El trastrabarse
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14. «El ejemplo que sigue descubre un aspecto desagradable de mis pensamientos inconcientes. Quiero dejar consignado, ante todo, que en mi condición de médico nunca reparo en mi ventaja y tengo en vista exclusivamente el interés del enfermo, como es natural. A una enferma que ha sufrido una grave afección le presto mis auxilios médicos en su convalecencia. Hemos pasado juntos muchos duros días y noches. Me hace feliz encontrarla mejor, le pinto las delicias de una estadía en Abbazia, y consecuentemente agrego: «Pues usted, según espero, no ha de abandonar pronto el lecho. . . «. Es evidente que ello brotó de un motivo egoísta de lo inconciente: poder tratar más tiempo a esta adinerada enferma, un deseo en un todo ajeno a mi conciencia de vigilia, y que yo rechazaría indignado». 15. Otro ejemplo de Stekel: «Mi esposa toma una gobernanta {Französin} para prestar servicio por las tardes, y luego de acordar con ella las condiciones quiere conservar las recomendaciones que trae. Pero la gobernanta le ruega que le permita llevarlas consigo, y aduce este motivo: «Je cherche encore pour les après-midis, pardon, pour les avant-mídís» { “Todavía busco colocación para las tardes, perdón, para las mañanas»}. No hay duda de que tenía el propósito de tentar suerte en otras casas y quizás obtener mejores condiciones -propósito este que ella realizó en efecto-». 16. (Stekel:) «Debo sermonear a una señora, y su marido, a cuyo pedido lo hago, escucha de pie tras la puerta. Al terminar mi reprimenda, que había causado visible efecto, dije: «Adiós, estimado señor». Así yo delataba, para quien estuviera en antecedentes, que el marido era el consignatario de mis palabras, que yo las había dicho por cuenta de él». 17. El doctor Stekel informa, acerca de sí mismo, que durante cierto tiempo tuvo bajo tratamiento a dos pacientes de Trieste, y siempre les trocaba los nombres al saludarlos. «»Buenos días, señor Peloni», decía yo a Ascoli; «Buenos días, señor Ascoli», a Peloni. Al comienzo no me inclinaba a atribuir motivos más profundos a esta confusión, y la explicaba por los muchos rasgos que estos señores tenían en común». Pero luego pudo convencerse fácilmente de que el trueque de los nombres respondía a una suerte de vanagloria, pues por ese medio podía hacer saber a cada uno de sus pacientes italianos que no era el único triestino que había viajado a Viena en busca de su consejo médico. 18. El propio doctor Stekel en una tormentosa asamblea general: «Pelearemos {streiten}» (por «pasaremos {schreiten}») «al punto 4º del orden del día». 19. Un profesor en su conferencia inaugural: «No estoy geneigt {inclinado}» (por «geeignet {calificado}») «para apreciar los méritos de mi estimado predecesor». 20. El doctor Stekel a una dama que, según él conjetura, padece el mal de Basedow: «En altura usted le lleva un Kropl {papo}» (por «Kopl {cabeza}») «a su hermana». 21. El doctor Stekel informa: «Alguien quiere describir la relación entre dos amigos, uno de los cuales parece que debe ser caracterizado como judío. Dice: «Compartían su vida como Castor y Pollak.» En modo alguno fue un chiste; el hablante mismo no había reparado en su trastrabarse y sólo se percató de él cuando se lo hice notar». 22. En ocasiones, un trastrabarse hace las veces de tina caracterización extensa. Una joven dama que lleva las riendas en su casa refiere que su marido, enfermo {Ieidend; o «tolerante»}, ha ido al médico para consultarlo sobre la dieta que le convendría. Y que el médico le dijo que no se preocupara por ello: «Puede comer y beber lo que yo quiera», concluyó la dama . Los dos ejemplos que siguen, de T. Reik, provienen de situaciones en que uno se trastraba con particular facilidad por estar forzado a reservarse mucho más de lo que puede decir. 23. Un señor presenta sus condolencias a una joven dama cuyo marido ha fallecido recientemente, y agrega: «Hallará usted consuelo si widwen {por widmen, «consagrarse»} enteramente a sus hijos». El pensamiento sofocado apunta a otra clase de consuelo: una Witwe {viuda} joven y bella pronto gozará de nuevos alborozos sexuales. 