario porque la interpelada, absorbida por otro asunto, no me oyó. Así, me veo obligado a incluir en la motivación de esta equivocación en el habla, que se presenta como una operación condensadora, a aquella repetición, junto con la impaciencia, que ella supuso, por despachar la frase.
2. Mi hija dice: «Escribo a Frau Schresinger … ». En realidad, la señora se llama «Schlesinger».
Esta equivocación en el habla sin duda se entrama con una tendencia a facilitarse la articulación, pues la 1 es difícil de pronunciar después de una r repetida {«Ich schreibe der Frau … »}. No obstante, debo agregar que mi hija incurrió en este trastrabarse luego de que yo mismo, minutos antes, hubiera anticipado «Apfe» por «Affe». Y bien, el trastrabarse es contagioso en alto grado, semejante en esto al olvido de nombres, respecto del cual Meringer y Mayer han puesto de relieve esta peculiaridad. No sé indicar razón alguna para esta contagiosidad psíquica.
3. «Me cierro como una Tassenmescher {palabra inexistente} … Taschenmesser {navaja}», dice una paciente al comienzo de la sesión, permutando entre sí los sonidos t«s» por «sch»}, de lo cual puede servirle también como disculpa la dificultad de articulación («Wiener Weiber Wäscherinnen waschen weisse Wäsche», «Fischflosse», y parecidos trabalenguas).
Cuando le hice notar su equivocación, replicó con prontitud: «Sí, se debe únicamente a que usted dijo hoy «Ernscht» {por «Ernst», «serio»}». En efecto, yo había empezado con este dicho:
«Hoy la cosa va en serio» (porque era la última sesión antes de las vacaciones), y en chanza dilaté el «Ernst» en un «Ernscht». En el trascurso de la sesión se trastrabó ella una y otra vez, hasta que acabé por darme cuenta de que no me imitaba meramente, sino que tenía una razón particular para demorarse en lo inconciente con la palabra «Ernst» como nombre propio {«Ernesto»}.
4. «Estoy tan resfriada … No puedo durch die Ase natmen … quiero decir Nase atmen {respirar por la nariz}», enunció otra vez esta misma paciente. Enseguida advierte cómo ha llegado a esta equivocación. «Todos los días tomo el tranvía en la Hasenauerstrasse {calle Hasenauer}, y esta mañana, mientras lo esperaba, se me ocurrió que si yo fuera francesa diría «Asenauer», pues los franceses no pronuncian la «b» a comienzo de palabra». Aporta luego una serie de reminiscencias de franceses que ella ha conocido, y, por intrincados rodeos, alcanza el recuerdo de que teniendo catorce años hizo el papel de «Picarde» en la pieza breve Kurmärker und Picarde, y en esa ocasión se expresó en defectuoso alemán.
La contingencia de haber llegado a su pensión un huésped de París despertó toda la serie de recuerdos. Así, la permutación de los sonidos es consecuencia de la perturbación producida por un pensamiento inconciente que proviene de un contexto completamente ajeno.
5. Parecido fue el mecanismo del trastrabarse en otra paciente, desasistida por su memoria mientras reproducía un recuerdo infantil olvidado de antiguo. No quiso su memoria comunicar por qué lugar de su cuerpo la tomó la mano indiscreta y voluptuosa del otro. Inmediatamente después de la sesión, va de visita a casa de una amiga y platica con ella sobre residencias veraniegas. Preguntada por la ubicación de su casita en M., responde: «En la cadera del monte {Berglende}», en lugar de «ladera del monte {Berglebne}».
6. Otra paciente a quien yo pregunto, trascurrida ya la sesión, cómo está su tío, responde: «No sé, ahora sólo lo veo in flagranti». Al día siguiente comienza ella: «Me ha avergonzado mucho darle a usted una respuesta tan imbécil. Usted me tendrá, desde luego, por una persona totalmente inculta, que confunde a troche y moche palabras extranjeras. Quise decir en passant {de tiempo en tiempo}». En ese momento no sabíamos todavía de dónde había tomado ella las palabras extranjeras erróneamente aplicadas. Pero en la misma sesión aportó, como prosecución del tema tratado la víspera, una reminiscencia en que ser pillado in flagranti desempeñaba el papel principal. O sea que su equivocación de la víspera había anticipado ese recuerdo no devenido conciente todavía.
