Obras de S. Freud: Las aberraciones sexuales
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Las aberraciones sexuales (1)
Volver a ¨Tres ensayos de teoría sexual (1905)¨
El hecho de la existencia de necesidades sexuales en el hombre y el animal es expresado en la biología mediante el supuesto de una «pulsión sexual». En eso se procede por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre. El lenguaje popular carece de una designación equivalente a la palabra «hambre»; la ciencia usa para ello «libido». (2)
La opinión popular tiene representaciones bien precisas acerca de la naturaleza y las propiedades de esta pulsión sexual. Faltaría en la infancia, advendría en la época de la pubertad y en conexión con el proceso de maduración que sobreviene en ella, se exteriorizaría en las manifestaciones de atracción irrefrenable que un sexo ejerce sobre el otro, y su meta sería la
unión sexual o, al menos, las acciones que apuntan en esa dirección. Pero tenemos pleno fundamento para discernir en esas indicaciones un reflejo o copia muy infiel de la realidad; y si las miramos más de cerca, las vemos plagadas de errores, imprecisiones y conclusiones apresuradas.
Introduzcamos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona de la que parte la atracción sexual, y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión. Si tal hacemos, la experiencia espigada científicamente nos muestra la existencia de numerosas desviaciones respecto de ambos, el objeto sexual y la meta sexual, desviaciones cuya relación con la norma
supuesta exige una indagación a fondo.
– Desviaciones con respecto al objeto sexual.
La fábula poética de la partición del ser humano en dos mitades -macho y hembra- que aspiran a reunirse de nuevo en el amor se corresponde a maravilla con la teoría popular de la pulsión sexual (3). Por eso provoca gran sorpresa enterarse de que hay hombres cuyo objeto sexual no es la mujer, sino el hombre, y mujeres que no tienen por tal objeto al hombre,
sino a la mujer. A esas personas se las llama de sexo contrario o, mejor, invertidas; y al hecho mismo, inversión. El número de esas personas es muy elevado, aunque es difícil averiguarlo con certeza. (4)
La inversión
Conducta de los Invertidos.
Las personas en cuestión se comportan de manera por entero diversa en diferentes respectos.
a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto ,sexual tiene que ser de su mismo sexo, mientras que el sexo opuesto nunca es para ellos objeto de añoranza sexual, sino que los deja fríos y hasta les provoca repugnancia. Si se trata de hombres, esta repugnancia los incapacita para ejecutar el acto sexual normal, o no extraen ningún goce al ejecutarlo.
b. Pueden ser invertidos anfígenos (hermafroditas psicosexuales), vale decir, su objeto sexual puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro; la inversión no tiene entonces el carácter de la exclusividad.
c. Pueden ser invertidos ocasionales, vale decir, bajo ciertas condiciones exteriores, entre las que descuellan la inaccesibilidad del objeto sexual normal y la imitación, pueden tomar como objeto sexual a una persona del mismo sexo y sentir satisfacción en el acto sexual con ella.
Los invertidos muestran, además, una conducta diversa en su juicio acerca de la particularidad de su pulsión sexual. Algunos toman la inversión como algo natural, tal como el normal considera la orientación de su libido, y defienden con energía su igualdad de derechos respecto de los normales; otros se sublevan contra el hecho de su inversión y la sienten como una compulsión patológica. (5)
Otras variaciones atañen a las relaciones temporales. El rasgo de la inversión data en el individuo desde siempre, hasta donde llega su recuerdo, o se le hizo notable sólo en determinada época, antes o después de la pubertad (6). Este carácter puede conservarse durante toda la vida, o bien desaparecer en algún momento, o bien representar un episodio en la vía hacia el desarrollo normal; y aun puede exteriorizarse sólo más tarde en la vida, trascurrido un largo período de actividad sexual normal. También se ha observado una fluctuación periódica entre el objeto normal y el invertido. Particular interés presentan los casos en que la libido se altera en el sentido de la inversión después que se tuvo una experiencia penosa con el objeto sexual normal.
En general, estas diversas series de variaciones coexisten con independencia unas de otras.
En el caso de la forma más extrema tal vez pueda suponerse regularmente que la inversión existió desde una época muy temprana y que la persona se siente conforme con su peculiaridad.
Muchos autores se negarían a reunir en una unidad los casos aquí enumerados y preferirían destacar las diferencias entre estos grupos en vez de sus rasgos comunes, lo cual guarda relación estrecha con la manera en que prefieren apreciar la inversión. Ahora bien, por justificadas que estén las separaciones, no puede desconocerse que se descubren en número abundante todos los grados intermedios, de suerte que el establecimiento de series se impone
en cierto modo por sí solo.
