Obras de Sigmund Freud: Las neuropsicosis de defensa (1894)

(Ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y de ciertas psicosis alucinatorias) (1894)

«Die Abwehr-Neuropsychosen» (Versuch einer psychologischen Theorle der aquirierten Hysterie, vieler Phobien und Zwangsvorstellungen und gewisser halluzinatorischer Psychosen)

Ediciones en alemán

1894 Neurol. Zbl., 13, nº 10, págs. 362-4, y nº 11, págs. 402-9. (15 de mayo y 1º de junio.)

1906 SKSN, 1, págs. 45-59. (1911, 2º ed.; 1920, 3º ed.; 1922, 4º ed.)

1925 GS, 1, págs. 290-305.

1952 GW, 1, págs. 59-74.

Traducciones en castellano

1926 (?) «Las neuropsicosis de defensa». BN (17 vols.), 11, págs. 115-32. Traducción de Luis López-Ballesteros.

1943 Igual título. EA, 11, págs. 107-22. El mismo traductor.

1948 Igual título. BN (2 vols.), 1, págs 173-80. El mismo traductor.

1953 Igual título. SR, 11, págs. 85-97. El mismo traductor.

1967 Igual título. BN (3 vols.), 1, págs. 173-80. El mismo traductor.

1972 Igual título. BN (9 vols.), 1, págs. 169-77. El mismo traductor.

Nota introductoria.

Este trabajo fue resumido por Freud bajo el número XXIX en el sumario de sus primeros escritos científicos ( 1897b). Freud terminó de redactar el presente artículo en enero de 1894. Había pasado un año desde la aparición de su último trabajo de psicopatología, la «Comunicación preliminar» (1893a) escrita en colaboración con Breuer no tomamos en cuenta el trabajo acerca de las parálisis histéricas (1893c), planeado y bosquejado años antes, ni la nota necrológica sobre Charcot (1893f)-, y aún habría de trascurrir otro antes de que publicase algo nuevo. Pese a ello, 1893 y 1894 no fueron años ociosos; en 1893, Freud estaba produciendo todavía una cantidad de trabajos neurológicos, y en 1894 comenzó a preparar sus contribuciones para Estudios sobre la histeria (1895d). Y, como lo demuestran sus cartas a Fliess, en todo este período estuvo intensamente dedicado a investigar lo que ya por entonces había desalojado por completo a la neurología del centro de su interés: los problemas de las neurosis.

Estos problemas se dividían en dos grupos bastante bien diferenciados: los concernientes a lo que más tarde dio en llamar «neurosis actuales» (neurastenia y estados de angustia) -cf. «La sexualidad en la etiología de las neurosis» (1898a) y los vinculados con las «psiconeurosis» (histeria y obsesiones). Debió pasar un año hasta que, a comienzos de 1895, Freud estuvo en condiciones de publicar algo sobre las primeras, mientras que de las segundas ya podía trazar el mapa del terreno abarcado, consecuencia de lo cual es el presente trabajo. (ver nota)

Por supuesto, aún es profunda en él su deuda con Charcot y Breuer; empero, es posible detectar también un primer afloramiento de gran parte de lo que más tarde sería esencial en sus propias concepciones. Por ejemplo, la teoría de la defensa, que había sido brevemente mencionada en la «Comunicación preliminar», recibe por primera vez un amplio tratamiento. El término «defensa», en sí, es inauguralmente utilizado aquí, lo mismo que «conversión» y «refugio en la psicosis» Comienza a esbozarse el significativo papel de la sexualidad; se roza la cuestión de la naturaleza de lo «inconciente»; y, lo más importante quizá, se plantea toda la teoría fundamental de las investiduras psíquicas y su desplazamiento, y se enuncia claramente (en el penúltimo párrafo) la hipótesis sobre la cual descansaba el esquema freudiano.

En un «Apéndice» examinamos con mayor detenimiento cómo fueron surgiendo las concepciones teóricas fundamentales de Freud.

James Strachey.

Las neuropsicosis de defensa. (1894)

«Die Abwehr-Neuropsychosen» (Versuch einer psychologischen Theorle der aquirierten Hysterie, vieler Phobien und Zwangsvorstellungen und gewisser halluzinatorischer Psychosen)
     
Tras detenido estudio de muchos neuróticos aquejados de fobias y de representaciones obsesivas, se me impuso cierto ensayo explicativo de estos síntomas, que luego me permitió colegir con éxito el origen de tales representaciones patológicas en otros casos, nuevos, y por eso lo he considerado merecedor de ser comunicado y sometido a reexamen. Junto a esta «teoría psicológica de las fobias y representaciones obsesivas», por medio de la observación de los enfermos se dilucidó un aporte a la teoría de la histeria o, más bien, su modificación, que parece dar cuenta de un importante carácter común a la histeria y a las mencionadas neurosis. Además, tuve oportunidad de inteligir algo sobre el mecanismo psicológico de una forma de afección indudablemente psíquica, y a raíz de ello descubrí que el modo de abordaje por mí intentado establece un enlace inteligible entre estas psicosis y las dos neurosis ya indicadas. Como conclusión de este opúsculo, pondré de relieve una hipótesis auxiliar de que me he valido en los tres casos.

I

Empiezo con aquella modificación que me parece necesario introducir en la teoría de la neurosis histérica.