24. El mismo señor platica con esa dama en una tertulia sobre los grandes preparativos que se han hecho en Berlín para recibir la Pascua, y pregunta: «¿Ha visto usted hoy la exposición en lo de Wertheim?. Está totalmente descotada {dekolletiert; por Moriert, «decorada»}». No había podido expresar en Voz alta su admiración por el descote de la bella señora, y hete aquí que el pensamiento prohibido se abrió paso mudando el decorado de una exposición de mercancías en un descotamiento, con lo cual la palabra «exposición» se aplicó inconcientemente en doble sentido, Esta misma condición vale también para una observación de la cual el doctor Hanns Sachs procura dar detallada cuenta: 25. «Una dama me refiere, acerca de un cono6do común, que la última vez que lo vio estaba tan elegantemente vestido como siempre; en particular, llevaba unos hermosísimos zapatos bajos {Halbschuhe} de color marrón. Ante mi pregunta sobre dónde lo había encontrado, informó: «Llamó a la puerta de mi casa y lo vi por los visillos bajos. Pero no le abrí ni di ninguna otra señal de vida, pues no quería que él supiera que yo ya estaba en la ciudad». Mientras la escucho, pienso que me calla algo; y que lo más probable es que no quisiera abrir porque no estaba sola ni vestida como para recibir visitas. Le pregunto con alguna ironía: «Entonces, ¿a través de las celosías cerradas vio usted sus Hausschube {pantuflas hogareñas}. . . sus Halbschube {zapatos bajos}?». En «Hausschuhe» consigue expresarse el pensamiento sobre el HauskIeid {vestimenta de entrecasa} de ella, cuya exteriorización fuera atajada. Por otra parte, se intentó evitar la palabra «Halb» {«medio»} porque justamente ella contenía el núcleo de la respuesta prohibida: «Usted me dice sólo una media verdad y calla que estaba a medio vestir». Además, el trastrabarse fue favorecido por el hecho de que inmediatamente antes habíamos hablado sobre la vida conyugal de aquel señor, sobre su «dicha hogareña» {«häuslichen Glück»} lo cual sin duda codeterminó el desplazamiento sobre su persona. Por último, debo confesar que, si hago andar por la calle con pantuflas de entrecasa a este elegante señor, quizá proceda así influido por mi envidia; yo mismo, poco tiempo antes, había comprado unos zapatos bajos de color marrón, pero en modo alguno eran «hermosísimos»». Epocas de guerra como la presente promueven una serie de deslices en el habla cuya inteligencia no ofrece dificultad alguna. 26. «¿En qué regimiento está su hijo?», preguntan a una dama. Responde: «Está en el de matadores nº 42 {Mörder, en lugar de Mörser, «morteros»}». 27. El oficial Henrik Haiman escribe desde el frente: «Me arrancan por un momento de la lectura de un libro cautivante para responder a los telefonistas de reconocimiento. A la prueba de línea del puesto de artillería, reacciono: «Controles bien; Ruhe {silencio}». Lo reglamentario habría sido: «Controles bien; Schluss {stop}». Mí anomalía se explica por el enojo que me provocó el ser perturbado en la lectura». 28. Un sargento primero instruye a la tropa para que cada quien envíe a su casa su dirección exacta, a fin de que no se pierden los «Gespeckstücke». 29. El excelente ejemplo que sigue, cuyo valor es realzado por la tristísima situación que supone, me fue comunicado por el doctor L. Czeszer, quien hizo esta observación y la analizó de manera exhaustiva durante su residencia en la Suiza neutral en el período de la guerra. Reproduzco, con ínfimas omisiones, la noticia que él me envió: «Me permito comunicarle un caso de «desliz en el habla» cometido por el profesor M. N. en O. durante una conferencia suya sobre la psicología de las sensaciones, pronunciada en el semestre de verano que acaba de finalizar. Debo referir, primero, que estas conferencias se dieron en el aula de la Universidad ante un gran número de prisioneros de guerra franceses internados, y por otra parte, de estudiantes suizo-franceses, la mayoría de ellos partidarios de la Entente. En O., como en la propia Francia, la palabra «boche» se usa universalmente y de manera exclusiva para designar a los alemanes. Sin embargo, en documentos públicos, así como en conferencias, etc., los altos funcionarios, los profesores y, en general, las personas que ocupan cargos responsables se esfuerzan por evitar la ominosa palabra por razones de neutralidad. »Pues bien; el profesor N. quería disertar sobre el valor práctico de los afectos, y se propuso citar un ejemplo