Sobre la sexualidad femenina (1931)
Nota introductoria:
Aparentemente, el primer borrador de este trabajo fue escrito a fines de febrero de 1931, pero sólo se lo completó en el verano de dicho año (Jones, 1957.).
El presente estudio es en esencia una reformulación de los hallazgos que Freud había anunciado por primera vez seis años antes, en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), trabajo respecto del cual se hallarán consideraciones en mi correspondiente «Nota introductoria» (AE, 19, pág. 261). La publicación de aquel trabajo anterior tuvo notable repercusión entre los psicoanalistas, especialmente, tal vez, en Inglaterra, y es posible que ello haya estimulado a Freud para volver a abordar el tema. La última sección del presente artículo contiene críticas a algunos trabajos ajenos -cosa muy inusual en Freud-; y, curiosamente, parece tratar a esos trabajos cual si hubieran surgido de manera espontánea, y no (como claramente ocurrió) a modo de reacción frente a su propio revolucionario trabajo de 1925 -al cual, de hecho, no se refiere aquí en absoluto-
Pero hay uno o dos aspectos en que el presente artículo amplía el anterior: hace mayor hincapié (evidentemente, sobre la base de nuevo material clínico) en la intensidad y prolongada duración de la ligazón preedípica de la niña con su madre, y lo que quizá sea aún más interesante, efectúa un extenso examen del elemento activo en la actitud de la niña hacia la madre y en la feminidad en general.
Alrededor de un año después de publicado este artículo, Freud retomó la cuestión de la sexualidad femenina en la 33ª de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), de una manera muy similar pero algo menos técnica, y añadiéndole algunas consideraciones sobre las características de las mujeres en su vida adulta.
James Strachey
I
En la fase del complejo de Edipo normal encontramos al niño tiernamente prendado del progenitor de sexo contrario, mientras que en la relación con el de igual sexo prevalece la hostilidad. No tropezamos con ninguna dificultad para deducir este resultado en el caso del varoncito. La madre fue su primer objeto de amor; luego, con el refuerzo de sus aspiraciones enamoradas, lo sigue siendo, y a raíz de la intelección más profunda del vínculo entre la madre y el padre, este último no puede menos que devenir un rival. El caso es diverso para la niña pequeña. También la madre fue, por cierto, su primer objeto; ¿cómo halla entonces el camino hasta el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desase de la madre? Hace tiempo hemos comprendido que la tarea de resignar la zona genital originariamente rectora, el clítoris, por una nueva, la vagina, complica el desarrollo de la sexualidad femenina (1). Ahora se nos aparece una segunda mudanza de esa índole, el trueque del objeto-madre originario por el padre, no menos característico y significativo para el desarrollo de la mujer. No alcanzamos a discernir todavía de qué manera ambas tareas se enlazan entre sí.
Como es sabido, es frecuente el caso de mujeres con intensa ligazón-padre; en modo alguno serán por fuerza neuróticas. En tales mujeres he realizado las observaciones de que informaré y que me han movido a adoptar cierta concepción acerca de la sexualidad femenina. Dos hechos me llamaron sobre todo la atención. He aquí el primero: toda vez que existía una ligazón-padre particularmente intensa, había sido precedida, según el testimonio del análisis, por una fase de ligazón-madre exclusiva de igual intensidad y apasionamiento. La segunda fase apenas si había aportado a la vida amorosa algún rasgo nuevo, salvo el cambio de vía {Wechsel} del objeto. El vínculo-madre primario se había edificado de manera muy rica y plutilateral.
El segundo hecho enseñaba que habíamos subestimado también la duración de esa ligazón-madre. En la mayoría de los casos llegaba hasta bien entrado el cuarto año, en algunos hasta el quinto, y por tanto abarcaba la parte más larga, con mucho, del florecimiento sexual temprano. Más aún: era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas del sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón-madre originaria y nunca produjeran una vuelta cabal hacia el varón.
Con ello, la fase preedípica de la mujer alcanzaba una significación que no le habíamos adscrito hasta entonces. Puesto que esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la génesis de las neurosis, parece necesario privar de su carácter universal al enunciado según el cual el complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis. Pero quien sienta renuencia frente a esa rectificación no está obligado a aceptarla. Por una parte, se puede dar al complejo de Edipo un contenido más lato, de suerte que abarque todos los vínculos del niño con ambos progenitores; por otro lado, también se puede dar razón de las nuevas experiencias diciendo que la mujer llega a la situación edípica normal positiva luego de superar una prehistoria gobernada por el complejo negativo (2). De hecho, en el curso de esa fase el padre no es para la niña mucho más que un rival fastidioso, aunque la hostilidad hacia él nunca alcanza la altura característica para el varoncito. Hace mucho que hemos resignado toda expectativa de hallar un paralelismo uniforme entre el desarrollo sexual masculino y el femenino.
La intelección de la prehistoria preedípica de la niña tiene el efecto de una sorpresa, semejante a la que en otro campo produjo el descubrimiento de la cultura minoicomicénica tras la griega.
En este ámbito de la primera ligazón-madre todo me parece tan difícil de asir analíticamente, tan antiguo, vagaroso, apenas reanimable, como si hubiera sucumbido a una represión particularmente despiadada. Empero, esta impresión puede venirme de que las mujeres acaso establecieron conmigo en el análisis la misma ligazón-padre en la que se habían refugiado al salir de esa prehistoria. En efecto, parece que las analistas mujeres, como Jeanne Lamplde Groot y Helene Deutsch, pudieron percibir ese estado de los hechos de manera más fácil y nítida porque en las personas que les sirvieron de testigos tuvieron el auxilio de la trasferencia sobre un adecuado sustituto de la madre. En cuanto a mí, no he logrado penetrar un caso de manera perfecta, y por eso me limito a comunicar los resultados más generales y aduzco sólo unas pocas muestras de mis nuevas intelecciones. Una de estas es que la mencionada fase de la ligazón-madre deja conjeturar un nexo particularmente íntimo con la etiología de la histeria, lo que no puede sorprender si se repara en que ambas, la fase y la neurosis, se cuentan entre los caracteres particulares de la feminidad; además, la intelección de que en esa dependencia de la madre se halla el germen de la posterior paranoia de la mujer (4). Es que muy bien parece ser ese germen la angustia, sorprendente pero de regular emergencia, de ser asesinada (¿devorada?) por la madre. Cabe suponer que esa angustia corresponda a una hostilidad que en la niña se desarrolla contra la madre a consecuencia de las múltiples limitaciones de la educación y el cuidado del cuerpo, y que el mecanismo de la proyección se vea favorecido por la prematuridad de la organización psíquica (5).
Notas:
1- [Cf. Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 201-2. Esto ya había sido sostenido por Freud, empero, en una carta a Fliess del 14 de noviembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 75), AE, 1, pág. 312.]
2- [Freud examinó los complejos de Edipo positivo y negativo en El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 34-5.]
3- En el conocido caso de delirio de celos del que informa Ruth Mack Brunswick (1928), la afección proviene directamente de la fijación preedípica (a una hermana). [Cf. también «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (Freud, 1915f).]
5- [La angustia de la niña de ser asesinada por su madre es examinada en el punto III de este trabajo.]
Continúa en ¨Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo II¨