Que el complejo sintomático de la histeria, hasta donde conseguimos entenderlo hoy, justifica el supuesto de una escisión de la conciencia con formación de grupos psíquicos separados es cosa que debería ser universalmente aceptada tras los brillantes trabajos de P. Janet, J. Breuer y otros, Menos claras están las opiniones sobre el origen de esa escisión de la conciencia y sobre el papel que ese carácter desempeña en la ensambladura de la neurosis histérica.

Según la doctrina de Janet la escisión de conciencia es un rasgo primario de la alteración histérica. Tiene por base una endeblez innata de la aptitud para la síntesis psíquica, un estrechamiento del «campo de conciencia» («champ de conscience»), que como estigma psíquico testimonia la degeneración de los individuos histéricos.

En oposición al punto de vista de Janet, que me parece expuesto a muchísimas objeciones, se sitúa el sustentado por Breuer en nuestra «Comunicación». Según Breuer, «base y condición» de la histeria es el advenimiento de unos estados de conciencia peculiarmente oníricos, con una aptitud limitada para la asociación, a los que propone denominar «estados hipnoides». La escisión de conciencia es, pues, secundaría, adquirida; se produce en virtud de que las representaciones que afloran en estados hipnoides están segregadas del comercio asociativo con el restante contenido de conciencia. (ver nota)

Ahora puedo aportar la prueba de otras dos formas extremas de histeria en que la escisión de conciencia en modo alguno puede interpretarse como primaria en el sentido de Janet. Para la primera de esas formas conseguí demostrar repetidas veces que la escisión del contenido de conciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo es posible indicar. Desde luego, no sostengo que el enfermo se proponga producir una escisión de su conciencia; su propósito es otro, pero él no alcanza su meta, sino que genera una escisión de conciencia.

En la la tercera forma de histeria, que hemos comprobado mediante el análisis psíquico de enfermos inteligentes, la escisión de conciencia desempeña un papel mínimo, quizá ninguno. Son aquellos casos en que meramente se interceptó la reacción frente al estímulo traumático, y que luego serán tramitados y curados por «abreacción»: las histerias de retención puras.

Con miras al anudamiento con las fobias y representaciones obsesivas, sólo he de considerar aquí la segunda forma de la histeria, que, por razones que enseguida se harán evidentes, yo designaré como histeria de defensa, separándola así de la histeria hipnoide y de la histeria de retención. También puedo designar provisionalmente como de histeria «adquirida» mis casos de histeria de defensa; en efecto, en ellos no cabía hablar de una tara hereditaria grave ni una atrofia degenerativa en sentido estricto.

Pues bien; esos pacientes por mí analizados gozaron de salud psíquica hasta el momento en que sobrevino un caso de inconciliabilidad en su vida de representaciones, es decir, hasta que se presentó a su yo una vivencia, una representación, tina sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona decidió olvidarla, no confiando en poder solucionar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la contradicción que esa representación inconciliable le oponía.

En personas del sexo femenino, tales representaciones inconciliables nacen las más de las veces sobre el suelo del vivenciar y el sentir sexuales, y las afectadas se acuerdan con toda la precisión deseable de sus empeños defensivos, de su propósito de «ahuyentar» {fortschieben, «empujar lejos»} la cosa, de no pensar en ella, de sofocarla. He aquí unos ejemplos pertinentes, tomados de mí experiencia, que por otra parte podría multiplicar sin dificultad: El caso de una joven señorita que se echa en cara, mientras cuida a su padre enfermo, pensar en el joven que le ha dejado una leve impresión erótica; el caso de una gobernanta que se había enamorado de su patrón, y resolvió quitarse de la cabeza esa simpatía por parecerle inconciliable con su orgullo, etc. (ver nota)

No puedo aseverar, por cierto, que el empeño voluntario por esforzar a apartarse de los propios pensamientos algo de este tino constituya un acto patológico; tampoco sé decir si ese olvido deliberado se logra, o de qué manera se logra, en aquellas personas que permanecen sanas ante las mismas influencias psíquicas. Sólo sé que en los pacientes por mí analizados ese «olvido» no se logró, sino que llevó a diversas reacciones patológicas que provocaron una histeria, o una representación obsesiva, o una psicosis alucinatoria. En la aptitud para provocar mediante aquel empeño voluntario uno de estos estados, todos los cuales se conectan con una escisión de conciencia, ha de verse la expresión de una predisposición patológica, que, empero, no necesariamente es idéntica a una «degeneración» personal o hereditaria.

Acerca del camino que desde el empeño voluntario del paciente lleva a la génesis del síntoma neurótico, me he formado una opinión que acaso en las abstracciones psicológicas usuales se podría expresar así: La tarea que el yo defensor se impone, tratar como «non arrivée» {«no acontecida»} la representación inconciliable, es directamente insoluble para él; una vez que la huella mnémica y el afecto adherido a la representación están ahí, ya no se los puede extirpar. Por eso equivale a una solución aproximada de esta tarea lograr convertir esta representación intensa en una débil, arrancarle el afecto, la suma de excitación que sobre ella gravita. Entonces esa representación débil dejará de plantear totalmente exigencias al trabajo asociativo; empero, la suma de excitación divorciada de ella tiene que ser aplicada a otro empleo.

Hasta aquí son iguales los procesos en la histeria y en las fobias y representaciones obsesivas; desde este punto, los caminos se separan. En la histeria, el modo de volver inocua la representación inconciliable es trasponer {umsetzen} a lo corporal la suma de excitación, para lo cual yo propondría el nombre de conversión.