en que un afecto es explotado concientemente para que un trabajo muscular no interesante en sí mismo se cargue de sentimientos placenteros y, así, se lo realice con más intensidad. Refirió entonces -en lengua francesa, desde luego- una historia que por esos días se había publicado en los periódicos del lugar, que la tomaron de un diario alemán. Cierto maestro de escuela alemán hacía laborar la huerta a sus alumnos, y para animarlos a trabajar más intensamente los exhortó a imaginarse que rompían el cráneo de un francés por cada terrón de tierra. En el relato de su historia, N. dijo siempre, por supuesto, con toda corrección, «alemán», y no «boche», cuando de aquel se trataba. Pero al llegar a su desenlace reprodujo del siguiente modo las palabras de aquel maestro de escuela: «Imaginez-vous qu’en chaque moche vous écrasez le crâne d’un français». Así pues, ¡en lugar de «motte» {«terrón»}. . . «moche»! »Vemos bien cómo este correcto erudito se esfuerza desde el comienzo de su relato para no ceder al hábito ni, acaso, a la tentación ‘ pronunciando desde la cátedra universitaria esa palabra que hasta había sido objeto de expresa prohibición por un edicto parlamentario. Y justo en el instante en que con toda felicidad acaba de decir, como es debido, «instituteur allemand» {«maestro alemán»} por última vez, y respirando con interior alivio se apresura para llegar a la conclusión no peligrosa de la historia, aquel vocablo con tanto trabajo refrenado se prende a la homofonía de la palabra «motte» y … el percance se produce. La angustia ante la falta de tacto político, quizás un refrenado placer por usar, no obstante, la palabra corriente y por todos esperada, así como la repugnancia de este republicano y demócrata nato hacia cualquier cortapisa impuesta a la libertad de expresión, interfirieron con el propósito principal, que apuntaba al relato correcto del ejemplo. La tendencia interfiriente es notoria para el orador, y, como no cabe suponerlo de otro modo, pensó en ella inmediatamente antes de trastrabarse. »El profesor N. no reparó en su desliz; al menos, no lo rectificó, según es usual hacerlo de una manera casi automática. En cambio, la mayoría de sus oyentes franceses recibieron con verdadera complacencia el lapsus, y este produjo un efecto idéntico a un juego de palabras deliberado. Yo, en cambio, viví este episodio, inocente en apariencia, con genuina excitación interior. Pues si bien no podía, por motivos obvios, inquirir al profesor como lo impone el método psicoanalítico, este desliz en el habla fue para mí una prueba decisiva de la exactitud de la doctrina por usted enunciada sobre el determinismo de las acciones fallidas y las profundas analogías y nexos entre el trastrabarse y el chiste». 30. Bajo las turbadoras impresiones de la época de guerra nació también el trastrabarse del que nos informa un oficial austríaco de regreso a la patria, el capitán T.: «Varios de los meses que pasé como prisionero de guerra en Italia estuve, junto con unos doscientos oficiales, confinado en una pequeña villa. En ese lapso, uno de nuestros camaradas murió de gripe. Este suceso produjo, naturalmente, una impresión muy profunda; en efecto, la situación en que nos encontrábamos, la falta de asistencia médica, el desvalimiento de nuestra existencia, volvían más que probable una propagación de la epidemia. Velábamos al muerto en un sótano. Ese atardecer salí con un amigo a dar un paseo alrededor de nuestra casa, y en cierto momento ambos expresamos el deseo de ver el cadáver. Como yo marchaba delante, al entrar en el sótano se me ofreció una visión que me espantó, pues no estaba preparado para hallar el ataúd tan cerca de la entrada y tener que contemplar con tal proximidad el rostro desasosegado por el juego de luces que le proyectaban las velas. Todavía bajo la impresión de esta imagen, proseguimos la caminata. En un lugar desde donde se ofrecía la vista del parque bañado en la claridad de la luna llena, un prado bien iluminado y más allá unos velos de niebla, yo expresé la imagen que ello me sugirió: veríamos acaso una ronda de elfos danzando en las lindes del bosque de pinos que allí comenzaba. »A la tarde siguiente enterramos al camarada muerto. El camino desde nuestra prisión hasta el cementerio de la aldehuela vecina nos