7. Me veo precisado, en cierto punto del análisis, a declarar a una paciente mi conjetura de que en la época que acabábamos de considerar ella estaba avergonzada de su familia y había hecho a su padre un reproche que todavía desconocemos. Ella no recuerda nada parecido, y además lo proclama improbable. No obstante, prosigue la plática con puntualizaciones sobre su familia: «Una cosa debe admitirse: Es una gente muy especial; son todos avaros {Geiz} … quise decir espirituales {Geist}». He ahí, pues, el verdadero reproche que ella había esforzado a desalojar {verdrängen} de su memoria. Es un fenómeno común que en el trastrabarse esfuerce su aparición justamente la idea que uno quería reservarse. Recuérdese el caso de Meringer «salir a la luz». La única diferencia consiste en que en dicho caso la persona quiere reservarse algo que le es conciente, mientras que mi paciente no sabe nada sobre lo reservado o, como también se puede decir, no sabe que se reserva algo, ni qué se reserva.
8. El siguiente ejemplo de trastrabarse se remonta también a una reserva deliberada. Cierta vez me topo en las Dolomitas con dos damas que iban vestidas como turistas. Las acompaño un trecho, y hablamos de los goces, pero también las fatigas, que depara la vida de turista. Una de las damas admite que este modo de pasar el día trae muchas incomodidades. «Es verdad», comenta, «que no es agradable marchar bajo el sol todo el día, y trasudarse blusa y camisa». Al decir esta frase tuvo que vencer una pequeña vacilación.
Después siguió: «Pero cuando se regresa nach Hose y una puede mudarse de ropa … ». Creo que no hace falta examen alguno para esclarecer este trastrabarse. Es evidente que la dama tuvo el propósito de hacer una enumeración más completa, y decir «blusa, camisa y Hose {calzón}». Luego, por razones de decoro, sofocó la mención de esta última prenda de vestir. Pero en la frase siguiente, por completo independiente de la primera en cuanto al contenido, la palabra sofocada se abrió paso, contra su voluntad, como deformación de «nach Hause (a casa}», de sonido semejante.
9. «Si usted quiere comprar alfombras, vaya a lo de Katifmann {nombre propio; también significa «comerciante»} en la Mattháusgasse {la calle Mateo}. Creo poder darle una recomendación», me dice una dama. Yo repito: «Entonces, en lo de Matthäus {Mateo} … en lo de Kaufmann, quiero decir». Parece consecuencia de una distracción que yo repita un nombre en vez del otro. Y en efecto, el dicho de la dama me ha distraído, pues ha guiado mi atención hacia otra cosa mucho más importante para mí que las alfombras. Es que en la Mattháusgassc vivía mi esposa cuando era mi novia. La entrada de la casa daba a otra calle, y ahora reparo en que he olvidado su nombre y tengo que dar un rodeo para tomar conciencia de él. Por tanto, el nombre Mattháus {Mateo}, al que me aferro, es para mí un sustituto del nombre olvidado de la calle. En tal sentido es más adecuado que Kaufmann, pues Matthäus es exclusivamente un nombre de persona, cosa que no sucede con Kaufmann, y la calle olvidada lleva también el nombre de persona Radetzky.
10. Al siguiente caso podría de igual modo clasificarlo entre los «errores» de que luego hablaré [capítulo X], pero lo cito aquí por ser particularmente nítidos los vínculos entre los sonidos, sobre cuya base se produce la sustitución de palabras. Una paciente me refiere su sueño: Un niño ha resuelto darse muerte mediante la mordedura de un ofidio. Lleva a cabo su resolución. Ella lo ve retorcerse en convulsiones, etc. Ahora se empeña en hallar el anudamiento diurno de ese sueño. Enseguida se acuerda de que ayer por la tarde asistió a una conferencia popular sobre primeros auxilios en caso de mordedura de serpiente. Si un adulto y un niño fueron mordidos al mismo tiempo, es preciso tratar primero la herida del niño. También recuerda las medidas que el conferencista recomendó para el tratamiento. «Importa muchísimo», manifestó, «la especie por la cual se es mordido». En este punto la interrumpo, y le pregunto: «¿No dijo también que en nuestra comarca hay muy pocas variedades venenosas, y no enumeró las más temibles?».
«Sí, insistió en la serpiente de Klapper {cascabel}» . Mi carcajada la pone sobre aviso de que ha dicho algo incorrecto, Se rectifica entonces, pero no corrige el nombre, sino que retira lo dicho.