Concepción de la Inversión.
La primera apreciación de la inversión consistió en concebirla como un signo innato de
degeneración nerviosa, en armonía con el hecho (le que los observadores médicos tropezaron
por primera vez con ella en enfermos nerviosos o en personas que producían esa impresión.
Esta caracterización contiene dos notas que deben ser juzgadas independientemente: el
carácter innato y la degeneración.
Degeneración.
La degeneración está expuesta a las objeciones que se elevan, en general, contra el uso indiscriminado de esa palabra. Se ha hecho costumbre imputar a la degeneración todo tipo de manifestación patológica que no sea de origen estrictamente traumático o infeccioso. La clasificación de los degenerados propuesta por Magnan hace que ni siquiera una actividad
nerviosa de óptima conformación general quede necesariamente excluida de la aplicación de ese concepto. En tales circunstancias, cabe preguntarse qué utilidad y qué nuevo contenido
posee en general el juicio «degeneración». Parece más adecuado hablar de degeneración sólo cuando: 1) coincidan varias desviaciones graves respecto de la norma; 2) la capacidad de rendimiento y de supervivencia aparezcan gravemente deterioradas (7).
Varios hechos hacen ver que los invertidos no son degenerados en este sentido legítimo de]
término:
1. Hallamos la inversión en personas que no presentan ninguna otra desviación grave respecto
de la norma.
2. La hallamos en personas cuya capacidad -de rendimiento no sólo no está deteriorada, sino
que poseen un desarrollo intelectual y una cultura ética particularmente elevados (8).
3. Si prescindimos de los pacientes que se nos presentan en nuestra experiencia médica y
procuramos abarcar un círculo más vasto, en dos direcciones tropezamos con hechos que
prohíben concebir la inversión como signo degenerativo: a) es preciso considerar que en
pueblos antiguos, en el apogeo de su cultura, la inversión fue un fenómeno frecuente, casi una
institución a la que se confiaban importantes funciones; b) la hallamos extraordinariamente
difundida en muchos pueblos salvajes y primitivos, mientras que el concepto de degeneración suele circunscribirse a la alta civilización (Bloch); y aun entre los pueblos civilizados de Europa, el clima y la raza ejercen la máxima influencia sobre la difusión y el enjuiciamiento de la inversión. (9)
Carácter Innato.
Como es lógico, el carácter innato se ha aseverado únicamente respecto de la primera clase de invertidos, la más extrema, y por cierto sobre la base de la afirmación de estas personas en el sentido de que en ningún momento de su vida se presentó en ellas otra orientación de la pulsión sexual. Ya la existencia de las otras dos clases, en especial de la tercera [los invertidos
«ocasionales»], es difícilmente compatible con la concepción de un carácter innato. Por eso los que sostienen esta opinión se inclinan a separar el grupo de los invertidos absolutos de todos los demás, lo que trae por consecuencia la renuncia a una concepción universalmente válida de la inversión. De acuerdo con ello, en una serie de casos esta poseería carácter innato; en otros,
podría haber nacido de otra manera.
Opuesta a esta concepción es la que afirma que la inversión es un carácter adquirido de la pulsión sexual. Se apoya en las siguientes consideraciones:
1. En muchos invertidos (aun absolutos) puede rastrearse una impresión sexual que los afectó en una época temprana de su vida y cuya secuela duradera fue Ia inclinación homosexual.
2. En muchos otros es posible indicar las influencias externas favorecedoras e inhibidoras que llevaron, en época más temprana o más tardía, a la fijación de la inversión (trato exclusivo con el mismo sexo, camaradería en la guerra, detención en prisiones, los peligros del comercio heterosexual, el celibato, la insuficiencia sexual, etc.).
3. La inversión puede eliminarse por vía de sugestión hipnótica, lo cual sería asombroso si se tratara de un carácter innato.
Así vistas las cosas, puede ponerse en entredicho la existencia misma de una inversión innata.
Cabe objetar (Havelock Ellis [1915]) que un examen más preciso de los casos aducidos en favor de la inversión innata probablemente traería a la luz también una vivencia de la primera infancia que fue determinante para la orientación de la libido. Esta vivencia no se habría conservado, simplemente, en la memoria conciente de la persona, pero sería posible hacérsela recordar mediante la influencia adecuada. De acuerdo con estos autores, la inversión sólo
podría caracterizarse como una frecuente variación de la pulsión sexual, que puede estar determinada por cierto número de circunstancias vitales externas.
