Historial clínico y análisis V
El 24 de abril, Hans es esclarecido por mi mujer y por mí; le decimos que los hijos crecen en la mami y luego son traídos al mundo por medio de una presión, como un «Lumpf», lo cual depara grandes dolores. A la tarde, estamos frente a la casa. Le ha sobrevenido un visible alivio, corre tras los carruajes, y lo único que denuncia el resto de su angustia es la circunstancia de que no se atreve a ir más allá de las cercanías de la puerta de calle, vale decir, de que no puede movérselo a paseos más extensos.
El 25 de abril, Hans me hunde su cabeza en el vientre, cosa que ya había hecho una vez. Le pregunto si es un chivo. Dice: «Sí un Wieder». Le pregunto dónde ha visto él un carnero.
El: «En Gmunden: Fritzl tenía uno». (Fritzl tenía una cordera viva para jugar.)
Yo: «Tienes que contarme sobre el corderito; ¿qué hacía? ».
Hans: «Sabes, la señorita Mizzi» (una maestra que vivía en la casa) «siempre sentaba a Hanna sobre el corderito, pero él no se podía parar, y entonces no podía topar. Cuando uno se acerca, ya topa porque tiene cuernos. Fritzl lo lleva por el cordel y lo ata a un árbol. Siempre lo ata a un árbol».
Yo: «¿Te topó el corderito?».
Hans: «Ha saltado sobre mí, Fritzl me ha entregado una vez… yo una vez me he acercado y no sabía, y de pronto él ha saltado sobre mí. Fue muy divertido. – No me asusté».
Por cierto que eso no es verdad.
Yo: «¿Quieres a papi?».
Hans: «Oh, sí».
Yo: «¿Quizá también no?».
Hans juega con un caballito. En ese momento el caballito se tumba. El grita: «¡El caballito se ha tumbado! ¿Ves cómo hace barullo?».
Yo: «Una cosa te enoja en papi: que mami lo quiera».
Hans: «No».
Yo: «¿Entonces por qué lloras siempre que mami me da un beso? Porque estás celoso».
Hans: «Bueno, sí».
Yo: «¿Qué te gustaría hacer si fueras el papi?».
Hans: «¿Y tú Hans? – Me gustaría llevarte todos los domingos a Lainz, no, todos los días. Si yo fuera el papi, sería muy bueno».
Yo: «¿Qué te gustaría hacer con mami?».
Hans: «También la llevaría conmigo a Lainz».
Yo: « ¿Y qué otra cosa? ».
Hans: «Nada».
Yo: «¿Por qué estás, pues, celoso?».
Hans: «No lo sé».
Yo: «¿También en Gmunden estabas celoso?».
Hans: «En Gmunden no». (Esto no es verdad.) «En Gmunden yo tenía mis cosas, una huerta tenía en Gmunden, y también niños».
Yo: « ¿Puedes recordar cómo tuvo la vaca al ternero? ». Hans: «Oh, sí. Vino con un carro» (sin duda, lo que se le dijo en ese momento en Gmunden; por otra parte, un golpe contra la teoría de la cigüeña) «y otra vaca lo exprimió del trasero». (Esto es ya el fruto del esclarecimiento, que él quiere armonizar con la «teoría del carrito».)
Yo: «No es verdad que haya venido con un carrito; ha salido de la vaca que estaba en el establo».
Hans cuestiona esto, dice que ha visto el carro a la mañana temprano. Le hago notar que probablemente se lo contaron, alguien le dijo que el ternero vino en el carro. Al final lo concede: «Es probable que me lo haya dicho Berta o no … o quizás el dueño de la casa. El estaba ahí y todavía era de noche, por eso es cierto como yo te lo he dicho, o me parece que nadie me lo ha dicho, me lo pensé a la noche».
Si no me equivoco, al ternero se lo llevaron en carro; de ahí la confusión.
Yo: « ¿Por qué no te pensaste que lo trajo la cigüeña? ».
Hans: «Pues no me lo he pensado».
Yo: «¿Pero sí te pensaste que la cigüeña ha traído a Hanna?».
