Olvido de nombres y de frases
Si analizo los casos de olvido de nombres que en mí mismo he observado, casi en todos ellos encuentro que el nombre retenido guarda relación con un tema que toca de cerca a mi persona y es capaz de producirme afectos intensos, a menudo penosos. Según la cómoda y recomendable práctica de la escuela de Zurich (Bleuler, Jung, Riklin), puedo expresar lo mismo en esta forma: El nombre sustraído ha rozado en mí interior un «complejo personal» (1). El vínculo del nombre con mi persona es inesperado, mediado las más de las veces por una asociación superficial (ambigüedad de la palabra, homofonía); en términos generales, se lo puede calificar de vínculo colateral. Algunos ejemplos simples ilustrarán su naturaleza del mejor modo posible:
1. Un paciente me pide que le recomiende un lugar de restablecimiento en la Riviera. Sé de uno muy próximo a Génova, y hasta recuerdo el nombre del colega alemán que allí ejerce, pero soy incapaz de nombrar el lugar mismo, por más que creo conocerlo. No me queda más remedio que rogarle al paciente que espere y acudir a toda prisa a las mujeres de mi familia. «¿Pero cómo se llama ese sitio próximo a Génova, donde el doctor N. tiene su pequeño sanatorio y donde esta o aquella señora estuvieron tanto tiempo bajo tratamiento?». – «Desde luego que tienes que haber olvidado ese nombre. Es Nervi». Y con nervios, en verdad, tengo harto que hacer.
2. Otro habla de un lugar de veraneo próximo y afirma que ahí, además de las dos posadas consabidas, hay una tercera, a la cual se anuda para él cierto recuerdo; dice que enseguida me la nombrará. Yo le pongo en entredicho la existencia de esa tercera posada, y aduzco que por siete veranos he residido en ese lugar; por tanto, lo conozco mejor que él. Y hete aquí que estimulado por la contradicción él se apodera del nombre. La hostería se llama Hochwariner. Y entonces yo debo ceder, me veo obligado a confesar que durante siete veranos he residido en la vecindad de esa posada por mí desmentida. ¿Por qué habré olvidado en este caso el nombre y la cosa? Creo que fue porque el nombre suena demasiado al de un colega vienés; toca en mí, como en el caso anterior, el «complejo profesional».
3. Otra vez, estando yo por comprar un boleto en la estación ferroviaria de Reichenhall, no quiere acudirme el nombre de la estación grande siguiente, por la que he pasado muy a menudo y me es harto familiar. No tengo más alternativa que buscarla en la carta de trayectos ferroviarios. Se llama Rosenheim. Y al punto sé en virtud de qué asociación se me ha traspapelado. Una hora antes yo había visitado a mi hermana en su casa, situada en las inmediaciones de Reichenhall; mi hermana se llama Rosa, o sea, también una Rosenheim {casa, u hogar, de Rosa}. Ha sido el «complejo de familia» el que me quitó ese nombre.
4. Puedo perseguir en muchos ejemplos el efecto literalmente bandidesco {räuberisch} del «complejo de familia».
Un día acude a mi consultorio un joven, hermano menor de una paciente (2); innumerables veces lo he visto, y estoy habituado a llamarlo por su nombre de pila. Cuando luego quise contar sobre su visita, había olvidado su nombre, que, según yo sabía, no era nada raro; y por ningún medio pude volver a evocarlo. Salí después a la calle y al leer los carteles de los comercios reconocí el nombre tan pronto me saltó a la vista. El análisis me enseñó que yo había establecido un paralelo entre el visitante y mi propio hermano, un paralelo que quería culminar en la pregunta reprimida: ¿Se habría comportado así mi hermano en parecido caso, o más bien de la manera opuesta? (3). La conexión extrínseca entre los pensamientos sobre el extraño y sobre mi propia familia había sido posibilitada por el azar de que en ambos casos la madre llevaba idéntico nombre de pila: Amalia. Y así, con efecto retardado {nachträglich}, comprendí también los nombres sustitutivos «Daniel» y «Franz», que se me habían impuesto sin esclarecerme. Son, como Amalia, nombres de Die Räuber {Los bandidos}, de Schiller, a los que se conecta una chanza de Daniel Spitzer, el «caminante de Viena». (4)
5. No hallo el nombre de un paciente que pertenece a mis relaciones de juventud. El análisis me hace dar un largo rodeo antes de brindarme el nombre buscado. El paciente había manifestado la angustia de perder la vista; esto evocó el recuerdo de un joven cegado por una bala; y ahí se anudó la imagen de otro muchacho que se había pegado un tiro, y este último llevaba el mismo nombre que el paciente primero, aunque no tenía parentesco con él. Pero al nombre sólo lo hallé después que me hubo devenido conciente la trasferencia de una expectativa angustiada, de estos dos casos juveniles, a una persona de mi propia familia.
