Fuentes psíquicas de estímulo
Los sentimientos éticos en el sueño.
Por motivos que sólo podrán comprenderse después de conocidas mis propias investigaciones sobre el sueño, he separado del tema de la psicología del sueño este problema parcial:
¿Podemos extender las disposiciones y sentimientos -morales de la vigilia a la vida onírica?
¿En qué medida es ello posible? La misma contradicción en las exposiciones de los autores,
que ya pudimos notar con extrañeza respecto de todas las otras operaciones psíquicas, nos
deja perplejos también aquí. Que el sueño nada sabe de las exigencias morales es lo que
aseguran algunos con la misma resolución que otros ponen en afirmar que la naturaleza moral del hombre se conserva también en la vida onírica.
La invocación de la experiencia onírica de todas las noches parece poner a cubierto de dudas la
justeza de la primera tesis. Jessen dice (1855, pág. 553): «No nos volvemos mejores ni más
virtuosos mientras dormimos; más bien la conciencia moral parece acallarse en los sueños,
puesto que no se siente compasión alguna y se perpetran los más graves crímenes, latrocinios,
asesinatos y muertes, con total indiferencia y sin arrepentimiento posterior».
Radestock (1879, pág. 146): «Cabe observar que en los sueños las asociaciones se producen y las representaciones se enlazan sin que la reflexión ni el entendimiento, el gusto estético ni el juicio moral, puedan nada en ello; el juicio es lábil en extremo, y predomina una indiferencia ética».
Volkelt (1875, pág. 23): «Particular desenfreno muestran los sueños, como todo el mundo sabe,
en materia sexual. Puesto que el soñante mismo se encuentra en el impudor más extremo y
desprovisto de todo sentimiento y juicio morales, ve también a todos los demás, aun las
personas que más venera, en acciones que en la vigilia se horrorizaría de atribuirles incluso con
el pensamiento».
Totalmente opuestas a las anteriores son manifestaciones como la de Schopenhauer [1851b, 1, pág. 245 ], para quien todos actuamos y hablamos en sueños en perfecto acuerdo con nuestro carácter. K. P. Fischer (1850, págs. 72-3; citado por Spitta, 1882, pág. 188) afirma que en los caprichos de la vida onírica se manifiestan los sentimientos y afanes subjetivos, o los afectos y las pasiones, y que las propiedades morales de las personas se reflejan en sus sueños.
Haffner (1887, pág. 251): «Si dejamos de lado raras excepciones, ( … ) un hombre virtuoso lo será también en sueños; resistirá las tentaciones y se rehusará al odio, a la ría, a la envidia y a todos los vicios; el hombre depravado, en cambio, reencontrará por regla general en sus sueños las imágenes que tuvo ante sí en la vigilia».
Scholz (1887, pág. 36): «En el sueño campea la verdad; por más que se enmascare en la
sublimidad o en la bajeza, reconocemos a nuestro propio yo. ( … ) El hombre honrado no puede cometer en sueños un delito deshonroso y si, no obstante, ello ocurre, lo llenará de horror como algo ajeno a su naturaleza. El emperador romano que hizo ejecutar a uno de sus súbditos
porque este había soñado que cortaba la cabeza del soberano no andaba en verdad tan
descaminado cuando justificó su acto diciendo que quien tal sueña, también despierto ha de
alimentar parecidas ideas. De algo que no puede tener en nuestra intimidad lugar alguno
decimos, significativamente: «No se me ocurriría ni en sueños»».
Por lo contrario, Platón opina que los mejores son aquellos a quienes sólo en sueños se les
ocurre lo que otros hacen despiertos. (1) Pfaff (1868 [pág. 9]; citado por Spitta, 1882, pág. 192) dice derechamente, modificando un refrán
conocido: «Cuéntame un poco tus sueños, y te diré cómo eres por dentro».