Hans: «A la mañana temprano» (del día del parto) «me he pensado eso. – Escucha, papi, ¿estaba el señor ReisenbichIer» (el propietario) «presente cuando el ternero salió de la vaca?».
Yo: «No sé, ¿lo crees tú?».
Hans: «Sí lo creo … Papi, ¿has visto ya muchas veces cómo un caballo tiene algo negro en la boca?».
Yo: «Lo he visto a menudo por la calle en Gmunden. ¿En Gmunden estabas a menudo en la cama con mami? ».
Hans: «Sí».
Yo: «¿Y entonces te has pensado que eras el papi?».
Hans: «Sí».
Yo: «¿Y entonces le has tenido miedo a papi?».
Hans: «Tú sabes todo, yo no he sabido nada».
Yo: «Cuando Fritzl se cayó te has pensado que ojalá papi se cayera así, y cuando el corderito te ha topado, que ojalá topara a papi. ¿Te acuerdas del entierro en Gmunden?». (El primer entierro que Hans vio. A menudo se acuerda de ello, sin duda alguna un recuerdo encubridor.)
Hans: «Sí. ¿Qué había con ello?».
Yo: «Que ahí te has pensado que ojalá el papi muriera, entonces tú serías el papi».
Hans: «Sí».
Yo: «En verdad, ¿a qué carruajes sigues teniéndoles miedo? ».
Hans: «A todos».
Yo: «Eso no es verdad».
Hans: «A coches de plaza, los de un solo caballo no. A diligencias, a carros de carga, pero sólo cuando van cargados, pero si están vacíos no. Cuando es un caballo y va todo cargado, yo tengo miedo, y cuando son dos caballos y van todos cargados, yo no tengo miedo».
Yo: «¿A las diligencias les tienes miedo porque hay tanta gente adentro?».
Hans: «Porque llevan mucho equipaje en el techo».
Yo: «Y mami, cuando tuvo a Hanna, ¿no ha estado también toda cargada?».
Hans: «Mami volverá a estar toda cargada cuando vuelva a tener uno, hasta que vuelva a crecerle uno, hasta que de nuevo uno esté ahí adentro».
Yo: «Eso te gustaría».
Hans: «Sí».
Yo: «Has dicho que no quieres que mami tenga otro hijo».
Hans: «Así no estará más cargada. Mami ha dicho que si mami no quiere ninguno, tampoco lo quiere el buen Dios. Si mami entonces no quiere ninguno, no tendrá ninguno». (Desde luego, Hans ha preguntado ayer si en mami hay todavía hijos. Le he dicho que no, si el buen Dios no quiere tampoco le crecerán.)
Hans: «Pero mami me ha dicho que ninguno mas le crecerá si ella no quiere, y tú dices que si el buen Dios no quiere».
Le dije entonces que es como yo se lo he dicho, sobre lo cual observó: «¿Tú estabas presente? Sin duda lo sabes mejor». Así ponía en tela de juicio a la mamá, y ella restableció la concordancia manifestándole que si ella no quería, tampoco lo quería el buen Dios.
Yo: «Me parece, tú sin embargo deseas que mami tenga un hijo».
Hans: «Pero yo no lo tendré».
Yo: «¿Pero lo deseas?».
Hans: «Desearlo, sí».
Yo: «¿Sabes por qué lo deseas? Porque te gustaría ser el papi».
Hans: «Sí … ¿Cómo es la historia?».
Yo: «¿Qué historia?».
Hans: «Un papi no se consigue ningún hijo, ¿cómo es la historia entonces de que a mí me gustaría ser el papi?».
Yo: «Te gustaría ser el papi y estar casado con mami te gustaría ser tan grande como yo y tener un bigote, y te gustaría que mami tuviera un hijo».
Hans: «Papi, y hasta que yo esté casado sólo me conseguiré uno, si yo quiero, si yo estoy casado con mami, y si no quiero ningún hijo el buen Dios tampoco lo querrá, si yo me he casado».
Yo: «¿Te gustaría estar casado con mami?».
Hans: «¡Oh, sí!».