La conversión puede ser total o parcial, y sobrevendrá en aquella inervación motriz o sensorial que mantenga un nexo, más íntimo o más laxo, con la vivencia traumática. El yo ha conseguido así quedar exento de contradicción, pero, a cambio, ha echado sobre sí el lastre de un símbolo mnémico que habita la conciencia al modo de un parásito, sea como una inervación motriz irresoluble o como una sensación alucinatoria que de continuo retorna, y que permanecerá ahí hasta que sobrevenga una conversión en la dirección inversa. En tales condiciones, la huella mnémica de la representación reprimida {esforzada al desalojo} no ha sido sepultada {untergeben}, sino que forma en lo sucesivo el núcleo de un grupo psíquico segundo.

Sólo añadiré unas pocas palabras para explicitar esta visión sobre los procesos psicofísicos que ocurren en la histeria: Una vez formado en un «momento traumático» ese núcleo para una escisión histérica, su engrosamiento se produce en otros momentos que se podrían llamar «traumáticos auxiliares», toda vez que una impresión de la misma clase, recién advenida, consiga perforar la barrera que la voluntad había establecido, aportar nuevo afecto a la representación debilitada e imponer por un momento el enlace asociativo de ambos grupos psíquicos, hasta que una nueva conversión ofrezca defensa. En la histeria, el estado así alcanzado con respecto a la distribución de la excitación prueba luego, las más de las veces, ser lábil; la excitación esforzada por una vía falsa (hacia la inervación corporal) consigue, de tiempo en tiempo volver hasta la representación de la que fue desasida, y entonces constriñe a la persona a su procesamiento asociativo o a su trámite en ataques histéricos, como lo demuestra la notoria oposición entre los ataques y los síntomas permanentes. El efecto del método catártico de Breuer consiste en volver a guiar la excitación, con conciencia de la meta de lo corporal a lo psíquico, para forzar luego a reequilibrar la contradicción mediante un trabajo de pensamiento y a descargar la excitación por medio del habla.

Si la escisión de conciencia de la histeria adquirida descansa en un acto voluntario, se explica con sorprendente facilidad el asombroso hecho de que la hipnosis por regla general ensanche la conciencia estrechada de los histéricos y vuelva asequible el grupo psíquico escindido. En efecto, tenemos noticia de una propiedad de todos los estados semejantes al dormir, y es que ellos cancelan aquella distribución de la excitación sobre la que descansa la «voluntad» de la personalidad conciente.

Según lo expuesto, no discernimos el factor característico de la histeria en la escisión de conciencia, sino en la aptitud para la conversión; y tenemos derecho a citar como una pieza importante de la predisposición histérica, que por otra parte nos es desconocida, la capacidad psicofísica para trasladar a la inervación corporal unas sumas tan grandes de excitación.

En sí y por sí, esta capacidad no excluye la salud psíquica, y sólo lleva a la histeria en el caso de una inconciliabilidad psíquica o de un almacenamiento de la excitación. Con este giro nos aproximamos, Breuer y yo, a las consabidas definiciones que de la histeria dieron Oppenheim y Strümpell, y nos apartamos de Janet, quien asigna a la escisión de conciencia un papel desmedido en la característica de la histeria. La exposición aquí ofrecida puede aducir en su favor que permite comprender el nexo de la conversión con la escisión histérica de conciencia.

II

Si en una persona predispuesta [a la neurosis] no está presente la capacidad convertidora y, no obstante, para defenderse de una representación inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, es fuerza que ese afecto permanezca en el ámbito psíquico. La representación ahora debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la conciencia, pero su afecto, liberado, se adhiere a otras representaciones, en sí no inconciliables, que en virtud de este «enlace falso» devienen representaciones obsesivas. He ahí, en pocas palabras, la teoría psicológica de las representaciones obsesivas y fobias, de que hablé al comienzo.

Ahora indicaré, entre las piezas que esa teoría requiere, cuáles admiten demostración directa y cuáles he completado yo. Directamente demostrable es, además del punto final del proceso -la representación obsesiva misma, ante todo la fuente de la que proviene el afecto que se encuentra dentro de un enlace falso. En todos los casos por mí analizados era la vida sexual la que había proporcionado un afecto penoso de la misma índole, exactamente, que el afecto endosado a la representación obsesiva. En teoría no se excluye que en algún caso ese afecto nazca en otro ámbito; yo me limito a comunicar que hasta ahora no se me ha revelado un origen diferente. Por otra parte, con facilidad se comprende que justamente la vida sexual conlleve las más abundantes ocasiones para la emergencia de representaciones inconciliables.

Es demostrable, además, por las más inequívocas manifestaciones de los enfermos, el empeño voluntario, el intento defensivo a que la teoría atribuye gravitación; y al menos en una serie de casos los enfermos mismos anotician que la fobia o la representación obsesiva sólo aparecieron después que el empeño voluntario hubo alcanzado en apariencia su propósito. «Cierta vez me pasó algo muy desagradable; puse empeño en ahuyentarlo, en no pensar más en eso. Al fin lo conseguí, y entonces me sobrevino lo otro, de lo cual desde entonces no he podido desprenderme». Con estas palabras me corroboró una paciente los puntos capitales de la teoría aquí desarrollada.