resultó en cierto modo más amargo y humillante: mozalbetes alborotadores, los lugareños aprovecharon la ocasión para expresar sin disimulo, con gritos ásperos y estridentes, en son de burla y escarnio, sus sentimientos hacia nosotros, mezcla de curiosidad y de odio. La sensación de no poder escapar a las mortificaciones ni siquiera así, inermes como estábamos, y la repugnancia ante la rudeza testimoniada por ellos me dejaron con una amargura que perduró hasta la noche. A la misma hora que la víspera y en la misma compañía, salimos por el camino de tierra que rodeaba a la vivienda; y al pasar junto a las rejas del sótano, tras las cuales yaciera el cuerpo, me asaltó el recuerdo de la impresión que me produjera el verlo. En el sitio desde el cual se me volvió a mostrar el parque iluminado, bajo la misma claridad de la luna llena, me detuve y dije a mi compañero: «Podríamos sentarnos aquí en la Grab {tumba} … Gras {hierba} y s inken ‘ descender’; por singen, ‘cantar’} una serenata». Sólo recapacité luego del segundo desliz; la primera vez me había corregido sin que deviniera conciente el sentido de mi error. Ahora reflexioné, y coordiné: «ins Grab-sinken» {«descender a la tumba}. Como unos relámpagos se me sucedieron estas imágenes: unos elfos que danzaban y vagaban a la luz de la luna; el camarada expuesto en el féretro, la impresión que despertó en mí; algunas escenas del sepelio, la sensación del asco sufrido y el duelo perturbado; el recuerdo de algunas pláticas sobre la epidemia que se cernía, manifestaciones de temor de varios oficiales. Después me acordé de que se cumplía un aniversario de la muerte de mi padre, lo cual me resultó llamativo, pues de ordinario tengo pésima memoria para las fechas. »Luego, reflexionando, me di cuenta: el parecido de las condiciones exteriores entre ambos atardeceres, la hora y la iluminación iguales, el lugar y el acompañante idénticos. Recordé el desasosiego que había sentido cuando se expuso el temor de que la gripe se propagase; y, al mismo tiempo, mi prohibición interior de dejarme asaltar por el miedo. Tras ello me volví conciente del significado de la secuencia de palabras «wir könnten ins Grab sinken» {«podríamos descender a la tumba»}, y también me convencí de que sólo la primera rectificación (de «tumba» por «hierba»), que no había sido lo bastante perceptible, tuvo por consecuencia el segundo desliz (de «descender» por «cantar») a fin de asegurar así un efecto final al complejo sofocado. »Agrego que por aquel tiempo padecía de sueños angustiantes en los que tornaba a ver de continuo a cierta parienta mía, muy próxima, y hasta una vez la vi muerta. Es que poco antes de ser tomado prisionero había recibido la noticia de que la gripe asolaba con particular violencia justamente la comarca donde ella vivía, y también le había manifestado a ella mis serios temores. Desde entonces perdí todo contacto con ella. Meses después recibí la información de que había sido víctima de la epidemia dos semanas antes del suceso descrito». 31. El siguiente ejemplo de trastrabarse arroja vivísima luz sobre uno de los conflictos dolorosos que forman parte del destino del médico. Un hombre probablemente enfermo de muerte, pero cuyo diagnóstico no es todavía seguro, se llega a Viena para aguardar la solución de su intriga, y le pide a un amigo suyo de juventud, quien ahora es un médico conocido, que tome a su cargo tratarlo; este por fin accede a ello, no sin resistencia. El enfermo debe internarse en un sanatorio, y el médico propone el «Hera». «Pero si ese es un instituto para fines determinados» (una maternidad), objeta el enfermo. «¡Oh, no!», se pica el médico; «en el «Hera» uno puede umbringen {matar} … quiero decir unterbringen {internar} a cualquier paciente». Luego se revuelve con fuerza contra la interpretación de su desliz. «¿No creerás que tengo impulsos hostiles hacia ti?». Un cuarto de hora después dijo a la persona que lo acompañó hasta la puerta, una dama que había tomado a su cargo el cuidado del enfermo: «No descubro nada ni creo que haya nada. Mas si así no fuera, soy partidario de una buena dosis de morfina, y asunto terminado». Ocurre que su amigo le ha impuesto la condición de abreviar su padecer mediante algún medicamento tan pronto se compruebe que su mal no tiene remedio. O sea que el médico había tomado realmente a su cargo la tarea de dar muerte a su amigo. 