No obstante, la certeza que así parece haberse adquirido cesa por esta observación en contrario: se demuestra que muchas personas están sometidas a esas mismas influencias sexuales (aun en la temprana juventud: seducción, onanismo mutuo) sin por ello convertirse en invertidas o permanecer duraderamente tales. Así, nos vemos llevados a esta conjetura: la alternativa innato-adquirido es incompleta, o no abarca todas las situaciones que la inversión plantea.
Explicación de la Inversión.
La hipótesis de que la inversión es innata no explica su naturaleza, como no la explica la
hipótesis de que es adquirida. En el primer caso, es preciso puntualizar qué es en ella lo innato;
de lo contrario se caería en la explicación más burda, a saber, que una persona trae consigo,
innato, el enlace de la pulsión sexual con un objeto sexual determinado. En el otro caso, cabe preguntar sí las múltiples influencias accidentales alcanzan para explicar la adquisición sin la
necesaria solicitación {Entgegenkommen) de algo que existiría en el individuo. Según nuestras
anteriores puntualizaciones, no es lícito negar este último factor.
El Recurso a la Bisexualidad.
Desde Lydston [1889]
Kiernan [1888] y Chevalier [1893], se ha recurrido, para explicar la posibilidad de una inversión sexual, a una serie de ideas que contienen un nuevo disenso con la opinión popular. Para esta, un ser humano es hombre o es mujer. Pero la ciencia conoce casos en que los caracteres sexuales aparecen borrosos y por tanto resulta difícil determinar el sexo; en primer lugar, en el campo anatómico. Los genitales de estas personas reúnen caracteres masculinos y femeninos (hermafroditismo). En casos raros, las dos clases de aparato sexual coexisten plenamente desarrolladas (hermafroditismo verdadero), pero, en la mayoría, ambas están atrofiadas (10).
Ahora bien, lo notable de estas anormalidades es que facilitan inesperadamente la comprensión
de la formación normal. En efecto, cierto grado de hermafroditismo anatómico es la norma: en
ningún individuo masculino o femenino de conformación normal se echan de menos las huellas
del aparato del otro sexo; o bien han perdurado carentes de función, como unos órganos
rudimentarios, o bien se han modificado para tomar sobre sí otras funciones.
La concepción que resulta de estos hechos anatómicos conocidos de antiguo es la de una disposición originariamente bisexual que, en el curso del desarrollo, se va alterando hasta llegar a la monosexualidad con mínimos restos del sexo atrofiado.
Era sugerente trasferir esta concepción al campo psíquico y comprender la inversión en sus
distintas variedades como expresión de un hermafroditismo psíquico. Y para zanjar la cuestión
sólo restaría una coincidencia regular entre la inversión y los signos anímicos y somáticos del
hermafroditismo.
Sólo que esta expectativa obvia no se cumple. No es lícito concebir tan estrechas las relaciones
entre la hibridez psíquica supuesta y la hibridez anatómica comprobable. Lo que a menudo se
halla en los invertidos es una disminución de la pulsión sexual en general (Havelock Ellis [1915]) y ligeras atrofias anatómicas de los órganos. A menudo, pero no de manera regular ni tampoco dominante. Es preciso reconocer, por tanto, que inversión y hermafroditismo somático son, en líneas generales, independientes entre sí.
Además, se ha atribuido gran importancia a los caracteres sexuales llamados secundarios y terciarios y a su frecuente presencia en los invertidos (H. Ellis). También en esto hay mucho de certero. Pero no es lícito olvidar que los caracteres secundarios y terciarios de un sexo aparecen con muchísima frecuencia en el otro. En tales casos son indicios de hibridez, mas no por ello hay un cambio del objeto sexual en el sentido de una inversión.
El hermafroditismo psíquico ganaría en verosimilitud si con la inversión del objeto sexual corriera paralelo al menos un vuelco de las otras propiedades anímicas, pulsiones y rasgos de carácter, hacia la variante que es peculiar del otro sexo. Pero semejante inversión del carácter sólo se encuentra con alguna regularidad en las mujeres invertidas. En los hombres, la más plena
virilidad anímica es compatible con la inversión. De conservar la tesis de un hermafroditismo
psíquico, es preciso agregar que sus exteriorizaciones en los diversos campos permiten
individualizar sólo un escaso condicionamiento recíproco. Lo mismo vale, por lo demás, para la
hibridez somática; según Halban (11) (1903), también las atrofias de órganos particulares y los caracteres sexuales secundarios se presentan con bastante independencia recíproca.