No todos los que padecen de representaciones obsesivas tienen tan en claro el origen de estas. Por lo general.. cuando se les señala a los enfermos la representación originaria de naturaleza sexual se obtiene esta respuesta: «De ahí, sin embargo, no puede venirme. No me he ocupado mucho de ello. Por un momento me causó espanto, pero luego me distraje de eso y desde entonces me dejó tranquilo». En esta objeción, tan frecuente, tenemos una prueba de que la representación obsesiva figura un sustituto o un subrogado de la representación sexual inconciliable y la ha relevado dentro de la conciencia.

Entre el empeño voluntario del paciente, que logra reprimir la representación sexual desagradable, y la emergencia de la representación obsesiva, que, poco intensa en sí misma, está dotada ahora con un afecto inconcebiblemente intenso, se abre la laguna que la teoría aquí desarrollada pretende llenar. El divorcio entre la representación sexual y su afecto, y el enlace de este último con otra representación, adecuada pero no inconciliable: he ahí unos procesos que acontecen sin conciencia, que sólo es posible suponer, y ningún análisis clínico-psicológico es capaz de demostrar. Quizá sería más correcto decir: Estos en modo alguno son procesos de naturaleza psíquica, sino procesos físicos cuya consecuencia se figura como si real v efectivamente hubiera acontecido lo expresado mediante los giros «divorcio entre la representación y su afecto», y «enlace falso» de este último. (ver nota) junto a los casos en que se comprueba la presencia sucesiva de la representación sexual inconciliable y de la representación obsesiva, hallamos una serie de otros casos de simultaneidad entre representaciones obsesivas y representaciones sexuales de tinte penoso. No es muy adecuado llamar a estas últimas «representaciones obsesivas sexuales»; les falta un rasgo esencial de las representaciones obsesivas: demuestran estar plenamente justificadas, mientras que lo penoso de las representaciones obsesivas ordinarias constituye un problema para el médico y el enfermo. Hasta donde pude inteligir los casos de este tipo, se trataba de una defensa continua frente a representaciones sexuales que llegaban en forma permanente, vale decir, de un trabajo que aún no había alcanzado su acabamiento.

Los enfermos suelen mantener en secreto sus representaciones obsesivas toda vez que son concientes de su origen sexual. Y cuando se quejan de ellas, las más de las veces expresan su asombro por sucumbir al afecto en cuestión, por angustiarse, tener determinados impulsos, etc. Al médico experto, en cambio, ese afecto le aparece justificado e inteligible; para él lo llamativo es sólo el enlace de ese afecto con una representación que no es digna de él. En otras palabras, el afecto de la representación obsesiva le aparece como dislocado {dislozieren}, trasportado {transponieren}, y en caso de haber aceptado las puntualizaciones aquí consignadas, el médico puede ensayar la retraducción a lo sexual en una serie de casos de representación obsesiva.

Para el enlace secundario del afecto liberado se puede aprovechar cualquier representación que por su naturaleza sea compatible con un afecto de esa cualidad, o bien tenga con la representación inconciliable ciertos vínculos a raíz de los cuales parezca utilizable como su subrogado. Por ejemplo, una angustia liberada, cuyo origen sexual no se debe recordar, se vuelca sobre las fobias primarias comunes del ser humano ante ciertos animales, la tormenta, la oscuridad, etc., o sobre cosas que inequívocamente están asociadas con lo sexual de alguna manera, como el orinar, la defecación, el ensuciarse y el contagio en general.

La ventaja obtenida por el yo tras emprender para la defensa el camino del trasporte del afecto es mucho menor que en el caso de la conversión de una excitación psíquica en una inervación somática. El afecto bajo el cual el yo padecía permanece como, antes, sin cambio y sin disminución; sólo la representación inconciliable ha sido sofrenada, excluida del recordar. (ver nota) Las representaciones reprimidas constituyen también aquí el núcleo de un grupo psíquico segundo, que, a mi parecer, es asequible aun sin el auxilio de la hipnosis. Si en las fobias y representaciones obsesivas están ausentes los síntomas más llamativos que en la histeria acompañan a la formación de un grupo psíquico independiente, ello se debe, sin duda, a que en el primer caso la alteración íntegra ha permanecido en el ámbito psíquico, y el vínculo entre excitación psíquica e inervación somática no ha experimentado cambio alguno.

Ilustraré lo dicho aquí sobre las representaciones obsesivas con algunos ejemplos que probablemente sean de naturaleza típica:

1. Una muchacha padece de reproches obsesivos. Si leía en el periódico sobre Linos monederos falsos, daba en pensar que ella misma había fabricado moneda falsa; si en alguna parte un malhechor desconocido había perpetrado un homicidio, se preguntaba ella angustiosamente si no había cometido ese asesinato. Y a la vez tenía clara conciencia del despropósito de estos reproches obsesivos. Durante cierto lapso la conciencia de culpa alcanzó tanto -imperio sobre ella que ahogó su crítica, y se acusaba ante sus parientes y ante el médico de haber perpetrado realmente todos esos crímenes (psicosis por acrecenta miento simple – psicosis de avasallamiento). (ver nota) Un interrogatorio firme descubrió entonces la fuente de donde provenía su conciencia de culpa: Incitada por una sensación voluptuosa casual, se había dejado inducir por una amiga a la masturbación, y desde hacía años la practicaba con la cabal conciencia de su mala acción y los autorreproches más violentos, pero, como es habitual, inútiles. Un exceso tras asistir a un baile había provocado el acrecentamiento hasta la psicosis. La muchacha curó tras unos meses de tratamiento y de una vigilancia muy severa. (ver nota)