Se nota con claridad cómo la felicidad en la fantasía se le estropea aún por la incerteza acerca del papel del padre y la duda sobre quién gobierna la obtención de los hijos.
Al anochecer de ese mismo día dice Hans, cuando lo acuestan: «Escucha, ¿sabes qué hago ahora? Ahora juego todavía hasta las 10 de la noche con Grete, que está conmigo en la cama. Siempre están mis hijos conmigo en la cama. ¿Puedes decirme cómo es eso?». Como tiene ya mucho sueño, le prometo que mañana lo escribiremos, y él se duerme.
De las notas anteriores resulta que Hans, desde su regreso de Gmunden, siempre ha fantaseado con sus «hijos», conversa con ellos, etc.
El 26 de abril le pregunto, pues, por qué habla siempre de sus hijos.
Hans: «¿por qué? Porque me gusta tanto tener hijos, pero nunca me lo deseo, no me gusta tenerlos».
Yo: «¿Te has imaginado siempre que Berta, Olga, etc., son tus hijos?».
Hans: «Sí, también Franzl, Fritzl y Paul» (sus compañeritos de juego en Lainz), «y Lodi». (Este es un nombre inventado: su hijo preferido, de quien habla más a menudo. – Destaco aquí que la personalidad de Lodi no existe sólo desde hace algunos días, o sea, desde la fecha del último esclarecimiento [24 de abril].)
Yo: «¿Quién es Lodi? ¿Está ella en Gmunden?».
Hans: «No».
Yo: «¿Existe una Lodi?».
Hans: «Sí, yo ya la conozco».
Yo: «¿Quién es, pues?».
Hans: «Esa de ahí, que yo tengo».
Yo: «¿Y cómo es ella?».
Hans: «¿Cómo? Ojos negros, pelo negro … la he encontrado una vez con Mariedl» (en Gmunden) «cuando he ido a la ciudad».
Cuando quiero saber algo más preciso, resulta que esto es un invento.
Yo: «¿Has pensado, entonces, que tú eres la mami?».
Hans: «Yo era realmente la mami».
Yo: «¿Y qué has hecho con los hijos?».
Hans: «Los he dejado dormir junto conmigo, nenas y nenes».
Yo: «¿Todos los días?».
Hans: «Bueno, claro».
Yo: «¿Has hablado con ellos?».
Hans: «Cuando todos los niños no entraron en la cama, puse unos sobre el sofá y otros en el cochecito; como todavía sobraban, los llevé al suelo y los puse en la cesta; todavía había niños y los puse en la otra cesta».
Yo: «¿Entonces las cestas de cigüeña estaban en el suelo? ».
Hans: «Sí».
Yo: «¿Cuándo tuviste los hijos? ¿Ya estaba Hanna en el mundo?».
Hans: «Sí, desde hacía mucho tiempo».
Yo: «Pero, ¿de quién te pensaste que tenías los hijos? ».
Hans: «Bueno, de mí»,
Yo: «Pero en aquella época no sabías que los hijos vienen de alguien».
Hans: «Me he pensado que la cigüeña los traía». (Evidente mentira y subterfugio.)
Yo: «Ayer estaba Grete contigo, pero tú ya sabes que un varón no puede tener hijos».
Hans: «Bueno, sí, pero yo creo eso».
Yo: «¿Cómo llegaste al nombre «Lodi»? Ninguna nena se llama así. ¿Quizá «Lotti»?».
Hans: «Oh, no: Lodi. No sé, pero es un lindo nombre».
Yo (en broma): «¿Te refieres acaso a un SchokoIodi {chocolatín} ? ».
Hans (replica enseguida): «No, a un Saffalodi… porque me gusta mucho comer salchichas, también salame».
Yo: «Escucha, ¿un Saffalodi no se parece a un Lumpf? ».
Hans: «¡Sí!».
Yo: «¿Y qué aspecto tiene un Lumpf?».
Hans: «Negro. Tú lo sabes». (Señala mis cejas y mí bigote.) «Como esto y esto».
Yo: «¿Y como qué más? ¿Redondo como un Saffalodi? ».
Hans: «Sí».