La breve obra de Hildebrandt que tantas veces he citado, la contribución más perfecta en lo
formal y la más conceptuosa que he podido hallar entre todas las dedicadas al estudio de los
problemas del sueño, sitúa en el centro de su interés justamente el tema de la eticidad en los
sueños. También para Hildebrandt [1875, pág. 54] vale como regla que mientras más pura la
vida, tanto más puros los sueños; mientras más impura aquella, tanto más impuros estos. La
naturaleza moral del hombre subsiste en los sueños: «Pero mientras que ni el más evidente
error de cálculo, ni el más romántico falseamiento de la ciencia, ni el más ridículo anacronismo
nos chocan o nos resultan sospechosos siquiera, nunca perdemos la distinción entre lo bueno y
lo malo, lo justo y lo injusto, la virtud y el vicio. Mucho de lo que nos acompaña durante el día
puede retroceder en las horas del reposo; pero el imperativo categórico de Kant se ha pegado
tanto a nuestros talones como acompañante inseparable que ni aun mientras dormimos nos
separamos de él. ( … ) Ahora bien, este hecho puede explicarse porque lo fundamental de la
naturaleza humana, el ser ético, está arraigado con demasiada firmeza como para participar en
esa danza caleidoscópica a que la fantasía, el entendimiento, la memoria y las otras facultades
del mismo rango se ven sometidas en los sueños».
En la ulterior discusión sobre este tema saltan a la vista asombrosos desplazamientos e
inconsecuencias en los dos grupos de autores. En rigor, quienes opinan que en el sueño
desaparece la personalidad ética del hombre deberían perder todo interés en los sueños inmorales. Podrían desautorizar el intento de responsabilizar al soñante por sus sueños y de inferir de la perversidad de estos una maligna tendencia de su naturaleza; y podrían
desautorizarlo con la misma tranquilidad que al otro intento al parecer equivalente, el de
demostrar el disvalor de sus rendimientos intelectuales de vigilia por el carácter absurdo de sus
sueños. En cuanto a los que extienden el «imperativo categórico» también al sueño, tendrían que asumir sin cortapisas la responsabilidad por los sueños inmorales; sólo habría que desearles que sus propios sueños de esa índole reprochable no les confundiesen en la
apreciación, tan decidida en lo demás, de su propia eticidad.
Ahora bien, parece que nadie sabe de sí mismo con tanta seguridad la medida en que es bueno o malo, y que nadie puede desmentir el recuerdo de haber tenido sueños inmorales. En efecto, y por encima de esa oposición en el enjuiciamiento de la moralidad en el sueño, discernimos en los autores de ambos grupos esfuerzos por explicar el origen de los sueños inmorales; así, se desarrolla una nueva oposición, según que ese origen se busque en las funciones de la vida psíquica o en menoscabos de ella condicionados por lo somático. La fuerza incontrastable de los hechos determina, entonces, que tanto los defensores de la responsabilidad como los sostenedores de la irresponsabilidad de la vida onírica estén de acuerdo en admitir una fuente psíquica particular para la inmoralidad de los sueños.
Todos los que hacen subsistir la eticidad en los sueños se abstienen, empero, de asumir plena
responsabilidad por los suyos. Haffner dice (1887, pág. 250): «No somos responsables por los
sueños, puesto que se ha sustraído a nuestro pensamiento y a nuestra voluntad la única base
sobre la cual nuestra vida posee verdad y realidad. ( … ) Precisamente por eso ninguna voluntad
o acción oníricas pueden ser virtudes o pecados». No obstante [continúa], el hombre es
responsable por los sueños pecaminosos en la medida en que indirectamente los causa. Por
eso tiene el deber de purificar éticamente su alma, tanto en la vigilia cuanto, y muy en especial,
antes de dormirse.
Profundidad mucho mayor alcanza en Hildebrandt [1875, págs. 48-9] el análisis de esta mezcla de desautorización y admisión de la responsabilidad por el contenido ético de los sueños.
Después de explicar que la figuración dramática propia de los sueños, el que compriman en el
lapso más breve el más complejo proceso mental, y la desvalorización y contaminación
-admitidas también por él- de los elementos de representación en los sueños pueden aducirse
como atenuantes al juzgar su apariencia inmoral, confiesa que la. negativa de toda
responsabilidad por los pecados y culpas oníricos está expuesta a las más serias reservas.
«Cuando queremos rechazar con la mayor fuerza cualquier acusación injusta, en especial si
ella se refiere a nuestros propósitos e intenciones, solemos emplear este giro: Ni en sueños se
me ocurriría. Con ello expresamos, por una parte, que tenemos el ámbito del sueño por el más
alejado y el último en que habríamos de responder por nuestros pensamientos, porque allí estos
se vinculan con nuestro ser real de manera tan laxa e inconsistente que apenas pueden
considerarse nuestros; pero en la medida en que nos sentimos movidos a negar expresamente
también en ese ámbito la existencia de tales pensamientos, admitimos por vía indirecta que
nuestra justificación no sería perfecta si no alcanzara hasta allí. Y creo que hablamos aquí,
aunque inconcientemente, el lenguaje de la verdad».