2. Otra muchacha sufría bajo el miedo de que le asaltaran las ganas y entonces se orinaría; ello después que una urgencia así la constriñó realmente cierta vez a abandonar una sala de conciertos durante la ejecución. Esta fobia le había quitado poco a poco toda capacidad de goce y de trato social. Sólo se sentía bien si se sabía próxima a un baño al que pudiera ir sin ser advertida. Estaba excluida cualquier afección orgánica del gobierno sobre la vejiga que justificara ese malestar. Las ganas de orinar no le venían en su casa, en condiciones de tranquilidad, ni durante la noche. Un examen ahondado demostró que la presión en la vejiga le sobrevino la primera vez en las siguientes condiciones: En la sala de conciertos, no lejos de ella se había sentado cierto señor que no era indiferente a su sentir. Empezó a pensar en él y a pintarse cómo se sentaría a su lado siendo su esposa. Estando en esta ensoñación erótica, le sobrevino aquella sensación corporal que es preciso comparar con la erección del varón y que en ella -no sé sí así ocurre en general- concluía con una ligera presión de vejiga. De esta sensación sexual, con la que ya estaba habituada, se espantó mucho ahora, porque entre sí había resuelto combatir esa inclinación y cualquier otra semejante; y un instante después este afecto se le trasfirió sobre las ganas de orinar concomitantes, constriñéndola a abandonar la sala tras una lucha martirizadora. En su vida ordinaria era tan mojigata que todo lo sexual le causaba intenso horror, y no podía concebir la idea de que se casaría alguna vez; por otra parte, era sexualmente tan hiperestésica que aquella sensación voluptuosa le aparecía con cualquier ensoñación erótica que se permitiese. Las ganas de orinar habían acompañado siempre a la erección, pero sin que ello la impresionara hasta aquella escena en la sala de conciertos. El tratamiento permitió dominar la fobia casi por completo. (ver nota)

3. Una joven señora que tras cinco años de matrimonio tenía un solo hijo, se me quejó de su impulso obsesivo de arrojarse por la ventana o el balcón, y del miedo que la asaltaba, a la vista de cualquier cuchillo filoso, de acuchillar a su hijo. El comercio conyugal, confesó, se había vuelto raro y se lo practicaba sólo con cautelas anticonceptivas; pero -afirmó- no le hacía falta, pues no era de naturaleza sensual. Me atreví a decirle que a la vista de un hombre le acudían representaciones eróticas, que por eso había perdido la confianza en sí misma y se le antojaba que ella era una persona abyecta, capaz de cualquier fechoría. Esa retraducción de la representación obsesiva a lo sexual fue certera; confesó enseguida, llorando, su miseria conyugal por largo tiempo ocultada, y luego comunicó también unas representaciones penosas de carácter sexual inmodificado, como la sensación, que le retornaba a menudo, de pujarle algo debajo del vestido.

De experiencias como estas he sacado partido para la terapia, reorientando la atención de los enfermos hacia las representaciones sexuales reprimidas en el caso de fobias y de representaciones obsesivas, no obstante la renuencia de ellos; y, toda vez que se lograba, cegaba así las fuentes de donde aquellas emanaban. Desde luego, no puedo aseverar que todas las fobias y representaciones obsesivas nazcan por el camino aquí descubierto; en primer lugar, mi experiencia abarca un número muy restringido en comparación con la frecuencia de estas neurosis, y en segundo lugar, yo mismo sé que no todos estos síntomas «psicasténicos» (para emplear la designación de Janet) son de igual valor. (ver nota). Por ejemplo, existen fobias puramente histéricas. Opino, sin embargo, que el mecanismo del trasporte del afecto es demostrable en la gran mayoría de las fobias y representaciones obsesivas, y sostendría que estas neurosis, a las que con igual frecuencia hallamos aisladas o combinadas con una histeria o una neurastenia, no pueden situarse en un mismo grupo con la neurastenia común, para cuyos síntomas básicos no cabe suponer un mecanismo psíquico.

III

En los dos casos considerados hasta ahora, la defensa frente a la representación inconciliable acontecía mediante el divorcio entre ella y su afecto. Pero la representación, si bien debilitada y aislada {isolieren}, permanecía dentro de la conciencia. Ahora bien, existe una modalidad defensiva mucho más enérgica y exitosa, que consiste en que el yo desestima {verwerfen} la representación insoportable junto con su afecto y se comporta como si la representación nunca hubiera comparecido. Sólo que en el momento en que se ha conseguido esto, la persona se encuentra en una psicosis que no admite otra clasificación que «confusión alucinatoria». Un único ejemplo elucidará esta tesis:

Una joven ha regalado a cierto hombre una primera inclinación impulsiva, y cree {glauben} firmemente ser correspondida. Está, de hecho, en un error; el joven tiene otro motivo para frecuentar la casa. Los desengaños no tardan en llegar; primero se defiende de ellos mediante la conversión histérica de las experiencias correspondientes, y así conserva su creencia en que él vendrá un día a pedir su mano; no obstante, se siente desdichada y enferma, a consecuencia de que la conversión es incompleta y de los permanentes asaltos de nuevas impresiones adoloridas. Por fin, con la máxima tensión, lo espera para un día prefijado, el día de un festejo familiar. Y trascurre ese día sin que él acuda. Pasados ya todos los trenes en que podía haber llegado, ella se vuelca de pronto a una confusión alucinatoria. El ha llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar, con su vestido de noche, para recibirlo. Desde entonces, y por dos meses, vive un dichoso sueño cuyo contenido es: él está ahí, anda en derredor de ella, todo está como antes (antes de los desengaños de los que laboriosamente se defendía). Histeria y desazón están superadas; mientras dura la enfermedad, ni se habla de sus dudas y padecimientos de los últimos tiempos; ella es dichosa en tanto no la molestan, y sólo rabia cuando un decreto de su entorno le impide hacer algo que ella con total consecuencia derivaba de su beatífico sueño. Esta psicosis, no entendida en su momento, fue descubierta diez años más tarde por medio de un análisis hipnótico.

El hecho sobre el cual yo quería llamar la atención es que el contenido de una psicosis alucinatoria como esta consiste justamente en realzar aquella representación que estuvo amenazada por la ocasión a raíz de la cual sobrevino la enfermedad. Así, es lícito decir que el yo se ha defendido de la representación insoportable mediante el refugio en la psicosis; el proceso por el cual se logró esto escapa tanto a la autopercepción como al análisis psicológico- clínico. Corresponde verlo como expresión de una predisposición patológica de grado más alto, y acaso se lo pueda circunscribir como sigue: El yo se arranca de la representación insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con un fragmento de la realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se desase también, total o parcialmente, de la realidad objetiva. (ver nota). Esta última es a mi juicio la condición bajo la cual se imparte a las representaciones propias una vividez alucinatoria, y de esta suerte, tras una defensa exitosamente lograda, la persona cae en confusión alucinatoria.

Dispongo de muy pocos análisis sobre psicosis de esta clase; opino, sin embargo, que debe de ser un tipo de enfermedad psíquica a que se recurre con mucha frecuencia, pues en ningún manicomio faltan los ejemplos, para los que vale análoga concepción, de la madre que enfermó a raíz de la pérdida de su hijo y ahora mece un leño en sus brazos, o de la novia desairada que desde hace años espera ataviada a su prometido.

Acaso no sea superfluo destacar que las tres variedades de la defensa aquí descritas, y, por tanto, las tres formas de enfermar a que esa defensa lleva, pueden estar reunidas en una misma persona. La aparición simultánea de fobias y síntomas histéricos, que tan a menudo se observa in praxi, es justamente uno de los factores que dificultan una separación tajante de la histeria respecto de otras neurosis, y fuerzan a postular las «neurosis mixtas». Es cierto que la confusión alucinatoria no suele ser compatible con la persistencia de la histeria, y por regla general tampoco con la de las representaciones obsesivas. En cambio, no es raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta.

Por último, expondré en pocas palabras la representación auxiliar de la que me he servido en esta exposición de las neurosis de defensa. Hela aquí: en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad -aunque no poseamos medio alguno para medirla-; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos.

Es posible utilizar esta hipótesis, que por lo demás ya está en la base de nuestra teoría de la «abreacción» en el mismo sentido en que el físico emplea el supuesto del fluido eléctrico que corre. Provisionalmente está justificada por su utilidad para resumir y explicar múltiples estados psíquicos.

Viena, fines de enero de 1894

Apéndice.
Surgimiento de las hipótesis fundamentales de Freud

[Con este primer trabajo suyo sobre las neuropsicosis de defensa, Freud dio expresión pública -si no de manera directa, al menos implícitamente- a muchas de las nociones teóricas fundamentales sobre las cuales descansaría toda su obra posterior. Recordemos que fue escrito en enero de 1894, un año después de que apareciera la «Comunicación preliminar» (1893a) y un año antes de que quedara concluida la porción principal de Estudios sobre la histeria ( 1895d) y la contribución teórica de Breuer a ese volumen. Así pues, en la época en que escribió este trabajo, Freud estaba profundamente dedicado a su primera serie de investigaciones psicológicas. De ellas habrían de surgir varias inferencias para la labor clínica, y, por detrás de estas, algunas hipótesis más generales que conferirían coherencia a los hallazgos clínicos. Pero pasarían otros seis meses luego de la publicación de Estudios sobre la histeria (en el otoño de 1895) antes de que Freud hiciera un primer intento de exposición sistemática de sus concepciones teóricas; y ese intento, el «Proyecto de psicología» (1950a [1895]), quedó inconcluso y no fue dado a publicidad por su autor. Vio la luz más de medio siglo después, en 1950. Entretanto, el estudioso interesado en tales concepciones teóricas debió entresacar lo que pudiera de las elucidaciones, discontinuas y a veces oscuras, que ofreció Freud en varios momentos posteriores de su carrera. Por lo demás, la única exposición amplia de sus teorías -los trabajos metapsicológicos de 1915- sólo sobrevivió fragmentariamente, ya que siete de los doce trabajos que la componían se perdieron (cf. AE, 14, págs. 101-4).