Yo: «Cuando estás sentado en la bacinilla y ha venido un Lumpf, ¿te has pensado que tenías un hijo?».
Hans (riendo): «Sí, ya en la calle X y también aquí».
Yo: «¿Sabes cómo se han tumbado los caballos de la diligencia?. El carruaje se veía como una cesta de hijos, y cuando el caballo negro se tumbó era… ».
Hans (completando): « … como cuando uno tiene un hijo».
Yo: «¿Y qué te pensaste cuando el caballo hizo barullo con las patas?».
Hans: «Bueno, cuando yo no quiero sentarme en la bacinilla y prefiero jugar, yo hago un barullo así con los pies». (Patalea.)
Por eso le interesaba tanto saber si se tienen los hijos de buen o mal grado.
Hans juega hoy de continuo a cargar y descargar cestas de equipaje, y desea como juguete una carreta con tales cestas. Enfrente, en el patio de la Aduana, le interesó sobre todo la carga y descarga de los carros. Además, se asustó con la mayor violencia cuando un carro, ya cargado, hubo de partir: «Los caballos se caerán». A los portones del cobertizo de la Aduana les llamaba «agujero» (el primero, segundo, tercer … agujero). Hoy dice «agujero de trasero».
La angustia ha desaparecido casi por completo, sólo quiere permanecer en la proximidad de la casa para tener un camino de regreso si hubiera de atemorizarse. Pero ya no se refugia en la casa, permanece siempre en la calle. Como sabemos, la enfermedad empezó cuando él se volvió llorando del paseo; y cuando una segunda vez se lo constriñó a ir de paseo, llegó sólo hasta la estación Hauptzollamt del ferrocarril metropolitano, desde la cual todavía se ve nuestra vivienda. Naturalmente, a raíz del parto de la mamá él fue separado de ella, y la angustia de ahora, que le impide abandonar las proximidades de la casa, es todavía la añoranza de entonces.
30 de abril. Como Hans vuelve a jugar con sus hijos imaginarios, le digo: «¿Cómo es que todavía viven tus hijos? Ya sabes que un varón no puede tener hijos».
Hans: «Lo sé. Antes yo era la mami, ahora soy el papi».
Yo: «¿Y quién es la mami de los niños?».
Hans: «Bueno, mami, y tú eres el abuelo».
Yo: «O sea, te gustaría ser tan grande como yo, estar casado con mami, y que ella tuviera entonces hijos».
Hans: «Sí, eso me gustaría, y la de Lainz» (mi madre) «es entonces la abuela».
Todo termina bien. El pequeño Edipo ha hallado una solución más feliz que la prescrita por el destino. En lugar de eliminar a su padre, le concede la misma dicha que ansia para sí; lo designa abuelo, y también a él lo casa con su propia madre.
El 1º de mayo a mediodía, Hans acude a mí y dice: «¿Sabes una cosa? Escribámosle algo al profesor».
Yo: «¿Qué es?».
Hans: «Esta mañana he ido con todos mis hijos al inodoro. Primero he hecho Lumpf y pipí, y ellos han mirado. Luego los senté en el inodoro, y ellos han hecho pipí y Lumpf y yo les he limpiado el trasero con papel. ¿Sabes por qué? Porque me gusta mucho tener hijos, entonces me gusta hacerles todo: llevarlos al inodoro, limpiarles el trasero, todo lo que se hace con los hijos».
Tras la confesión de esta fantasía, es imposible poner en entredicho el placer que en Hans se anuda a ¡as funciones excrementicias.
A la tarde se aventura por primera vez hasta el parque. Como es 1º de mayo, transitan menos carruajes que de ordinario, pero, de todos modos, antes su número habría bastado para intimidarlo. Está muy orgulloso de su hazaña; tras la merienda, me veo precisado a ir de nuevo con él al parque. Por el camino nos cruzamos con una diligencia, que él me enseña: « ¡Mira, un carruaje de cesta de cigüeña! ». Si, como está planeado, vuelve a ir conmigo mañana al parque, la enfermedad se podrá considerar curada.