«En efecto, no puede concebirse hazaña onírica alguna cuyo primer motivo no cruzase de algún
modo el alma del hombre despierto, como deseo, apetencia o moción». Y de esta primera
moción [prosigue Hildebrandt] cabría decir: El sueño no la inventa; se limita a copiarla y a hilar
desde ella, no hace sino elaborar en forma dramática una partícula de material histórico que
encontró en nosotros; pone en escena la palabra del Apóstol: «Quien odia a su hermano es un asesino» [1 Juan, 3:15]. Y si, concientes de nuestra fortaleza ética, podemos sonreír ya despiertos frente al vasto y desplegado cuadro del sueño vicioso, aquel material formativo originario no ofrece costado alguno que admita risa. Nos sentimos responsables por los extravíos del soñante; no por toda la suma, pero sí por un porcentaje. «En resumen, entendemos en este sentido, difícilmente impugnable, las palabras de Cristo: «Del corazón vienen malos pensamientos» [Mateo, 15:19]; y entonces no podemos sustraernos de la
convicción de que todos los pecados cometidos en sueños conllevan al menos un oscuro
mínimo de culpa».
En los gérmenes e indicios de mociones malas que recorren el alma durante el día bajo la
forma de tentaciones discierne entonces Hildebrandt la fuente de la inmoralidad de los sueños, y no vacila en computar estos elementos inmorales para la valoración ética de la personalidad.
Esos mismos pensamientos y esa misma apreciación llevaron, como se sabe, a los santos y
hombres puros de todos los tiempos a acusarse de ser grandísimos pecadores. (2)
De la ocurrencia general de estas representaciones contrastantes -en la mayoría de los
hombres y también en ámbitos distintos del ético- no hay duda ninguna. En ocasiones se las ha
juzgado con menor severidad. Spitta (1882, pág. 194) cita expresiones de A. Zeller [1818, págs.
120-1] relativas a esto: «Rara vez está el espíritu organizado con tanta felicidad que posea en
todo tiempo su pleno -poder y que representaciones inesenciales, más aún, grotescas y
absurdas, no interrumpan a cada momento la clara marcha de sus pensamientos. Hasta los
más preclaros pensadores han debido quejarse de ese tropel importuno y desagradable de
representaciones similares a las oníricas que perturbaba sus meditaciones más profundas y su
más sagrada y seria labor conceptual».
Una luz más viva sobre el estatuto psicológico de estos pensamientos contrastantes echa otra
observación de Hildebrandt: el sueño nos permite atisbar a veces la profundidad y los repliegues de nuestro ser que en el estado de vigilia permanecen clausurados casi todo el tiempo (1875, pág. 55). Esta misma idea deja traslucir Kant en un pasaje de su Antropología [1798 ], cuando dice que el sueño sirve para descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y para revelarnos, no lo que somos, sino lo que habríamos podido ser si hubiéramos tenido otra educación; y también Radestock (1879, pág. 84), con su afirmación de que el sueño a menudo sólo nos revela lo que no queríamos confesarnos, y por eso no tenemos derecho a tildarlo de mentiroso y engañador. J. E. Erclmann dice [1852, pág. 115]: «Nunca un sueño me ha revelado el juicio que debe tenerse sobre un hombre, sino sólo lo que yo juzgo sobre él y la disposición que yo tengo hacia él: eso es lo que alguna vez he sabido por un sueño, para mi gran sorpresa». Y en el mismo sentido opina I. H. Fichte (1864, 1 [pág. 539]): «El carácter de
nuestros sueños es un espejo de nuestro talante total más fiel que el conocimiento logrado en la
vigilia por vía de la observación de Sí». (3) La emergencia de estos impulsos ajenos
a nuestra conciencia ética no es sino análoga al hecho, que ya conocemos, de que el sueño
dispone de un material de representaciones diferente, que falta en la vigilia o desempeña en ella ínfimo papel. Es lo que nos hacen saber observaciones como la de Benini: «Certe nostre
inclinazioni che si credevano solfocate e spente da un pezzo, si ridestano; passioni vecchie e
sepolte rivivono; cose e persone a cui non pensiamo mai, ci vengono dinanzi» (4)
(1898, pág. 149), y la de Volkelt: «También representaciones que en la conciencia vigilante
pasaron casi inadvertidas y que ella quizá nunca volvió a rescatar del olvido suelen muy
frecuentemente anunciar en sueños su presencia en el alma» (1875, pág. 105). Por último,
conviene recordar aquí que según Schleicrinacher ya el adormecerse está acompañado de
representaciones (imágenes) involuntarias.