En su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), Freud declaró que la «doctrina de la represión» (o de la defensa, nombre con que también la designó) «es ahora el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, su pieza más esencial» (AE, 14, pág. 15). En el presente trabajo aparece de hecho el término «defensa» y encontramos la primera consideración efectiva de esa doctrina, aunque ya le habían sido dedicadas una o dos oraciones en la «Comunicación preliminar» (AE, 2, pág. 36) y en la conferencia sobre el mismo tema. (ver nota)

Sin embargo, esta hipótesis clínica de la defensa estaba, a su vez, forzosamente basada en supuestos más generales, uno de los cuales es explicitado en el penúltimo párrafo. A este supuesto conviene denominarlo teoría de la «investidura» («Besetzung»), si bien este nombre le fue aplicado en una fecha algo posterior. (ver nota) No hay quizá ningún otro pasaje de las publicaciones de Freud en que reconozca tan manifiestamente la necesidad de esta, la más fundamental de sus hipótesis: «en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad [ … ]; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga… ». La noción de una «cantidad desplazable» estaba implícita, desde luego, en todas sus elucidaciones teóricas previas. Como él mismo lo señala en algún pasaje, era el sustrato de la doctrina de la abreacción, la base indispensable del principio de constancia (que enseguida examinaremos), y estaba en juego cada vez que Freud empleaba frases tales como «la suma de excitación que sobre ella {la representación} gravita», «provisto de cierto valor afectivo» (1893c), AE, 1, pág. 209, «grupo de representación sexual dotado de energía» (1895b), expresiones antecesoras todas ellas de lo que luego sería el término canónico: «investir», «investidura». Ya en su prólogo a su primera traducción de Bernheim (Freud (1888-89), AE, 1, pág. 90, había hablado de «alteraciones en la excitabilidad» del sistema nervioso.

Este último ejemplo nos recuerda, empero, que existe otra complicación. Unos dieciocho meses después de escribir este trabajo, Freud envió a Fliess el notable escrito fragmentario conocido como «Proyecto de psicología», antes citado. Allí se halla por primera y última vez un examen cabal de la hipótesis de la investidura, y ese examen trae a luz claramente algo que se olvida con excesiva facilidad: durante todo este período, Freud parece haber considerado esos procesos de investidura psíquica como sucesos materiales. En el «Proyecto» se establecen dos supuestos básicos; el primero es el de la validez de un reciente descubrimiento de la histología: que el sistema nervioso consiste en cadenas de neuronas; el segundo estipula que la excitación de las neuronas debía concebirse como «una cantidad sometida a la ley general del movimiento» (AE, 1, pág. 339). Combinándolos a ambos, se obtiene «la representación de una neurona investida, que está llena con cierta cantidad, y otras veces puede estar vacía» (AE, 1, pág. 342). Pero si bien así se definía a la investidura primordialmente como un fenómeno neurológico, la situación no era del todo simple. Hasta poco tiempo atrás, Freud había centrado su interés en la neurología, y ahora, cuando sus pensamientos se iban apartando más y más hacia la psicología, su primer empeño se cifró, como es natural, en conciliar sus dos intereses. Freud creía posible enunciar los hechos de la psicología en términos neurológicos, y sus esfuerzos en tal sentido culminaron precisamente en el «Proyecto». La tentativa fracasó; el «Proyecto» fue abandonado, y en los años siguientes haría escasa referencia a la base neurológica de los sucesos psicológicos, salvo en relación con el problema de las «neurosis actuales», en su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1895b). No obstante, esta desestimación de la neurología no entrañó una total revolución. Sin duda, al construir sus formulaciones e hipótesis en términos neurológicos, Freud lo había hecho con la mirada a medias puesta en los sucesos psicológicos, y cuando llegó el momento de desprenderse de la neurología resultó que la mayor parte del material teórico era aplicable (y, en verdad, con más coherencia) a fenómenos puramente psíquicos.

Estas consideraciones incumben al concepto de «investidura», que en todos los escritos posteriores de Freud -incluso en el capítulo VII, teórico, de La interpretación de los sueños (1900a)- tuvo un significado por completo extraño a lo físico. También incumben a una hipótesis ulterior, que apela al concepto de investidura y que dio en llamarse «principio de constancia». También esta fue aparentemente, en su origen, una hipótesis fisiológica; en el «Proyecto» (AE, 1, pág. 340) se la llama «el principio de la inercia neuronal», según el cual las neuronas procuran aliviarse de 19 cantidad». Veinticinco años más tarde el principio es enunciado en términos psicológicos en Más allá del principio de placer (1920g): «el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él» (AE, 18, págs. 8-9). En el trabajo que nos ocupa no se lo formula expresamente, aunque está tácito en varios puntos. Ya lo había insinuado en la conferencia sobre los mecanismos psíquicos de los fenómenos histéricos (1893h) -aunque no en la «Comunicación preliminar» (1893a)- y en el trabajo en francés sobre las parálisis histéricas (1893c), AE, 1, pág. 209. Asimismo, lo expuso con toda claridad en un bosquejo póstumo de la «Comunicación preliminar» intitulado «Sobre la teoría del ataque histérico» (1940d), que lleva por fecha «fines de noviembre de 1892»; con anterioridad, Freud se había referido a él en una carta a Breuer datada el 29 de junio de 1.892 (1941a) e, implícitamente, en una nota al pie de su traducción de leçons du mardi, de Charcot (Freud, 1892-94), AE, 1, págs. 171-2). Más tarde, el principio fue expuesto en varias oportunidades; Breuer lo hizo, verbigracia, en su contribución teórica a Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 208-9, y Freud en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 114-7, y en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 9, 26 y sigs. y 54, donde lo bautiza por primera vez como «principio de Nirvana».