Por tanto, una continuada corriente de «referencia a sí propio» {«Eigenbezíehung»} recorre mi pensar; de ordinario no recibo noticia alguna de ella, pero se me denuncia a través de estos olvidos de nombres. Es como si yo estuviera constreñido a comparar con la persona propia todo cuanto oigo sobre personas ajenas, como si mis complejos personales se pusieran en movimiento cada vez que tomo noticia de otros. Imposible que sea una peculiaridad mía individual; más bien, tiene que ser una indicación del modo en que en general comprendemos al «otro». Tengo razones para suponer que en otros individuos ocurre exactamente lo mismo que en mi caso.
El más precioso ejemplo me fue narrado por un señor Lederer como vivencia propia. (5) Durante su viaje de bodas se encontró en Venecia con un señor a quien conocía superficialmente, y no pudo menos que presentarlo a su joven esposa. Pero, habiendo olvidado el nombre del extraño, se ayudó la primera vez con un murmullo ininteligible. Al toparse con él por segunda vez, como es inevitable en Venecia, lo llevó aparte y le rogó que lo sacara de su turbación diciéndole su nombre, que lamentaba haber olvidado. La respuesta del extraño atestiguó un gran conocimiento de los seres humanos: «No me asombra que no tenga usted presente mi apellido. ¡Me llamo como usted: Lederer!». – Es difícil defenderse de una ligera sensación de desagrado cuando se reencuentra el propio apellido en un extraño. No hace mucho tiempo la tuve asaz nítida, cuando un señor S. Freud se presentó en mi consultorio médico. (No obstante, tomo nota de lo que asegura uno de mis críticos, a saber, que en este punto su conducta es contrapuesta a la mía.) (6)
6. También en este ejemplo comunicado por Jung (7) se discierne la acción eficaz de la referencia a sí propio:
«Un señor Y. se enamoró perdidamente de una dama que poco después se casó con un señor X. No obstante conocer Y. a X. desde hacía mucho tiempo, y aun mantener relaciones comerciales con él, una y otra vez olvidaba su nombre, de suerte que en repetidas ocasiones se vio precisado a averiguarlo de otras personas cuando tuvo necesidad de escribirle».
En verdad, la motivación del olvido es en este caso más trasparente que en los anteriores situados bajo la constelación de la referencia a sí propio. Aquí el olvido parece una consecuencia directa de la aversión del señor Y. por su afortunado rival; no quiere saber nada de él, «no se debe guardar de él ni la memoria». (8)
7. El motivo para olvidar un nombre puede ser también más fino, consistir en una inquina por así decir «sublimada». Así, de Budapest escribe una señorita I. von K.:
«Me he forjado una pequeña teoría: he observado que quienes tienen talento para la pintura carecen de sentido musical, y a la inversa. Hace algún tiempo, hablando yo con alguien sobre esto, le decía: «Mi observación lo corroboró siempre hasta ahora, salvo en un caso». Cuando quise recordar el nombre de esa persona, lo había olvidado irremediablemente, no obstante saber yo que su portador era uno de mis más íntimos allegados. Cuando pasados unos días oí nombrarlo por casualidad, supe desde luego que hablaban del destructor de mi teoría. La inquina que inconcientemente alimentaba contra él se exteriorizó por el olvido de su nombre, para mí tan familiar de ordinario».
8. (9) Por un camino algo diverso la referencia a sí propio llevó al olvido de un nombre en el siguiente caso comunicado por Ferenczi, cuyo análisis se vuelve particularmente instructivo por el esclarecimiento de las ocurrencias sustitutivas (como Botticelli-Boltraffio para Signorelli .
«A una dama que ha oído algo sobre psicoanálisis, no hay caso de que se le ocurra el nombre del psiquiatra Jung. (10)
»A cambio le acuden las siguientes ocurrencias: Kl. (un apellido) – Wilde – Nietzsche – Hauptmann.
»Yo no le dije el nombre, y la invité a asociar libremente lo que se le ocurriera con cada uno de aquellos.
»A raíz de KI. piensa enseguida en la señora Kl., y que es una persona amanerada, afectada, pero se ve muy bien para su edad avanzada. «Ella no envejece». Como concepto abarcativo común para Wilde y Nietzsche nombra «enfermedad mental». Luego dice, en son de burla:
«Ustedes, los Freudianos, andarán tanto buscando las causas de las enfermedades mentales que se volverán enfermos mentales». «No puedo tolerar a Wilde y Nietzsche. No los comprendo.