La doctrina de la bisexualidad ha sido formulada en su variante más cruda por un portavoz de
los invertidos masculinos: «Un cerebro femenino en un cuerpo masculino». Sólo que no
conocemos los caracteres de lo que sería un «cerebro femenino». Sustituir el problema
psicológico por el anatómico es tan ocioso como injustificado. El intento de explicación de
Krafft-Ebing parece concebido con mayor exactitud que el de Ulrichs, pero en esencia no difiere
de él; según Krafft-Ebing [1895a], la disposición bisexual dota al individuo tanto de centros
cerebrales masculinos y femeninos cuanto de órganos sexuales somáticos. Estos centros empiezan a desarrollarse en la época de la pubertad, las más de las veces bajo la influencia de las glándulas sexuales, que son independientes de ellos en cuanto a la disposición
{constitucional}. Pero acerca de estos «centros» masculinos y femeninos cabe decir lo mismo
que afirmamos para el supuesto cerebro masculino y femenino. Mientras tanto, ni siquiera
sabemos si nos es lícito suponer para las funciones sexuales unas localizaciones cerebrales delimitadas («centros») como las que conocemos, por ejemplo, para el lenguaje (12).
Tras estas elucidaciones, dos ideas quedan en pie: en la inversión interviene de algún modo una disposición bisexual, sólo que no sabemos en qué consiste más allá de la conformación anatómica; además, intervienen perturbaciones que afectan a la pulsión sexual en su desarrollo.
Objeto Sexual de los Invertidos.
La teoría del hermafroditismo psíquico presupone que el objeto sexual de los invertidos es el contrario al normal. El hombre invertido sucumbiría, como la mujer, al encanto que dimana de las propiedades del cuerpo y del alma viriles; se sentiría a sí mismo como mujer y buscaría al hombre.
Pero si bien esto se aplica a toda una serie de invertidos, se encuentra muy lejos de denotar un carácter universal de la inversión. No cabe ninguna duda de que una gran parte de los invertidos masculinos han conservado el carácter psíquico de la virilidad, presentan relativamente escasos caracteres secundarios del otro sexo y en verdad buscan en su objeto sexual rasgos psíquicos femeninos. De otro modo sería incomprensible el hecho de que la prostitución
masculina, que hoy como en la Antigüedad se ofrece a los invertidos, copie a las mujeres en todas las exteriorizaciones del vestido y el porte; de no ser así, en efecto, semejante imitación ofendería el ideal de los invertidos. Entre los griegos, donde los hombres más viriles se contaban entre los invertidos, es claro que lo que despertaba el amor del hombre por el efebo no
era su carácter masculino, sino su semejanza física a la mujer, así como sus propiedades anímicas femeninas: pusilanimidad, timidez, necesidad de enseñanza y de ayuda. Tan pronto como el efebo se hacía hombre, dejaba de ser un objeto sexual para el hombre y tal vez él mismo se convertía en amante de los efebos. Por tanto, en este caso como en muchos otros,
el objeto sexual no es lo igual en cuanto al sexo, sino que reúne los caracteres de ambos sexos, acaso como un compromiso entre una moción que aspira al hombre y otra que aspira a la mujer, siempre bajo la condición de la virilidad del cuerpo (de los genitales): por así decir, el espejamiento de la propia naturaleza bisexual (13).
Más unívoca es la situación en el caso de la mujer: las invertidas activas presentan con particular frecuencia caracteres somáticos y anímicos viriles y requieren feminidad en su objeto sexual. No obstante, un conocimiento más circunstanciado podría revelarnos también aquí la existencia de tina mayor variedad.
Meta Sexual de los Invertidos.
Es importante retener un hecho: de ningún modo puede hablarse de meta sexual única en el caso de la inversión. En los hombres, comercio per anum e inversión no coinciden totalmente;
la masturbación es con igual frecuencia la meta exclusiva, y las restricciones de la meta sexual -hasta llegar al mero desahogo afectivo- son aquí todavía más comunes que en el amor heterosexual. También entre las mujeres invertidas son múltiples las metas sexuales; entre
estas, el contacto con la mucosa bucal parece privilegiada.
Conclusiones.
Es verdad que el material presentado hasta aquí no nos habilita para esclarecer
satisfactoriamente la génesis de la inversión, No obstante, podemos consignar que esta
indagación nos permitió inteligir algo que puede llegar a resultarnos más importante que la
solución de la tarea indicada. Paramos mientes en que concebíamos demasiado estrecho el
enlace entre la pulsión sexual y el objeto sexual. La experiencia recogida con los casos
considerados anormales nos enseña que entre pulsión sexual y objeto sexual no hay sino una
soldadura, que corríamos el riesgo de no ver a causa de la regular correspondencia del cuadro
normal, donde la pulsión parece traer consigo al objeto. Ello nos prescribe que debemos aflojar,
en nuestra concepción, los lazos entre pulsión y objeto. Probablemente, la pulsión sexual es al
comienzo independiente de su objeto, y tampoco debe su génesis a los encantos de este.
