Es pues en la medida en que el padre imaginario y el padre simbólico
puedan por lo general y fundamentalmente separados, y no sólo por la
razón estructural, que estoy explicando, sino también de manera
histórica, contingente, particular, del sujeto.
En el caso de los neuróticos, en la forma más clara, es muy frecuente
que el personaje del padre, por algún episodio de la vida real, sea un
personaje desdoblado, ya sea porque el padre murió tempranamente, o por
que un padrastro lo reemplazó y con el cual el sujeto se encuentra en
relación mucho más fraternal, en el sentido en que ella se desarrollará
en el plano de esa virilidad celosa que constituye la dimensión de la
relación agresiva en la relación narcisista, o bien, tratándose del
personaje de la madre, que las circunstancias de la vida permitan el
ingreso en el grupo familiar de otra madre, o bien porque la
intervención del personaje fraterno introduzca realmente a la vez de
manera simbólica esa relación mortal de la que he hablado y al mismo
tiempo la encarne en la historia del sujeto en una forma que le
suministra un soporte histórico totalmente real, para culminar en el
cuarteto mítico. Y muy frecuentemente, como he señalado en El Hombre de
las Ratas, en la forma de ese amigo desconocido y nunca vuelto a
encontrar que desempeña un papel tan esencial en la leyenda familiar; el
cuarteto se reencuentra efectivamente encarnado y reintegrable en la
historia del sujeto.
Desconocerlo y desconocer su importancia es evidentemente desconocer por
completo el elemento dinámico más importante en el tratamiento mismo.
Pero estamos aquí para destacarlo. ¿Cuál es pues ese cuarto elemento que
interviene en el edificio en su carácter de formador?
Pues bien, ese cuarto elemento es la muerte, la muerte en tanto es
además totalmente inconcebible como elemento mediador. Antes de que la
teoría freudiana pusiera el acento definitivo con la existencia del
padre, sobre una función que es, podría decirse, a la vez función de la
palabra y función del amor, la metafísica hegeliana no vaciló en
construir toda la fenomenología de las relaciones humanas en torno a la
mediación mortal, y ella es perfectamente concebible como el tercero
esencial del progreso por el cual el hombre se humaniza en una
determinada relación con su semejante.
E incluso puede decirse que la teoría del narcisismo tal como la he
expuesto hace un instante esclarece ciertos hechos que de otro modo
pueden permanecer enigmáticos en la teoría hegeliana, porque después de
todo para que esa dialéctica de la lucha a muerte, la lucha de puro
prestigio, pueda iniciarse, se requiere asimismo que la muerte no sea
realizada pues en caso contrario toda la dialéctica se detendría por
falta de combatientes, y por lo mismo es preciso que, en cierto modo, la
muerte sea imaginada. En la relación narcisista, en efecto, se trata
justamente de la muerte imaginaria e imaginada.
Se trata también de la muerte imaginaria e imaginada, en tanto se
introduce en la dialéctica del drama edípico en la formación del
neurótico, y tal vez después de todo puede decirse, hasta cierto punto,
que se introduce en algo que supera en mucho la formación del neurótico,
algo que sería nada menos que una actitud existencial, tal vez más
carácterística, específica del hombre moderno.
Seguramente, no habría que insistir mucho para hacerme decir que ese
algo que constituye la mediación en la experiencia analítica real,
pertenece al orden de la palabra y el símbolo, y se llama en otro
lenguaje acto de fe. Pero seguramente, desde el punto de vista teórico,
no es lo que exige el análisis, ni tampoco lo que implica, y yo diría
que se relacióna más bien con el registro de la última palabra
pronunciada por Goethe, a quien no en vano lo he puesto esta noche como
ejemplo, ese Goethe de quien pude decirse que por su obra, su
inspiración, su presencia vivida, evidentemente ha impregnado de manera
extraordinaria todo el pensamiento freudiano.
Freud ha confesado —pero esto es poco al lado de la influencia del
pensamiento de Goethe sobre la obra de Freud— que la lectura de los
poemas de Goethe lo lanzó, lo decidió a estudiar medicina, y al mismo
tiempo decidió su destino.
Y es en fin una frase de Goethe, la última, la que para mí constituye la
clave y el resorte de nuestra búsqueda, de nuestra experiencia
analítica. Son palabras muy conocidas pronunciadas antes de sumergirse
con los ojos abiertos en el negro abismo: "Luz, más luz". "Mehr Licht".