El 2 de mayo por la mañana temprano acude Hans: «Escucha, me he pensado hoy una cosa». Primero la tiene olvidada, luego la cuenta en medio de considerables resistencias: «Ha venido el instalador y con unas tenazas me ha quitado primero el trasero y después me ha dado otro, y después el hace-pipí. El ha dicho: «Enseña el trasero», y yo he tenido que darme vuelta, y él lo ha quitado y luego ha dicho: «Enseña el hace-pipí»».
El padre aprehende el carácter de la fantasía de deseo y no duda ni un momento acerca de la única interpretación autorizada.
Yo: «El te ha dado un hace-pipí más grande y un trasero más grande».
Hans: «Sí».
Yo: «¿Como los de papi, porque te gustaría ser el papi?».
Hans: «Sí, y también me gustaría tener unos bigotes como los tuyos y ese pelo» (señala el de mi pecho).
La interpretación de la fantasía relatada hace algún tiempo -viene el instalador y destornilla la bañera y luego le mete un taladro en la panza se rectifica de la siguiente manera: La bañera grande significa el «trasero»; el taladro o destornillador, como ya se indicó en aquel momento, es el hace-pipí. Son fantasías idénticas. También se nos abre un nuevo acceso al miedo de Hans a la bañera grande, que por lo demás ya ha cedido: Le desagrada que su «trasero» sea demasiado pequeño para la bañera grande.
En los días siguientes, la madre toma repetidas veces la palabra para expresar su alegría por el restablecimiento del pequeño.
Complemento del padre, una semana después:
Estimado profesor: Querría aportar aún los siguientes complementos al historial clínico de Hans:
1. La mejoría tras el primer esclarecimiento no fue tan completa como yo acaso la presenté [pág. 261. Es verdad que Hans salió a pasear, pero sólo constreñido y con gran angustia. Una vez fue conmigo hasta la estación Hauptzollamt, desde donde se ve todavía la vivienda, y no se pudo llevarlo más lejos.
2. Sobre «jugo de frambuesas», «fusil para disparar»: jugo de frambuesas toma Hans a raíz de la constipación. «Disparar» («Schiessen»} y «cagar» {«Scheissen»} es una permutación de términos corriente en él.
3. Hans tenía más o menos 4 años cuando fue separado de nuestro dormitorio y se le dio una habitación propia.
4. Le queda un resto que ya no se exterioriza en miedo, sino en una pulsión normal de preguntar. Las preguntas se dirigen las más de las veces a saber con qué se construyen las cosas (tranvías, máquinas, etc.), quién las hace, etc. Lo característico es que Hans casi siempre hace la pregunta aunque él mismo ya se haya dado la respuesta. Sólo quiere certificarse. Cierta vez que me fatigó con sus preguntas y le dije: «¿Crees acaso que yo puedo responder a todo lo que me preguntas?», él repuso: «Bueno, como has sabido lo del caballo, he creído que también sabías esto».
5. Hans sólo habla históricamente de su enfermedad: «Cuando tenía la tontería».
6. El resto no solucionado es que Hans se devana los sesos para averiguar qué tiene que ver el padre con el hijo, puesto que es la madre quien lo trae al mundo. Se lo puede inferir de preguntas como: «¿No es verdad que también soy tuyo?». (Quiere decir, no sólo de la madre.) No tiene en claro la razón por la cual me pertenece. En cambio, no poseo ninguna prueba directa de que él, como usted opina, haya podido espiar un coito entre los padres.
7. En una exposición del caso quizás habría que llamar la atención sobre la violencia de la angustia, pues de otro modo se diría: «De haberle dado una buena paliza, seguramente habría salido de paseo».
Yo agrego, a modo de conclusión: con la última fantasía de Hans quedaba superada también la angustia proveniente del complejo de castración, la expectativa penosa daba la vuelta hacía una de dicha. En efecto, el médico, instalador, etc., viene, quita el pene, pero sólo para dar a cambio uno más grande. Por lo demás, nuestro pequeño investigador ha hecho muy temprano la experiencia de que todo saber es un fragmento y de que en cada estadio queda un resto no solucionado.
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