El deseo parental. El ayer y hoy de una construcción compleja.
Elina Carril
Tener un hijo. La construcción de un deseo.
El deseo de hijo depende de determinantes psíquicos singulares: vivencia de embarazo, goce del hijo, experiencia de la femineidad materna o de la paternidad. Para Michel Tort (1994) a ese conjunto de objetivos se le puede considerar como las nuevas normas ideológicas grupales. Dice Tort:
«(…) Separado de las grandes maniobras de la reproducción social, el deseo de hijo se vuelve un punto focal en las apuestas deseantes de la «pareja» esa transitoria reunión de dos sujetos. Al mismo tiempo se hace tributario de las fragilidades de ese deseo, de su acción conjugada, sus incertidumbres. Es cada vez más, dependiente de las componentes inconscientes de la relación con el Otro y cada vez más, independiente de la relación con tal otro en la medida en que cada sujeto – hombre o mujer- se reivindica en su individualidad de sujeto deseante que estalla en posibles nuevos encuentros y en repetidas separaciones.»4
En cada sujeto, el deseo de hijo depende de objetivos narcisistas y edípicos inherentes a su historia y por lo tanto independiente de las gravitaciones sociológicas de la reproducción en la sociedad o la especie. Pero no independiente, como lo hemos señalado de las determinaciones provenientes del imaginario social.
¿Cuál es la complejidad deseante que subyace al deseo de tener un hijo y convertirse, desde ahí en madre o padre?
El deseo parental es producto, de un largo proceso que se gesta en la infancia, y está directamente relacionado con el desarrollo psicosexual de la niña/ o niño y determinado por los procesos identificatorios con ambos padres, que incluyen las identificaciones de género, Procesos identificatorios, del niño/a con los padres, resultante a su vez de la implantación en la mente del hijo/a (J. Laplanche, 1987) de mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/femineidad y que incluyen las representaciones sobre la maternidad o la paternidad.
Para el relato tradicional del psicoanálisis, la niña querrá tener un hijo, en primer lugar de su padre, como sustituto del pene que la naturaleza y luego su padre, le negaron y que ella anhela. Querrá primero entonces tener un hijo- pene, de su padre. Recién, luego de la pubertad, se identificará con su madre, y querrá tener un hijo de un hombre, instalada en una femineidad normal definida por el deseo maternal.
La psicoanalista Silvia Tubert distingue entre el «deseo de hijo al deseo de maternidad». El primero alude al registro del tener (un hijo) en tanto el segundo compromete al ser (madre) El tener un hijo, está más relacionado con la conformación del Ideal del Yo de la niña, que al tiempo que resuelve su peripecia edípica, se identifica con los emblemas culturales respecto de su género sexual. El deseo de maternidad en cambio proviene de un ser – como la madre, dominio del Yo Ideal, núcleo duro y remanente del narcisismo infantil en la mente del adulto. Se alude entonces a lo preedípico, al registro de la identificación primaria con la madre, objeto del apego y de los cuidados autoconservativos, semejante de género. Se querrá ser madre para ser una con mamá.
¿Cual es la naturaleza del deseo de ser padre?
Así como el padre de la Modernidad ha estado significativamente ausente en la vida de sus hijos, las teorizaciones acerca del deseo de paternidad, son prácticamente inexistentes en la reflexión psicoanalítica. El psicoanálisis -y en particular el de cuño lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos
Juego de presencias y ausencias: el que sí ha estado presente es «el padre ausente». Esta es una figura ya clásica de la literatura psicoanalítica, que alude a la ausencia no de las prácticas de crianza, sino a su función de corte, de ejecutor de la prohibición del incesto, de regulador necesario entre la madre y el infante. Ese «padre ausente», ha sido por otro lado, interpretado como dejado ausente por el deseo de la madre, que no le da un lugar. Esta ausencia de padre, y el apropiamiento del hijo por parte de la madre, lo hemos señalado más arriba , es la resultante de los ordenamientos sociales en las sociedades modernas, donde la responsabilidad de los hijos ha sido dejada totalmente en manos de las mujeres. La maternidad como la única actividad productiva y legitimada para la mujer, han facilitado que los hijos sean tomados como propiedad privada, posesiones narcisistas.
En el relato lacaniano, el padre real, concreto, no existe. Sí habla del padre imaginario o del padre simbólico. La función paterna estaría ligada a la posición subjetiva de la madre, que a su vez habilita al hijo a que la adquiera (la función) Autoras como I. Meler (1998) y E. Dio Bleichmar(1997), han concluido que sólo en un período histórico donde fuera tan notoria la ausencia real del padre del hogar, pudo haberse elaborado una teoría que diferenciara tanto los conceptos de función paterna y de práctica paternal. Y si en realidad, el «padre ausente» no se corresponderá con una realidad de la constelación familiar tradicional moderna, más que con un deseo de la madre de dejarlo afuera… El psicoanálisis – y en particular el lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos.
Siguiendo la línea propuesta para la constitución del deseo de tener un hijo por parte de la mujer, abordaremos ahora qué lugar ocupa un hijo para los varones cuya masculinidad se ha constituido de acuerdo a un modelo tradicional y hegemónico. Los estudiosos de la masculinidad, tanto en sus vertientes de los Men´s Studies como de los Estudios de Género, han mostrado que «hacerse» hombre, es bastante más complejo de lo que el fundador del psicoanálisis lo había supuesto. También para el varón su objeto primero es la madre, con quien establecerá sus primeras identificaciones, con lo que se conformaría, siguiendo a Stoller, una «protofemineidad». De esta femineidad inicial deberá desprenderse, no sin costos, y será el padre quien se propondrá como modelo identificatorio para la adquisición de una identidad de género masculina, sin fisuras. Pero esta identidad, no incluye a la paternidad como un referente identitario fuerte. Los ideales del yo masculinos, incluyen la destreza y la fuerza física, la fortaleza emocional, la consecución del éxito, el predominio de la razón, etc. Los niños quieren ser «grandes» como sus padres, pero no ser «papás», aunque se ejerciten en el rol en algunos juegos, generalmente mixtos y no con sus pares. El deseo de hijo entonces, si bien tiene su origen en identificaciones con los objetos primarios y en los deseos narcisistas de perpetuación, no se ha integrado de un modo tan íntimo a su identidad masculina.
No desconozco por otra parte, las diferencias que la propia diferencia de los sexos, imprime a la paternidad y/o maternidad. El cuerpo de la mujer, que desde la infancia está marcado por la espera (se espera la menarca, el embarazo, el climaterio…), imprime en el psiquismo, marcas propias. Pero un óvulo fecundado, un cuerpo embarazado, no alcanzan para construir una madre, así como un espermatozoide, no hace a un padre.
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Notas:
4 Tort, M. El deseo frío. Procreación artificial y crisis de las referencias simbólicas 1994. Nueva Visión. Buenos Aires