Ahora bien, en el concepto de «representaciones involuntarias» podemos incluir todo este
material de representaciones cuya ocurrencia en los sueños, así en los inmorales como en los
absurdos, despierta nuestra extrañeza. La única diferencia importante es que en el terreno
moral las representaciones involuntarias se nos muestran como antitéticas de los sentimientos
que de ordinario tenemos, mientras que las otras nos parecen meramente ajenas. Hasta ahora
no se ha dado un solo paso que nos permita suprimir esa diferencia mediante un conocimiento
más profundizado.
Pues bien, ¿qué significado tiene el surgimiento de representaciones involuntarias en los
sueños, qué consecuencias para la psicología del alma en vigilia y del alma soñante pueden
derivarse de esta emergencia nocturna de mociones éticas contrastantes? Una nueva línea
divide aquí las opiniones, y otra vez podemos demarcar un diverso agrupamiento de los autores.
El razonamiento de Hildebrandt y de otros sostenedores de su tesis fundamental no puede
continuarse sino diciendo que las mociones inmorales también poseen cierto poder en la vigilia,
que ese poder está en ella inhibido de pasar al hecho, y que durante el dormir cesa algo que,
operando a modo de inhibición, nos impedía reparar en la existencia de aquella moción. Así, el
sueño mostraría la naturaleza real del hombre, aunque no toda ella, y se contaría entre los
medios que permiten a nuestro conocimiento alcanzar la interioridad oculta del alma. Sólo
partiendo de tales premisas puede Hildebrandt [1875, pág. 56] atribuir al sueño el papel de un
centinela que expone a nuestra atención ocultos daños morales de nuestra alma, de igual modo
como, según confiesan los médicos, es también capaz de anunciar a la conciencia males del
cuerpo hasta entonces inadvertidos. Y tampoco puede ser otra la concepción que guía a Spitta
cuando señala fuentes de excitación [1882, págs. 193-4] que, por ejemplo en la pubertad,
afluyen a la psique, y consuela al soñante asegurándole que habrá hecho todo lo que está
dentro de sus fuerzas si en la vigilia lleva una vida ajustada a rigurosa virtud y se esfuerza por
sofocar los pensamientos pecaminosos tan pronto le acuden, no dejándolos madurar ni que
pasen al hecho. Según esta concepción, podríamos definir las representaciones «involuntarias»
como las «sofocadas» en el trascurso del día, y en su emergencia tendríamos que discernir un
genuino fenómeno psíquico.
Otros autores opinan que no tendríamos derecho alguno a extraer esta última conclusión. Para
Jessen, las representaciones involuntarias de los sueños, así como de la vigilia y de los delirios
por fiebre u otros, exhiben el «carácter de una actividad voluntaria suspendida y de un proceso
hasta cierto punto mecánico de imágenes y representaciones provocado por movimientos
interiores» (1855, pág. 360). Según Jessen, un sueño inmoral sólo prueba -respecto de la vida psíquica del soñante- que este ya había tenido algún conocimiento del contenido de representaciones correspondiente; por cierto, no es prueba de ninguna moción anímica suya.
En el caso de otro autor, Maury, podría interpretarse que también él atribuye al estado del sueño
la capacidad de des.. componer la actividad psíquica en sus componentes, en lugar de
destruirla sin plan. De los sueños en que saltamos las barreras de la moralidad, dice: «Ce sont nos pencbants qui parlent et qui nous font agir, sans que la conscience nous retienne, bien que parfoís elle nous avertisse. J’ai mes déjauts et mes penchants vicieux; à l’état de veille, je tâche de lutter contre eux, et il m’arrive assez souvent de n’y pas succomber. Mais dans mes songes ¡’y succombe toujours ou pour mieux dire j’agis par leur impulsion, sans crainte et sans
remords. ( … ) Evidemment les visions qui se déroulent devant ma pensée et qui constituent le
rêve, me sont suggérées par les incitations que je ressens et que ma volonté absente ne
cherche pas à relouler» (5) (1878, pág. 113 ).
