El tema del duelo normal y el duelo patológico, sus modos de presentación en el envejecimiento y su abordaje clínico.
(Chapot, Sara L, Mingorance, Daniel L.)
Cambios y pérdidas en el envejecimiento.
Toda pérdida requiere de una elaboración intrapsíquica. Si es normal y tiene una
finalidad adaptativa, recibe el nombre de duelo. Por el contrario cuando se entorpece la
aceptación de la pérdida sufrida nos encontramos ante la presencia de un duelo
patológico. Si este trabajo se prolonga demasiado, se asemeja a un estado depresivo que
le impide al sujeto afrontar adecuadamente los diversos sucesos de la vida.
A veces el límite exacto entre el duelo patológico y la depresión es difícil de precisar.
En la práctica clínica, en muchos casos vemos al sujeto con labilidad yoica para
enfrentar el proceso, situación que lo conduce a un trastorno depresivo.
Para su diagnóstico es insuficiente tomar en cuenta la pérdida de objetos externos; se
hace necesaria la consideración de posibles pérdidas de objetos fantaseados y sus
consecuencias en el estado del yo del sujeto en duelo. Es pertinente la evaluación de la
herida producida en su narcisismo y de que manera se ha visto afectada su autoestima.
En el caso de homologar el concepto de duelo patológico con el de trastorno adaptativo,
se consigna en el DSM IV, que los estresantes capaces de generar un trastorno
adaptativo en la vejez serían las situaciones ligadas con pérdidas tales como la viudez,
las enfermedades orgánicas, la jubilación, etc. Pero también consideramos que el
envejecimiento plantea otras situaciones de pérdida que el individuo deberá afrontar: la
propia vida que terminará en algún momento, las cosas que ya no se van a realizar, los
cambios en las capacidades de la juventud o de la vida adulta, la posición en el sistema
familiar y de pareja, la disminución de las funciones corporales, el lugar en la sociedad y en el circuito productivo. En la medida en que estos sucesos no son significados como
pérdidas por el sujeto, y el proceso de elaboración es insuficiente, también son capaces
de generarle estrés.
Dentro de estos cambios asociados al envejecimiento, “La jubilación supone la pérdida
de un espacio de pertenencia, una modificación en los vínculos, y también una
importante merma en lo económico. Aquellas personas que, al margen del ámbito
laboral, no poseen otras actividades de interés, el “ser” jubilado pasa a ocupar la
identidad total, es la sutil y gran diferencia entre ser o estar. Este «ser despojado» de
un lugar, puede conllevar pérdida de la autoestima, inestabilidad emocional, daño
orgánico, caídas, accidentes, depresión, etc.” (Biancotti et al, 2001)
Esta exclusión del circuito laboral y del mercado de consumo es pasible de producir, si el duelo por esa pérdida se complica, efectos traumáticos de diferente magnitud.
Sumemos a esto que el mismo sistema que los despoja del trabajo, discrimina y
culpabiliza al desocupado y mucho más si nuestro sujeto en cuestión es un adulto
mayor. (Salvarezza, 1991)
“La jubilación, exigida por decreto a una edad determinada, desubjetiviza generando
una variación forzada en la percepción natural del paso del tiempo, asimismo puede
llevar a dramáticas modificaciones en el ambiente familiar, una sobreadaptación
obligada con relación a un nuevo rol incierto y un ingreso económico mucho más
incierto aún.” (Biancotti et al, 2001)
Strejilevich menciona que “en gente muy mayor, de 70-80 años, se hallan menos
depresiones reactivas a los duelos que en gente más joven.” (Strejilevich, 1985)
El imaginario social plantea el mito de mayor vulnerabilidad de los mayores ante la
pérdida de seres queridos. Esto lleva muchas veces a que los hijos excluyan a sus padres
mayores de los rituales ante la pérdida por temor a que no puedan soportar el dolor. Lo
observado en la práctica clínica y diversa bibliografía indica lo opuesto. (Zisook et al,
1991, 1993) La experiencia acumulada de inevitables duelos experimentados a lo largo
de los años puede actuar como un facilitador ante la necesidad de afrontar las pérdidas
que acompañan al envejecimiento. (Sakaguchi, 2002; Manor, Eisenbach, 2003)
Las pérdidas inesperadas tienden a afectar el trabajo de duelo y están asociadas a un
marcado incremento de la depresión y aumentan la tendencia al aislamiento social.
(Burton, Haley, Small, 2006)
El fallecimiento relativamente previsible o precedido de grandes exigencias de
cuidados, por ejemplo en cónyuges mayores, puede contrariamente, traer alivio a los
familiares. (Schulz et al, 2003) En forma opuesta, el duelo es mejor sobrellevado si el
supérstite había sido informado de la enfermedad del cónyuge y había podido cuidarlo
durante el tratamiento médico previo a la pérdida. (Terasaki, Nakamura, 1998)
La viudez ha sido considerada un fenómeno primariamente femenino. Cerca de la mitad
de las mujeres de 65 años son viudas. (INDEC. 2001)
Las mujeres mayores tienen tres veces más probabilidades que su contraparte masculina
de quedar viudas. (Michael et al, 2003)
Las viudas mayores están mejor preparadas para arreglárselas con la pérdida que las
viudas más jóvenes. Estas últimas tienen una tendencia al aislamiento social y
generalmente están más desprovistas emocionalmente. También poseen menos recursos
prácticos para afrontar la vida. La viudez, frecuentemente, causa stress financiero
porque la mayor fuente de ingresos es perdida con la muerte del marido. (Scannell-
Desch, 2003; Malatesta et al,1988)
Este grupo social está más atravesado por una división sexista de las tareas que las
generaciones más jóvenes. Las convenciones culturales imprimen en esa generación la
idea de que los hombres se ocupan de las tareas fuera de la casa y son las mujeres
quienes realizan las del interior del hogar. (Mingorance, 2004)
La susceptibilidad a los principales eventos que causan stress, incluidas las pérdidas, no
parece cambiar a lo largo del curso de la vida. (Kessing et al, 2003; Middleton, 1997)
La edad avanzada no tiene incidencia directa en la descompensación de la salud mental ante las pérdidas.
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