Me entero de que ambos eran homosexuales; Wilde se ha dado al trato de gente joven {jungen Leuten}». (A pesar de haber pronunciado ya en esta frase el apellido correcto -si bien en húngaro-, todavía no puede recordarlo.) »Sobre Hauptmann, se le ocurre «Halbe» (11), y luego » Jugend»; y sólo ahora, después que yo dirijo su atención sobre la palabra «Jugend», sabe ella que buscaba el apellido Jung.
»En verdad esta dama, que perdió a su esposo teniendo ella 39 años y carece de perspectivas de volver a casarse, tiene hartas razones para esquivar el recuerdo de todo lo referido a juventud o edad avanzada. Es llamativo que las ocurrencias encubridoras del nombre buscado se asociaran por el solo contenido, sin asociaciones acústicas».
9. (12) Motivado de otro modo, y muy finamente, estuvo un ejemplo de olvido de nombre esclarecido por el propio olvidadizo:
«Dando yo examen de filosofía como materia complementaria, el examinador me inquirió acerca de la doctrina de Epicuro, y me preguntó luego si sabía quién la había retomado en siglos posteriores. Respondí con el nombre de Pierre Gassendi, a quien dos días antes había oído nombrar en el café como discípulo de Epicuro. Asombrado el profesor, me preguntó de dónde lo sabía, y yo di la atrevida respuesta de que hacía tiempo me interesaba por Gassendi, El resultado fue un diploma magna cum laude {con mención de distinguido}, pero, desdichadamente, también una pertinaz inclinación a olvidar en lo sucesivo el nombre de Gassendi. Creo que mi mala conciencia es culpable de que yo no pueda retener ese nombre a pesar de mis empeños. Es que tampoco entonces habría debido saberlo».
Si uno quiere apreciar rectamente la intensidad de la aversión que nuestro testigo muestra a recordar este episodio de examen, debe saber cuánto aprecia él su título de doctor, y de cuántas otras cosas tiene este que servirle como sustituto.
10. (13) Intercalo aquí otro ejemplo, el olvido del nombre de una ciudad; acaso no sea tan simple como los ya citados, pero no podrá menos que parecerle digno de crédito y valioso a todo el que esté algo familiarizado con tales indagaciones. El nombre de una ciudad italiana se sustrae del recuerdo a consecuencia de su gran semejanza acústica con un nombre de pila femenino al que se anudan toda clase de recuerdos plenos de afecto, sin duda no explicitados de una manera exhaustiva en la comunicación. S. Ferenczi (Budapest), quien observó en sí mismo este caso de olvido, lo ha analizado como a un sueño o una idea neurótica, y por cierto que acertadamente.
«Hoy estuve en casa de una familia amiga; dimos en hablar sobre ciudades de Italia septentrional. Entonces alguien señala que todavía se discierne en ellas el influjo austríaco. Se citan algunas de esas ciudades, también yo quiero mencionar una, pero su nombre no se me ocurre, aunque sé que he pasado allí dos días muy gratos -lo cual no se compadece bien con la teoría de Freud sobre el olvido en lugar del nombre de ciudad que busco se me imponen las siguientes ocurrencias: Capua – Brescia – El León de Brescia.
»A este león» lo veo en la figura de una estatua de mármol situada frente a mí, pero enseguida reparo en que se parece menos al león que está sobre el Monumento a la Libertad, en Brescia (que sólo he visto en una imagen), que a aquel otro que vi en el monumento funerario de Lucerna, erigido en memoria de los guardias suizos caídos {gelallen} en las Tullerías, y cuya reproducción en miniatura está sobre mi biblioteca. Por último me acude, empero, el nombre buscado: es Verona.
»Enseguida sé quién fue culpable de esta amnesia. Nadie más que una ex servidora de la familia en cuya casa, justamente, fui huésped. Se llamaba Verónica, en húngaro Vero na, y me era muy antipática por su fisonomía repelente, así como por su voz ronca, chi llona, y su insufrible intimidad (a la que se creía con derecho por su largo período de servicio). También me resultaba intolerable la manera tiránica con que en su tiempo trataba a los niños de la casa. Y entonces supe también el significado de las ocurrencias sustitutivas.
»A Capua asocio enseguida caput mortuuín {cabeza de la muerte}. A menudo comparé la cabeza de Verónica con una calavera. La palabra húngara «kapzsi» («codicioso») sin duda proporcionó un determinismo para el desplazamiento. Desde luego, hallo asimismo aquellas vías asociativas mucho más directas que conectan Capua y Verona como conceptos geográficos y como palabras italianas de igual ritmo.
»Lo mismo vale para Brescia, pero también aquí se hallan unos enredados caminos colaterales del enlace de ideas.