Personas genésicamente inmaduras y animales como objetos sexuales.
Mientras que las personas cuyos objetos sexuales no pertenecen al sexo normalmente apto
para ello, vale decir, los invertidos, se presentan al observador como una colectividad de
individuos quizá valiosos en todos los demás aspectos, los casos en que se escogen como
objetos sexuales personas genésicamente inmaduras (niños) parecen de entrada aberraciones
individuales. Sólo por excepción son los niños objetos sexuales exclusivos; casi siempre llegan
a desempeñar este papel cuando un individuo cobarde e impotente se procura semejante
subrogado o cuando una pulsión urgente (que no admite dilación) no puede apropiarse en el
momento de un objeto más apto. Comoquiera que sea, arroja luz sobre la naturaleza de la
pulsión sexual el hecho de que admita una variación tan grande y semejante rebaja de su objeto
-el hambre, aferrada mucho más enérgicamente a su objeto, lo admitiría sólo en un caso
extremo-, Una observación parecida es válida para el comercio sexual con animales, no raro
entre los campesinos, y en el cual la atracción sexual parece traspasar la barrera de la especie.
Por razones estéticas, se querría atribuir a insanía estos y otros extravíos graves de la pulsión
sexual, Pero ello no es correcto. La experiencia enseña que entre los insanos no se observan perturbaciones de la pulsión sexual diferentes de las halladas en personas sanas, en razas y en estamentos enteros, Así, el abuso sexual contra los niños se presenta con inquietante frecuencia en maestros y cuidadores, meramente porque se les ofrece la mejor oportunidad para ello. Los insanos presentan el desvío correspondiente sólo aumentado, tal vez, o, lo que reviste particular importancia, elevado a la condición de práctica exclusiva y en remplazo -de la satisfacción sexual normal.
Da que pensar esta asombrosa distribución de las variaciones sexuales en la gradación que va
de la salud a la enfermedad mental. Yo opinaría que este hecho, que resta por explicar, indicaría
que las mociones de la vida sexual se cuentan entre las menos dominadas por las actividades superiores del alma, aun en las personas normales. Según mi experiencia, quien es
mentalmente anormal en algún otro aspecto, por ejemplo en lo social o lo ético, lo es regularmente también en su vida sexual. Pero hay muchos que son anormales en su vida
sexual, a pesar de lo cual en todos los otros campos responden a la norma y han recorrido en su persona el desarrollo de la cultura humana, cuyo punto más débil sigue siendo la sexualidad.
Ahora bien, como resultado más general de estas elucidaciones extraeríamos el siguiente: bajo gran cantidad de condiciones, y en un número sorprendentemente elevado de individuos, la
clase y el valor del objeto sexual pasan a un segundo plano. Alguna otra cosa es lo esencial y lo constante en la pulsión sexual (14).
Desviaciones con respecto a la meta sexual.
La unión de los genitales es considerada la meta sexual normal en el acto que se designa como
coito y que lleva al alivio de la tensión sexual y a la extinción temporaria de la pulsión sexual (satisfacción análoga a la saciedad en el caso del hambre). Empero, ya en el acto sexual más normal se anuncian los esbozos de aquello que, si se desarrolla plenamente, lleva a las aberraciones que han sido caracterizadas como perversiones. En efecto, ciertas maneras
intermedias de relacionarse con el objeto sexual (jalones en la vía hacia el coito), como el palparlo y mirarlo, se reconocen como metas sexuales preliminares. Por una parte, estas prácticas conllevan un placer en sí mismas; por la otra, aumentan la excitación que debe mantenerse hasta que se alcanza la meta sexual definitiva. Además, a uno de estos contactos, el de las dos mucosas labiales, se le ha otorgado en muchos pueblos (entre los que se cuentan
los de más alta civilización) un elevado valor sexual, por más que las partes corporales intervinientes no pertenezcan al aparato sexual, sino que constituyen la entrada del tubo
digestivo. Esto nos ofrece, entonces, aspectos que enlazan las perversiones a la vida sexual normal, aplicables aun a la clasificación de aquellas. Las perversiones son, o bien: a) transgresiones anatómicas respecto de las zonas del cuerpo destinadas a la unión sexual, o b) demoras en relaciones intermediarias con el objeto sexual, relaciones que normalmente se recorren con rapidez como jalones en la vía hacia la meta sexual definitiva.
