Constitución psíquica y trauma. Algunas reflexiones sobre trauma y vulnerabilidad social
CLARA R. SCHEJTMAN
Para el ser humano, la realidad es una construcción mestiza entre la percepción objetiva y el registro singular de las vivencias en la historia del sujeto.
Durante la infancia, el desvalimiento y la dependencia prolongados hacen que la realidad esté atravesada fundamentalmente por el deseo de los adultos significativos encargados de los cuidados primarios del infante y de su inclusión en la cultura de pertenencia. El infante humano se irá apropiando paulatinamente del mundo en la medida que éste sea investido libidinalmente en una permanente realimentación bidireccional entre él mismo y su ambiente.
Si el nuevo ser llega a un espacio donde es esperado, amado y ubicado por sus padres como eslabón en la cadena de las generaciones, se irá constituyendo un núcleo libidinal de placer que le permitirá ir superando el desvalimiento y las frustraciones que el mundo exterior impone.
Piera Castoriadis-Aulagnier (1975) amplió esa unidad narcisista infante-cuidador al espacio sociocultural. Ella denomina contrato narcisista a la influencia del discurso sociocultural que formará parte del modo de investimiento del hijo por parte de la pareja parental.
El discurso social es proyectado a la descendencia a través de los ideales del grupo o subgrupo de pertenencia de los padres. La sociedad o subgrupo tiene un lugar preadjudicado, atravesado por un valor ideal, que se supone ocupará el nuevo ser en relación al modelo sociocultural. Estos antecedentes conforman el primer soporte identificatorio y el narcisismo ampliado que posee un individuo.
Pasada la infancia, el sujeto va accediendo a espacios socioculturales compartidos. El niño va consolidando su posición subjetiva y construyendo una imagen de sí mismo caracterizada por el valor y la autoestima o por el rechazo, la frustración o la desvalorización.
La labilidad y fragilidad constitutiva del infante humano lo hacen potencialmente vulnerable a pérdidas y caídas narcisistas en todas las edades.
La identidad se va construyendo como precipitado de identificaciones parentales a las que luego se superponen figuras del mundo social (maestros, líderes comunitarios), que tienen valor de ideal. La trama compleja de la identidad se expresa en la identidad de género, la posición con respecto a la elección de objeto sexual, la pertenencia a subgrupos socioculturales, la potencialidad para el aprendizaje, la identidad profesional y laboral, etc. El sentimiento de sí se amplía con la valoración de los otros, tanto en el núcleo familiar como en los grupos de pertenencia. Cada cultura y cada época imponen ideales y límites colectivos e individuales que llevan al niño y luego a los adultos a determinadas renuncias para lograr el reconocimiento social.
El trauma es considerado por el psicoanálisis como una herida con efracción, perforación, generalmente producto de una ruptura sorpresiva de la continuidad psíquica por la irrupción de una violencia hipertrófica a la capacidad de metabolización del sujeto. La capacidad de representación de la realidad que va adquiriendo el sujeto en su desarrollo le permite activar estrategias para evitar el desencadenamiento traumático. Situaciones de violencia extrema e inesperada se tornan irrepresentables y constituyen un riesgo a la integridad subjetiva. Cuando una intensidad pulsional es hipertrófica el yo madurado en un sujeto constituido hace emerger al yo desvalido (Freud, 1937).
Una realidad externa que presenta amenazas a la continuidad psíquica convoca a un trabajo permanente sobre la construcción simbólica, la reconstrucción reparatoria y la neocreación de representaciones frente a eventos categorizados como irrepresentables.
Tomamos la noción de traumatismo como constitutivo del psiquismo en dos tiempos. Un acontecimiento infantil reprimido es activado por un nuevo acontecimiento exterior desestabilizante que activa fantasías y éstas desencadenan un flujo de excitaciones.
El traumatismo puede ser una oportunidad de empuje creativo si el individuo encuentra estímulos propiciatorios y logra una ligazón representacional al aumento del drenaje pulsional. En cambio, hablamos de trauma cuando el excesivo montante pulsional produce inundación y se imponen mecanismos de efracción y escisión (Laplanche, 1987).
Laplanche plantea que si la pulsión es traumatizante el traumatismo puede ser creador de empuje. El empuje pulsional proveniente del interior constituye una energía que circula entre representaciones. Los eventos exteriores impactan en el interior y colaboran al movimiento pulsional.
En los momentos de eventos externos violentos, ya sea catástrofes naturales o sociales, la pulsión no tiende a la homeostasis sino que está como caótica circulando de una representación a otra sin encontrar representación final donde detenerse.
El trauma al romper las barreras interno-externo, deja al individuo carente de protección contra estímulos, quedando a merced de la pura cantidad difícil de metabolizar y poniendo en peligro la capacidad de representación.
Factores de riesgo como la deprivación afectiva abrupta, el abandono, las pérdidas, activan la vulnerabilidad primaria y pueden llevar al resurgimiento del sentimiento de insuficiencia del lactante, y de desvalimiento, y poner al sujeto en riesgo de perder la investidura libidinal de sí mismo y de aquello que lo rodea produciendo retracciones, quiebres psíquicos severos y tendencia a la desinvestidura.
Situaciones de violencia social colectiva como atentados terroristas, guerras, abruptas pérdidas de una posición económica y social, continuas migraciones y desarraigos, marginación, racismo y exclusión social constituyen una amenaza a la integridad del sujeto y éste debe realizar recomposiciones de su sentimiento de sí. La exposición continuada a situaciones de deprivación puede constituir una amenaza a la integridad psíquica mayor que un evento violento pero limitado en el tiempo. Muchas veces el fracaso en la elaboración puede producir depresiones, despersonalización, búsqueda de soluciones violentas contra sí mismo o los demás o proclividad a adherirse a grupos continentes y violentos.
Si bien el psicoanálisis se ha especializado en el efecto singular del acontecimiento disruptivo en cada sujeto y ha trabajado con éxito en la elaboración individual del trauma, está aumentando la conciencia acerca del aporte que proyectos de acción y elaboración colectiva tienen para el trabajo con poblaciones vulnerables.
– Globalización y resiliencia de las comunidades
– Diversos autores han relacionado creación con trauma.
Las ideas presentadas constituyen algunas de las líneas teóricas que sostienen el proyecto de Extensión Universitaria: “Aportes de la psicología evolutiva al trabajo con niños y adolescentes en riesgo social” que se realiza en el marco de la Cátedra II Psicología Evolutiva-Niñez de la Facultad de Psicología-UBA desde 2001. Iremos describiendo en los siguientes artículos experiencias de acompañamiento creativo y vinculante que estudiantes y docentes realizamos con niños que habitan en hogares de tránsito, separados de sus familias. Reflexionaremos acerca de las acciones que se van desarrollando a fin de construir nuevos entramados simbólicos que permiten a los niños crear recursos para bordear los traumas vividos y seguir lanzándose al conocimiento y a la creatividad.
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