En el presente trabajo se hallará también -aunque, una vez más, de manera implícita- otro principio no menos fundamental que el de constancia en el arsenal psicológico de Freud: el principio de placer. Al comienzo, pensó que ambos estaban íntimamente ligados y eran quizás idénticos. En el «Proyecto» se lee: «Siendo consabida para nosotros una tendencia de la vida psíquica, la de evitar displacer, estamos tentados a identificarla con la tendencia primaria a la inercia. Entonces, displacer se coordinaría con una elevación del nivel de la cantidad [ … ]. Placer sería la sensación de descarga» (AE, 1, pág. 386). No fue sino mucho después, en «El problema económico del masoquismo» (1924c), AE, 19, págs. 165-7, cuando Freud demostró la necesidad de distinguir entre los dos principios. El curso que siguieron sus cambiantes opiniones sobre este asunto se sigue en detalle en una nota al pie que agregué en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 116-7. (ver nota)

Otro interrogante que podría plantearse es hasta qué punto estas hipótesis fundamentales eran originales de Freud y hasta qué punto derivaban de pensadores que influyeron en él. Muchas posibles fuentes se han sugerido: Helmholtz, Herbart, Fechner, Meynert, entre otros. Pero este no es el lugar para abordar un problema de tan vastos alcances. Baste decir que ha sido examinado en forma exhaustiva por Ernest Jones en su biografía de Freud (Jones, 1953, págs. 405-15).

Tal vez debamos añadir unas palabras acerca de un tema que aparece particularmente en el penúltimo párrafo de este trabajo: la aparente equiparación que allí se hace entre las expresiones «monto de afecto» {«Affektbetrag»} y «suma de excitación» {«Erregungssumme»}. ¿Las utiliza Freud como equivalentes? Su elucidación de los afectos en la 25º de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, págs. 360-1, y el uso que da a esta palabra en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 174-5, así como en otros numerosos pasajes, muestra que en general entendía por «afecto» más o menos lo mismo que por «sentimiento» {«feeling»} o «emoción» {«emotion»}. «Excitación», en cambio, es uno de varios términos que parece emplear para describir la desconocida energía de investidura. En el «Proyecto», como vimos, la llama simplemente «cantidad». En otros sitios utiliza «intensidad psíquica» -cf., p. ej., «A propósito de las críticas a la «neurosis de angustia»» ( 18951), y «Sobre los recuerdos encubridores» (1899a), o bien «energía pulsional». La frase «suma de excitación» en sí se remonta a su mención del principio de constancia en su carta a Breuer de junio de 1892 (194la), AE, 1, pág. 184. Así pues, parecería que las dos expresiones no son sinónimas. Lo confirma un párrafo de Breuer en Estudios sobre la histeria en el cual alega que hay razones para afirmar que los afectos «van acompañados de un acrecentamiento de excitación» (AE, 2, pág. 212), con lo cual está diciendo que se trata de dos cosas distintas. Nada habría de irregular en esto, sí no fuese por un pasaje de «La represión» (1915d), donde Freud muestra que la agencia representante de pulsión consta de dos elementos que sufren, por obra de la represión, destinos muy diferentes. Uno de ellos es la representación o grupo de representaciones investidas; el otro, la energía pulsional que las inviste. «Para este otro elemento de la agencia representante psíquica ha adquirido carta de ciudadanía el nombre de monto de afecto» (AE, 14, pág. 147). (ver nota) Más adelante, en ese mismo artículo, denomina a ese elemento «el factor cuantitativo», pero luego vuelve a llamarlo «monto de afecto». A primera vista, se diría que para él afecto y energía psíquica son equivalentes; no puede ser así, empero, puesto que en ese mismo pasaje sostiene que un posible destino de pulsión es «la trasposición de las energías psíquicas de las pulsiones en afectos».

La explicación de esta aparente ambigüedad radicaría en la concepción básica de Freud sobre la naturaleza de los afectos, enunciada tal vez con máxima claridad en «Lo inconciente» (1915e), donde afirma que «los afectos y sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas exteriorizaciones últimas se perciben como sensaciones» (AE, 14, pág. 174). Análogamente, en la 25º de las Conferencias de introducción se pregunta: «¿Qué es, en sentido dinámico, un afecto?», y responde: «Un afecto incluye, en primer lugar, determinadas inervaciones motrices o descargas; en segundo lugar, ciertas sensaciones, que son, además, de dos clases: las percepciones de las acciones motrices ocurridas, y las sensaciones directas de placer y displacer que prestan al afecto, como se dice, su tono dominante» (AE, 16, pág. 360). Finalmente, en el trabajo que fue nuestro punto de partida, «La represión», escribe que el monto de afecto «corresponde a la pulsión en la medida en que esta se ha desasido de la representación y ha encontrado una expresión proporcionada a su cantidad en procesos que devienen registrables para la sensación como afectos» (AE, 14, pág. 147).

Probablemente sea acertado conjeturar, pues, que para Freud el «monto de afecto» era una manifestación particular de la «suma de excitación». Sin duda, en los casos de histeria y neurosis obsesiva que más lo preocupaban en sus primeras épocas era el afecto lo que estaba habitualmente en juego, razón por la cual tendía en esa época a describir la «cantidad desplazable» como monto de afecto y no, en términos más generales, como excitación; y este hábito persistió aparentemente aun en los trabajos metapsicológicos, donde una diferenciación más precisa habría contribuido a la claridad de su argumentación.]

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