Continúa en ¨Las aberraciones sexuales, segunda parte¨ (Transgresiones anatómicas)
Notas:
1- Las referencias contenidas en el primer ensayo se tornaron de las conocidas publicaciones de Krafft-Ebing, Moll, Moebius, Havelock Ellis, Schrenck-Notzing, Löwenfeld, Eulenburg, Bloch, M. Hirsch feld, y de los trabajos del Jahhrbucb für sexuelle Zwischenstufen, publicado bajo la dirección del autor nombrado en último término. Puesto que en esas obras se consigna la restante bibliografía sobre el tema, pude ahorrarme una referencia detallada. [Agregado en 1910:] Las intelecciones obtenidas por medio de la indagación psicoanalítica de invertidos se basan en comunicaciones de T. Sadger y en mi propia observación.
2- Nota agregada en 1910. La única palabra adecuada en lengua alemana, «Lust» {«placer», «gana»}, es por desgracia multívoca, ya que designa tanto la sensación de la necesidad como la de la satisfacción.
3- Esta es sin duda una alusión a la teoría expuesta por Aristófanes en El banquete de Platón. Freud volvió sobre este punto mucho tiempo después, en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, pág. 57n.
4- Acerca de estas dificultades y de los intentos de calcular la proporción de invertidos, véase el trabajo de M. Hirschfeld (1904).
5- El hecho de que una persona se revuelva así contra la compulsión a la inversión podría ser la condición para que pueda ser influida por un tratamiento por sugestión, agregado en 1910. o por un psicoanálisis.
6- Muchos autores han destacado con acierto que las indicaciones autobiográficas de los invertidos acerca de la aparición temporal de la tendencia a la inversión no son confiables; en efecto, pueden haber reprimido {desalojado} de su memoria la prueba de su sensibilidad heterosexual. Agregado en 1910. El psicoanálisis ha corroborado esta sospecha en los casos que ha podido estudiar, alterando decisivamente su anamnesis al cubrir el vacío dejado por la amnesia infantil. [En la primera edición (1905), en lugar de esta oración aparecía otra: «Una decisión sobre este punto sólo podría obtenerse por medio de una indagación psicoanalítica de los invertidos».]
7- Las puntualizaciones de Moebius (1900) nos alertan sobre las reservas a que está sujeto el diagnóstico de degeneración y sobre su escasa importancia práctica: «Si se considera en conjunto el vasto campo de la degeneración, sobre el cual hemos arrojado alguna luz en estas páginas, se echa de ver sin más el escaso valor que tiene diagnosticar una degeneración en general».
8- Debe concederse a los portavoces del «uranismo» que algunos de los hombres más destacados de que tenemos noticia fueron invertidos, y acaso invertidos absolutos.
9- En la concepción sobre la inversión, los puntos de vista patológicos han sido sustituidos por los antropológicos. Este cambio es mérito de Iwan Bloch (1902-03), autor que ha destacado expresamente el hecho de la inversión en los pueblos civilizados de la Antigüedad.
10- Para recientes y, detalladas descripciones de[ hermafroditismo somático, véase Taruffi (1903), y los trabajos de Neugebauer en varios volúmenes del Jahrbuch für sexuelle Zwischenstufen.
11- Véase en ese trabajo la bibliografía sobre la materia.
12- Al parecer (según un informe bibliográfico contenido en el sexto volumen del Jahrbucb für sexuelle Zwischenstufen), el primero que adujo la bisexualidad para explicar la inversión fue E. Gley, quien ya en enero de 1884 publicó un ensayo («Les aberrations de Finstinct sexuel») en la Revue philosophique. Además, es digno de nota que la mayoría de los autores que reconducen la inversión a la bisexualidad no consideran vigente este factor sólo en los invertidos, sino en todos los que han pasado a ser normales, y en consecuencia conciben la inversión como una perturbación del desarrollo. Chevalier (1893) ya se pronuncia en ese sentido. Krafft-Ebing (1895a) sostiene que existe una multitud de observaciones «de las que resulta al menos la persistencia virtual de este segundo centro (el del sexo subordinado)». Un doctor Arduin (1900) formula la tesis de que «en todo ser humano están presentes elementos masculinos y femeninos (Cf. Hirschfeld, 1899, págs. 8-10), sólo que, en tanto se trate de personas heterosexuales, y de acuerdo con el sexo a que pertenezcan, unos se han desarrollado incomparablemente más que los otros … ». Herman (1903) comprueba que «en toda mujer se contienen gérmenes y propiedades masculinos, y en todo hombre, femeninos», etc. [Agregado en 1910:] W. Fliess (1906) reclamó para sí la paternidad de la idea de la bisexualidad (en el sentido de dualidad de sexo). [Agregado en 1924:] En círculos legos, la tesis de la bisexualidad de los seres humanos pasa por ser obra del filósofo O. Weininger, muerto joven, quien la tomó como base para un libre bastante poco juicioso (1903). Las referencias que consignamos antes muestran el poco fundamento de esa pretensión.