«Bueno, esta no existe entre nosotros; él habló de la víbora ordinaria. ¿Cómo habré dado yo en la serpiente de cascabel?». Tal vez, conjeturé, por la injerencia de los pensamientos que se ocultaban tras su sueño. El suicidio por mordedura de serpiente difícilmente sea otra cosa que una alusión a la bella Kleopatra {Cleopatra}. Son innegables la amplia semejanza fonética entre ambas palabras, la coincidencia de las letras Kl … p … r en idéntica secuencia, y de la a acentuada. Esta buena relación entre los nombres de la serpiente de Klapper y de Kleopatra produce en ella un momentáneo estrechamiento del juicio, por lo cual no le escandaliza afirmar que el conferencista instruyó a su público en Viena sobre el tratamiento de mordeduras de serpientes de cascabel. Es que en cualquier otro caso ella sabe tanto como yo que esa serpiente no pertenece a la fauna de nuestra patria. Y no le echemos en cara haber trasladado las serpientes de cascabel a Egipto con la misma falta de reparos, pues es habitual en nosotros arrojar a un mismo saco todo lo extraeuropeo, lo exótico, y yo mismo tuve que reflexionar un momento para formular la aseveración de que la serpiente de cascabel es exclusiva del Nuevo Mundo.
La continuación del análisis proporciona más corroboraciones. La soñante contempló ayer por primera vez el grupo escultórico sobre Marco Antonio, de Strasser, emplazado cerca de su casa. He ahí, entonces, la segunda ocasión del sueño (la primera fue la conferencia sobre mordeduras de serpientes). En la prosecución de su sueño, ella acunaba a un niño en sus brazos, y sobre esta escena se le ocurre «Margarita». Otras ocurrencias traen reminiscencias de Arria y Messalina(105). Ya el afloramiento en los pensamientos oníricos de tantos nombres tomados de piezas teatrales permite conjeturar que en su juventud la soñante alimentó un secreto entusiasmo por el oficio de actriz. El comienzo del sueño, «Un niño ha resuelto poner fin a su vida mediante la mordedura de un ofidio», no significa realmente otra cosa que: Ella se ha propuesto de niña llegar a ser alguna vez una famosa actriz de teatro.
Desde el nombre de «Messalina», por último, se ramifica el camino de pensamiento que conduce hasta el contenido esencial de este sueño. Ciertos sucesos de los últimos tiempos le han despertado la aprensión de que su único hermano contraiga un matrimonio desacorde con su condición social, una mésalliance con una no aria. 11. Por el trasparente mecanismo que permite discernir, referiré ahora un ejemplo totalmente inocente, o bien cuyos motivos no se nos han esclarecido bien: Un alemán en viaje por Italia necesita de una correa para asegurar un cofre suyo que se ha dañado. El diccionario le proporciona para «correa» {«Riemen»} la palabra italiana «coreggia». «Me resultará fácil retener esta palabra», se dice, «si pienso en el pintor Correggio». Va entonces a una tienda y pide: «Una ribera». En apariencia no había conseguido sustituir en su memoria la palabra alemana por la italiana, pero su empeño no fue del todo infructuoso. Sabía que su punto de referencia era el nombre de un pintor, pero entonces no dio con aquel que sonaba parecido a la palabra italiana, sino con otro que se aproximaba a la palabra alemana {Riemen} . Desde luego, así como he incluido este ejemplo entre los de trastrabarse, habría podido clasificarlo como olvido de nombre. Cuando recopilaba experiencias de trastrabarse para la primera edición de esta obra, procedí a someter al análisis todos los casos que pude observar, aun los más triviales. Desde entonces, muchos otros se han dedicado a la divertida tarea de reunir deslices en el habla y analizarlos, lo que me permite ahora escoger entre un material más rico. 12. Un joven dice a su hermana: «Con los D. he roto por completo, he dejado de saludarlos». Ella responde: «Es gente de mala Lippschalt {palabra inexistente} ». Quiso decir «Sippschaft» («ralea»}, pero comprimió otros dos órdenes de cosas en su error de habla, a saber: que antaño su propio hermano había iniciado un flirt con la hija de esa familia, y que de esta se decía que en los últimos tiempos se había enredado en un serio amorío {Liebschaft} ilícito. 13. Un joven interpela a una dama por la calle con estas palabras: «Señorita, permítame que la acom-traje {begleit-di gen}». Es evidente, se propuso decir que le gustaría «acompañarla» {«begleiten»}, pero temió «ultrajarla» {«beleídigen»} con su propuesta. Que estas dos encontradas mociones de sentimiento hallaran expresión en una palabra –el trastrabarse, justamente- indica que los verdaderos propósitos del joven no eran del todo santos y a él mismo no pudieron menos que parecerle ultrajantes hacia la dama. Pero en tanto procura esconder esto ante sí mismo, su inconciente le hace la jugarreta de delatar su genuino propósito, con lo cual, a la vez, le gana de mano a la dama, por así decir, en la respuesta convencional: «¿Pero que se ha pensado usted de mí? ¿Cómo puede ultrajarme así?». (Comunicado por O. Rank.) Recojo algunos ejemplos de un artículo de W. Stekel titulado «Confesiones inconcientes».
Continúa en ¨El trastrabarse (tercera parte)¨