»Mi antipatía era tan violenta en su tiempo que hallaba a Verónica formalmente asquerosa y varias veces manifesté mí asombro de que pudiera tener, no obstante, una vida amorosa y ser amada; «Besarla -decía yo- no puede menos que provocar Brechreiz {ganas de vomitar}». Y sin embargo, hacía con seguridad mucho tiempo que cabía vincularla con la idea de los guardias suizos caídos {gefallen; o «complacidos»} –
»Brescia, por lo menos aquí en Hungría, no se menciona muy a menudo junto con el león, sino con otro animal salvaje. El nombre más odiado en este país, lo mismo que en Italia septentrional, es el del general Haynau, llamado sin más la hiena de Brescia». De l odiado tirano Haynau, entonces, un hilo de pensamiento lleva, a través de Brescia, a la ciudad de Verona; el otro, pasando por la idea del animal de la voz ronca que frecuenta las tumbas (hilo este que contribuyó a la emergencia de un monumento funerario), lleva a la calavera y al desagradable órgano de Verónica, tan denostada por mi inconciente; esa Verónica que se instaló en esta casa no menos tiránicamente que el general austríaco después de las luchas que húngaros e italianos libraron por su emancipación.
»A Lucerna se anuda el pensamiento del verano que Verónica pasó con sus patrones junto al Lago de los Cuatro Cantones, en las cercanías de Lucerna; y a la «Guardia Suiza» (“Schweizer Garde”) de nuevo el recuerdo de que se las arreglaba para tiranizar no sólo a los niños, sino también a los miembros adultos de la familia, y se complacía {sich gefallen} en el papel de la damaguardia {Garde-Dame}. (14)
»Quiero señalar de manera expresa que mi antipatía hacía V. se cuenta -concientemente- entre las cosas hace mucho superadas. Entretanto, ya sea en su aspecto externo como en sus modales ha cambiado mucho para su ventaja, y puedo tratarla (aunque, en verdad, tengo raras oportunidades de hacerlo) con sincera amistad. Mi inconciente, como es usual, se aferra con más tenacidad a las impresiones [anteriores]; es «de efecto retardado» y es rencoroso {nachträglich y nachtragend}.
»Las Tullerías son una alusión a una segunda persona, una anciana dama francesa que en muchas ocasiones de hecho ha » guardado» a las mujeres de la casa y es respetada -aunque también un poco temida- por grandes y chicos. Durante algún tiempo fui su eleve {alumno} en conversación francesa. Sobre la palabra «élève» se me ocurre, todavía, que estando yo de visita en casa del cuñado de mi anfitriona de hoy, en Bohemia septentrional, hube de reírme mucho por llamar los campesinos de allí «Löwen» {«leones»} a los Eleven {alumnos} de la Escuela Rural.
Acaso también este divertido recuerdo participó en el desplazamiento de la hiena al león».
Notas:
1- [Un año antes de publicarse este capítulo, Freud hizo amplio uso de la palabra «complejo», propuesta por la escuela de Zurich, en «La indagatoria forense y el psicoanálisis» (1906c); en mi «Nota introductoria» a dicho trabajo hago algunas acotaciones acerca de la adopción de ese término (AE, 9, págs. 84-5).]
2- [En 1901 y 1904, este ejemplo aparecía en una nota al pie en el comienzo del capítulo II. Se lo trasladó al presente lugar en 1907, al crearse el capítulo III.]
3- [En 1901 y 1904, esta oración rezaba: «¿Se habría comportado así mi hermano, en parecido caso, hacia una hermana enferma?».]
4- [Daniel Spitzer (1835-1893), conocido hombre de prensa que colaboraba regularmente con los periódicos firmando con el seudónimo «El caminante de Viena». Freud lo cita en su libro sobre el chiste ( 1905c), AE, 8, págs. 33 y 40. Aquí se hace referencia al relato de Spitzer acerca de la conversación que mantuvo con una viuda romántica, alborozada por su suposición de que Schiller, en varias de sus obras, había designado a los personajes con los nombres de diversos miembros de la familia de ella. Cf. Spitzer, 1912, págs. 134 y sigs.]
5- [En 1901 y 1904, este ejemplo aparecía en una nota al pie en el comienzo del capítulo II;. Se lo trasladó al presente lugar en 1907.]
6- [La oración entre paréntesis fue agregada en 1907]
7- Jung, 1907, pág. 52.
8- Heine, Nachiese, «Aus der Matratzengruft», nº IV. El último ejemplo fue utilizado también en las Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, págs. 46-7. El siguiente se agregó en 1920.
9- [Este ejemplo fue agregado en 1910.
10- «Jung» es «joven» en alemán.
11- Hauptmann y Halbe, dramaturgos alemanes célebres a la sazón. Una de las obras más conocidas de Halbe se llamaba «Jugend» {«Juventud»}.
12- Este ejemplo data de 1907.
13- Agregado en 1910.
14- {Semejante a la «dueña» o ama de llaves en las casas españolas.}
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