Freud debió en gran parte a Fliess la valoración de la importancia de la bisexualidad, y su olvido en cierta oportunidad de este hecho le suministró uno de los ejemplos de olvido que incluyó en Psicopatología de la vida cotidiana ( 1901b), AE, 6, pág. 143. Sin embargo, no aceptó el punto de vista de Fliess en cuanto a que la represión era explicada por la bisexualidad. Véase su examen de este punto en «’Pegan a un niño»» ( 1919e), AE, 17, págs. 196-7. Kris analiza detenidamente este problema en la sección IV de su «Introducción» a la correspondencia con Fliess (Freud, 1950a).
13- La frase que sigue a los dos puntos fue agregada en 1915. -Nota agregada en 1910. Es verdad que el psicoanálisis no ha aportado hasta ahora un esclarecimiento pleno sobre el origen de la inversión; no obstante, ha revelado el mecanismo psíquico de su génesis y enriquecido sustancialmente el planteo del problema. En todos los casos indagados comprobamos que las personas después invertidas atravesaron en los primeros años de su infancia una fase muy intensa, pero también muy breve, de fijación a la mujer (casi siempre a la madre), tras cuya superación se identificaron con la mujer y se tomaron a sí mismos como objeto sexual, vale decir, a partir del narcisismo buscaron a hombres jóvenes, y parecidos a su propia persona, que debían amarlos como la madre los había amado. Además, con mucha frecuencia hallamos que presuntos invertidos no eran en manera alguna insensibles al encanto de la mujer, sino que trasponían a un objeto masculino, sin solución de continuidad, la excitación que ella les provocaba. Así, durante toda su vida repetían el mecanismo por el cual se había engendrado su inversión. Su aspiración compulsiva al hombre aparecía condicionada por su incesante huida de la mujer.
En la edición de 1910, la nota proseguía así: «Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que hasta el momento un solo tipo de invertidos se sometieron al psicoanálisis: individuos cuya actividad sexual se hallaba en general menoscabada, y su residuo se manifestaba como inversión. El problema de la inversión es sumamente complejo y abarca tipos muy diversos de actividad y desarrollo sexuales. Debería trazarse una neta distinción conceptual entre diferentes casos de inversión según que se haya invertido el carácter sexual del objeto o el del sujeto».
Agregado en 1915. La investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una especie particular de seres humanos. En la medida en que estudia otras excitaciones sexuales además de las que se dan a conocer de manera manifiesta, sabe que todos los hombres son capaces de elegir un objeto de su mismo sexo, y aun lo han consumado en el inconciente. Por otra parte, los sentimientos libidinosos en vinculación con personas del mismo sexo no desempeñan escaso papel como factores de la vida sexual, y ese papel es mayor que el de los dirigidos al sexo opuesto en cuanto motores de contracción de neurosis. El psicoanálisis considera más bien que lo originario a partir de lo cual se desarrollan luego, por restricción hacia uno u otro lado, tanto el tipo normal como el invertido es la independencia de la elección de objeto respecto del sexo de este último, la posibilidad abierta de disponer de objetos tanto masculinos cuanto femeninos, tal como se la puede observar en la infancia, en estados primitivos y en épocas prehistóricas. En el sentido del psicoanálisis, entonces, ni siquiera el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer es algo obvio, sino un problema que requiere esclarecimiento, respecto del cual cabe suponer una atracción en el fondo de carácter químico. La conducta sexual definitiva se decide sólo tras la pubertad, y es el resultado de una serie de factores que todavía no podemos abarcar en su conjunto, y de naturaleza en parte constitucional, en parte accidental. Por cierto, algunos de estos factores pueden alcanzar una fuerza muy grande, en virtud de la cual gravitan sobre el resultado; pero, en general, la multiplicidad de los factores determinantes es reflejada por la diversidad de los desenlaces en la conducta sexual manifiesta de los seres humanos. En todos los tipos de invertidos es posible comprobar el predominio de constituciones arcaicas y de mecanismos psíquicos primitivos. La vigencia de la elección narcisista de objeto y la retención de la importancia erótica de la zona anal aparecen como sus caracteres más esenciales. Pero no se gana nada si, sobre la base de esas propiedades constitucionales, los tipos más extremos de inversión son separados de los otros. Lo que creemos hallar en estos en calidad de fundamento suficiente puede rastrearse también, sólo que con fuerza menor, en la constitución de los tipos transicionales y en los fenotípicamente normales. Por más que las diferencias en los resultados puedan ser de naturaleza cualitativa, el análisis muestra que las diferencias en las condiciones son sólo cuantitativas. Entre las influencias accidentales sobre la elección de objeto hemos hallado, como digna de nota, la frustración (el amedrentamiento sexual temprano), y también hemos notado que la presencia de ambos miembros de la pareja parental desempeña un importante papel. La falta de un padre fuerte en la infancia favorece no rara vez la inversión. Por último, es lícito exigir que se separe, en el plano conceptual, la inversión del objeto sexual de la mezcla de caracteres sexuales en el interior de un sujeto. Cierto grado de independencia es innegable también en esta relación.