32. No quiero renunciar a un ejemplo muy ilustrativo de desliz en el habla, aunque, según lo indica mi informante, haya ocurrido hace unos veinte años. «Una dama se manifestaba cierta vez en una reunión -oigamos las palabras que producía con ardor y bajo la presión de toda clase de mociones secretas-: «Sí, una mujer tiene que ser bella si quiere gustar a los varones. Para el varón, en cambio, todo es más fácil; le basta tener sus cinco miembros derechos, y no necesita más». Este ejemplo nos proporciona un buen acceso al mecanismo íntimo de un desliz por condensación, o una contaminación . Cabe pensar que aquí se fusionaron dos giros lingüísticos de similar sentido: le basta tener sus cuatro miembros derechos le basta tener sus cinco {fünf} sentidos {estar en sus cabales} O pudo ocurrir que el elemento «derecho» {«gerade»} fuera el común entre dos intenciones del decir: con sólo tener sus miembros derechos {gerade} dejar correr todo a mano abierta {fünf gerade}. »Y nada nos impide suponer, además, que ambos giros, el de los cinco sentidos y el de los «geraden fünf» {«cinco derechos»}, cooperaran para introducir en el dicho sobre los miembros derechos primero una cifra y, luego, el misterioso «cinco» en lugar del simple «cuatro». Es cierto que esta fusión no habría sido viable de no tener ella un buen sentido propio en la forma resultante del desliz, el sentido de una cínica verdad que una señora sólo podría confesar, por lo demás, de manera encubierta. Por último, no dejemos de señalar que el dicho de la dama puede significar, por su texto, tanto un excelente chiste como un divertido desliz en el habla. Ello sólo dependería de que las palabras se dijeran con un propósito conciente o … con uno inconciente. En nuestro caso, el comportamiento de la decidora refuta el propósito conciente y excluye que se tratara de un chiste». La aproximación del trastrabarse a un chiste puede llegar tan lejos como en el siguiente caso, comunicado por O. Rank, en el cual la autora de aquel terminó por festejarlo ella misma como chiste: 33. «Un marido recién casado a quien su esposa, preocupada por conservar su juvenil silueta, sólo de mala gana le concede un comercio sexual frecuente, me contó esta historia, que con posterioridad les hizo muchísima gracia a ambos. Tras una noche en que había vuelto a infringir el mandamiento de abstinencia dictado por su mujer, se afeita por la mañana en el dormitorio común, y para ello se vale -como ya lo había hecho muchas veces por comodidad- de la brocha de empolvar que ha tomado del cofrecillo de noche de su esposa cuando ella dormía. La dama, extremadamente cuidadosa de su tez, ya se lo había reprochado en varias oportunidades, y por eso le espeta ahora, con enojo: «¡Ya vuelves a empolvarme con tu brocha»!. Advertida de su desliz por la risa del marido (quiso decir: » ¡Ya vuelves a empolvarte con mi brocha!»), termina por echar a reír también, divertida («empolvar», «echar polvos», es una expresión vienesa corriente para «poseer sexualmente»; y no ofrece muchas dudas el carácter de símbolo fálico de la brocha)». 34. También en el caso que sigue (informado por A. J. Storfer) se podría pensar en un propósito de chiste: La señora B., quien padece una afección de evidente origen psicógeno, ha sido instada repetidas veces a consultar al psicoanalista X., y siempre lo ha desautorizado señalando que un tratamiento así nunca anda a derechas, pues el médico lo reduciría todo falsamente a cosas sexuales. Pero al fin acaba por seguir el consejo, y pregunta: «Y bien, ¿cuándo ordinärt, pues, ese doctor X.?». El parentesco entre chiste y trastrabarse es testimoniado también por el hecho de que este suele no consistir más que en una abreviación: 35. Terminados sus estudios secundarios, una muchacha cedió a las corrientes que dominaban en ese tiempo y se anotó en la facultad de medicina. Pocos semestres después había cambiado la medicina por la química. Pasados unos años, cuenta con las siguientes palabras las razones de aquel viraje: «Las disecciones en general no me horrorizaban, pero cierta vez tuve que sacar las uñas de la mano a un cadáver y perdí el gusto por toda la … química».
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