Quien crea en la capacidad del sueño para descubrir una disposición inmoral del soñante, que en realidad existe pero está sofocada o disimulada, no podría exponer esa opinión con expresiones más claras que las de Maury: «En rêve l’homme se révèle donc tout entier à soimême dans sa nudité et sa misère natives. Dès qu’il suspend l’exercice de sa volonté, il devient le jouet de toutes les passions contre lesquelles, à l’état de veille, la conscience, le sentiment de I’honneur, la crainte nous défendent». (6) En otro pasaje halla la
expresión justa: «Dans le songe, c’est surtout l’homme instinctil qui se révèle. ( … ) L’homme
revient pour ainsi díre à l’état de nature quand il rêve; mais moins les idées acquises ont pénétré
dans son esprit, plus les pencr,.nts en désaccord avec elles conservent encore sur lui
l’influence dans te rêve». (7) Aduce después como ejemplo que sus sueños no raras
veces lo muestran víctima de esa misma superstición que él en sus escritos ha combatido con el máximo ardor.
No obstante, el valor de todas estas agudas observaciones para un conocimiento de la vida
onírica se empaña por el hecho de que Maury no quiere ver en esos fenómenos que tan bien
describe sino la prueba del automalisme psychologique, que, a su entender, gobierna la vida
onírica. Concibe este automatismo como el opuesto total de la actividad psíquica.
Un pasaje de los Studien über das Bewussiseinde Stricker dice así (1879 [pág. 51] ): «El sueño
no consiste pura y exclusivamente en engaños; por ejemplo, si en sueños tenemos miedo de ladrones, estos son por cierto imaginarios, pero el miedo es real». Con ello nos indica que el desarrollo de afectos en el sueño no admite el mismo enjuiciamiento que el contenido onírico restante, lo cual nos plantea este problema: ¿Qué parte de los procesos psíquicos del sueño puede ser real, vale decir, reclamar que se la clasifique entre los procesos psíquicos de la vigilia? (8)
Continúa en ¨Fuentes psíquicas de estímulo (Teorías sobre el sueño y función del sueño)¨
Notas:
1- [Esta oración se agregó en 1914. G. también infra, 5, pág. 607. Sin duda, la referencia alude a las primeras secciones del libro IX d.c la República.]
2- [Nota agregada en 1914:] Tiene su interés conocer la actitud que la Santa Inquisición adoptó frente a nuestro problema. En el Tractatus de Officio Sanctissimae Inquisitionis, de Caesar Careña (obra de 1631), hallamos el siguiente pasaje: «Si alguien formula herejías en sueños, los inquisidores deben por ese motivo investigar su conducta en la vida, pues mientras dormimos suele regresar lo que nos ha ocupado durante el día». (Comunicado por el doctor Elmiger, St. Urban, Suiza.)]
3- [Las dos últimas oraciones se agregaron en 1914.]
4- {«Ciertas inclinaciones nuestras que se creían sofocadas y extinguidas del todo se reaniman; reviven pasiones viejas y sepultadas; cosas y personas en que nunca pensamos se nos ponen delante».}
5- {«Son nuestras inclinaciones las que hablan y nos hacen actuar, sin que la conciencia nos retenga, aunque a veces nos advierta. Yo tengo mis defectos y mis inclinaciones viciosas; en el estado de vigilia procuro luchar contra ellos, y la mayoría de las veces no sucumbo. Pero en mis sueños sucumbo siempre a esos defectos e inclinaciones, o mejor dicho actúo bajo su impulsión, sin temor ni remordimiento. ( … ) Evidentemente, las visiones que se desarrollan ante mi pensamiento y que constituyen el sueño me son sugeridas por las incitaciones que experimento y que mi voluntad ausente no trata de reprimir»}
6- {«En el sueño, entonces, el hombre se revela a sí mismo en toda su desnudez y su miseria natas. Desde que suspende el ejercicio de su voluntad, se convierte en juguete de todas las pasiones contra las cuales, en el estado de vigilia, nos defienden la conciencia, el sentimiento del honor y el temor».}
7- {«En el sueño, quien se revela es sobre todo el hombre instintivo. ( … ) Cuando sueña, el hombre retorna por así decir al estado de naturaleza; pero cuanto menos han penetrado en su espíritu las ideas adquiridas, mayor es la influencia que sobre él conservan, en el sueño, las inclinaciones discordantes con esas ideas».}
8- [La cuestión de los afectos en los sueños se trata en la sección H del capítulo VI. El tema de la responsabilidad moral por los sueños se toca al final de la obra, y se considera con mayor extensión en «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto» (Freud, 1925i), AE, 19, págs. 133-6.]