Agregado en 1920. Ferenczi (1914) ha presentado una serie de importantes puntos de vista sobre el problema de la inversión. Critica, con razón, que bajo el nombre de « homosexualidad» (que él propone sustituir por el más adecuado de «homoerotismo») se confundan una cantidad de estados muy diversos, de desigual valor tanto en lo orgánico como en lo psíquico. Pide que se distinga con claridad al menos entre estos dos tipos: el homoerótico en cuanto al sujeto, que se siente mujer y se comporta como tal, y el homoerótico en cuanto al objeto, que es enteramente masculino y no ha hecho más que permutar el objeto femenino por uno de su mismo sexo. A los primeros los reconoce como genuinos «intermedios sexuales» en el sentido de Magnus Hirschfeld; y a los segundos los caracteriza -menos felizmente- como neuróticos obsesivos. Sólo en el caso del homoerótico en cuanto al objeto puede haber una rebelión contra la tendencia a la inversión, así como la posibilidad de influencia psíquica [terapéutica]. Aun admitiendo estos dos tipos, es lícito agregar que en muchas personas hallamos, mezclados, cierto grado de homoerotismo en cuanto al sujeto con una cuota de homoerotismo en cuanto al objeto.
En los últimos años, los trabajos realizados por biólogos, en particular por Eugen Steinach, han arrojado viva luz sobre las condiciones orgánicas del homoerotismo y las de los caracteres sexuales.
Mediante el experimento de castrar individuos pertenecientes a diversas especies de mamíferos, con subsiguiente implantación de glándulas germinales del otro sexo, se logró mudar machos en hembras y a la inversa, La mudanza afectó más o menos completamente a los caracteres sexuales somáticos y a la conducta psicosexual (vale decir, al erotismo en cuanto al sujeto y en cuanto al objeto). Se consideró que esta virtud determinante del sexo no era portada por las glándulas germinales mismas, que producen las células genésicas, sino por el llamado tejido intersticial del órgano (las «glándulas de la pubertad»). En un caso se consiguió este vuelco sexual en un hombre que había perdido sus testículos a raíz de una tuberculosis. Se había comportado como un homosexual pasivo, femenino, y mostraba caracteres sexuales secundarios de índole femenina, muy marcados (ausencia de vello y barba, formaciones adiposas en las mamas y caderas) Tras la implantación de un testículo ectópico de otro hombre, empezó a comportarse virilmente y a dirigir su libido de manera normal a la mujer. Al mismo tiempo, desaparecieron los caracteres somáticos femeninos. (Lipschütz, 1919)
Sería injustificado afirmar que estos magníficos experimentos han colocado la doctrina de la homosexualidad sobre una base nueva, así como sería apresurado esperar que ellos nos abrieran un camino directo para la «curación» universal de la homosexualidad. Fliess señaló con acierto que tales experimentos no desvirtúan la doctrina de la disposición bisexual universal de los animales superiores. Me parece más probable que ulteriores indagaciones de esta clase proporcionen una confirmación directa de la hipótesis de la bisexualidad.
14- Nota agregada en 1910. La diferencia más honda entre la vida sexual de los antiguos y la nuestra reside, acaso, en el hecho de que ellos ponían el acento en la pulsión misma, mientras que nosotros lo ponemos sobre su objeto. Ellos celebraban la pulsión y estaban dispuestos a ennoblecer con ella incluso a un objeto inferior, mientras que nosotros menospreciamos el quehacer pulsional mismo y lo disculpamos sólo por las excelencias del objeto.