Esquema del psicoanálisis (1940 [1938])
Parte I. [La psique y sus operaciones]
– El aparato psíquico
El psicoanálisis establece una premisa fundamental cuyo examen queda reservado al pensar
filosófico y cuya justificación reside en sus resultados. De lo que llamamos nuestra psique (vida
anímica), nos son consabidos dos términos: en primer lugar, el órgano corporal y escenario de
ella’ el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son
dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría trasmitir. No nos es consabido, en
cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos
terminales de nuestro saber. Si ella existiera, a lo sumo brindaría una localización precisa de los
procesos de conciencia, sin contribuir en nada a su inteligencia.
Nuestros dos supuestos se articulan con estos dos cabos o comienzos de nuestro saber. El
primer supuesto atañe a la localización(168). Suponemos que la vida anímica es la función de
un aparato al que atribuimos ser extenso en el espacio y estar compuesto por varias piezas;
nos lo representamos, pues, semejante a un telescopio, un microscopio, o algo así. Si dejamos
de lado cierta aproximación ya ensayada, el despliegue consecuente de esa representación es
una novedad científica.
Hemos llegado a tomar noticia de este aparato psíquico por el estudio del desarrollo individual
del ser humano. Llamamos ello a la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas: su
contenido es todo lo heredado, lo que se trae con el nacimiento, lo establecido
constitucionalmente; en especial, entonces, las pulsiones que provienen de la organización
corporal, que aquí [en el ello] encuentran una primera expresión psíquica, cuyas formas son
desconocidas {no consabidas} para nosotros (ver nota(169)).
Bajo el influjo del mundo exterior real-objetivo que nos circunda, una parte del ello ha
experimentado un desarrollo particular; originaría m en te un estrato cortical dotado de los
órganos para la recepción de estímulos y de los dispositivos para la protección frente a estos,
se ha establecido una organización particular que en lo sucesivo media entre el ello y el mundo
exterior. A este distrito de nuestra vida anímica le damos el nombre de yo.
Los caracteres principales del yo. A consecuencia del vínculo preformado entre percepción
sensorial y acción muscular, el yo dispone respecto de los movimientos voluntarios. Tiene la
tarea de la autoconservación, y la cumple tomando hacia afuera noticia de los estímulos,
almacenando experiencias sobre ellos (en la memoria), evitando estímulos hiperintensos
(mediante la huida), enfrentando estímulos moderados (mediante la adaptación) y, por fin,
aprendiendo a alterar el mundo exterior de una manera acorde a fines para su ventaja
(actividad); y hacia adentro, hacia el ello, ganando imperio sobre las exigencias pulsionales,
decidiendo si debe consentírseles la satisfacción, desplazando esta última a los tiempos y
circunstancias favorables en el mundo exterior, o sofocando totalmente sus excitaciones. En su
actividad es guiado por las noticias de las tensiones de estímulo presentes o registradas dentro
de él: su elevación es sentida en general como un displacer, y su rebajamiento, como placer.
No obstante, es probable que lo sentido como placer y displacer no sean las alturas absolutas
de esta tensión de estímulo, sino algo en el ritmo de su alteración. El yo aspira al placer, quiere
evitar el displacer. Un acrecentamiento esperado, previsto, de displacer es respondido con la
señal de angustia; y su ocasión, amenace ella desde afuera o desde adentro, se llama peligro.
De tiempo en tiempo, el yo desata su conexión con el mundo exterior y se retira al estado del
dormir, en el cual altera considerablemente su organización. Y del estado del dormir cabe inferir
que esa organización consiste en una particular distribución de la energía anímica.
Como precipitado del largo período de infancia durante el cual el ser humano en crecimiento
vive en dependencia de sus padres, se forma dentro del yo una particular instancia en la que se
prolonga el influjo de estos. Ha recibido el nombre de superyó. En la medida en que este
superyó se separa del yo o se contrapone a él, es un tercer poder que el yo se ve precisado a
tomar en cuenta.
Así las cosas, una acción del yo es correcta cuando cumple al mismo tiempo los
requerimientos del ello, del superyó y de la realidad objetiva, vale decir, cuando sabe reconciliar
entre sí sus exigencias. Los detalles del vínculo entre yo y superyó se vuelven por completo
inteligibles reconduciéndolos a la relación del niño con sus progenitores. Naturalmente, en el
influjo de los progenitores no sólo es eficiente la índole personal de estos, sino también el influjo,
por ellos propagado, de la tradición de la familia, la raza y el pueblo, así como los requerimientos
del medio social respectivo, que ellos subrogan. De igual modo, en el curso del desarrollo
individual el superyó recoge aportes de posteriores continuadores y personas sustitutivas de los
progenitores, como pedagogos, arquetipos públicos, ideales venerados en la sociedad. Se ve
que ello y superyó, a pesar de su diversidad fundamental, muestran una coincidencia en cuanto
representan {repräsentieren} los influjos del pasado: el ello, los del pasado heredado; el superyó,
en lo esencial, los del pasado asumido por otros. En tanto, el yo está comandado
principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado, vale decir, lo accidental y actual.
Este esquema general del aparato psíquico habrá de considerarse válido también para los
animales superiores, semejantes al hombre en lo anímico. Cabe suponer un superyó siempre
que exista un período prolongado de dependencia infantil, como en el ser humano. Y es
inevitable suponer una separación de yo y ello. La psicología animal no ha abordado todavía la
interesante tarea que esto le plantea.
– El desarrollo de la función sexual
– Un ejemplo: La interpretación de los sueños
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